De cómo el trabajo académico de años se puede ir al traste en minutos por cuestiones ajenas y ridículamente absurdas.
Para empezar debo exclamar: ¡Que no es posible que se les olvide instalar la alarma la víspera del día en que tienen que madrugar para ir a presentar las pruebas ICFES! Porque esto implica salir a las carreras de casa, sin desayuno y con la tranquilidad ya perdida.
Esta situación de urgencia experimenté debido a que tuve que llevar de manera apresurada a alguien de la familia hasta la puerta de entrada del establecimiento educativo donde tenía la citación, para que presentara las pruebas de estado. Por eso pude ver a un gran número de estudiantes de grado once de varias zonas del departamento, cuando se disponían a presentar las pruebas saber ICFES. El hecho de ser testigo me sirvió para percibir no sólo la las expectativas y ansiedad de algunos, sino también me percaté de ciertos detalles de cómo algunos jóvenes no toman las cosas con la seriedad del caso.
Luego, en el camino a casa veo a dos jovencitas con sendos lápices en sus manos y también a las carreras, pero no en dirección del colegio, sino para otro lado; obviamente deduje que iban retrasadas, me detengo al lado de ellas y les pregunto: ¿Qué pasó, se equivocaron de institución?, Respuesta: “Olvidamos los documentos de identificación”, Contraviniendo las normas, me ofrecí a llevarlas y traerlas a ambas a la vez; me pregunto qué calma pueden tener después de ese trote.
Precisamente, lo comprobé, cuando una joven se baja apresuradamente de un taxi, y justo cuando a la entrada le preguntan por el documento de identidad, lo único que hace es agarrarse la cabeza a dos manos, maldecir, y corra a agarrar el vehículo otra vez, ignoro a qué horas regresaría.
Luego, cuando veo a un joven desesperadamente buscando algo, se me sale lo del buen samaritano, y le preguntó si le puedo ayudar en algo; me dice que también olvido los documentos; el problema es que vive en las afueras de la ciudad; por eso buscaba afanosamente –a esas horas- servicio de teléfono para hacer una llamada a su casa, para que le envíen lo que necesitaba. Apostaría a que no presentó las pruebas.
A propósito de llamadas, no obstante estar muy claro en el documento de citación la prohibición del ingreso de celulares y todo tipo de aparatos electrónicos, más de uno hace caso omiso de la restricción; ojalá no se hayan olvidado de apagar esos aparatos pues esto puede acarrear sanciones, además todo tipo de interrupción es un falta de respeto a los jóvenes que se toman las cosas con seriedad. No está por demás anotar que algunos no llevaban ni los elementos elementales para presentar la prueba, por eso no me pareció extraño ver partir en dos un lápiz nuevo. Algunos de los que llegaban retardados ni siquiera le habían sacado punta al lápiz.
Para completar el cuadro, llega una estudiante en estado de embarazo, en compañía de otra más jovencita. E igual: olvidó sus documentos, el problema es que no viven cerca del colegio. Los porteros ya no saben que decir. La desafortunada chica sólo atina a decirle a la niña que la acompañaba, que vaya corriendo por el bendito documento. La muchacha sólo atina a hacer un gesto de resignación y sale corriendo en dirección a su casa. Por mi parte ya me estaba cansando del tema, pues me dije: “no es asunto mío”, pero tras un par de minutos de vacilación, decidí alcanzar a la niña, para ayudarle a cumplir su cometido. El problema fue que cuando regresamos con la cédula, la futura madre se había ido en otro vehículo. Al parecer ella no se percató de mi ayuda. Lo único que pudimos hacer fue decirle a la niña que espere hasta que ella regrese. También ignoro si alcanzó a ingresar hasta la hora límite.
Tampoco puedo dejar de anotar que el día fue bastante caluroso, lo cual hace que sea un poco más fatigoso el estar sentado varias horas contestando una prueba de ese talante. De ahí que la curiosidad me lleva imaginar, en como la pasarían, aquellos que les dio por “darse un escapadita” la noche previa a este importante compromiso.
Más tarde me enteré del caso de un estudiante que no presentó la prueba, simplemente porque malgastó el dinero que sus padres le habían dado para que pague la inscripción previa. Pero el joven engañó a su familia, simulando presentarse a la prueba: Madrugó, llegó al colegio, pero obviamente no pudo ingresar, en vez de eso se ausentó de casa todo el día, y luego apareció a la hora de salida para tratar de encubrir su farsa. ¿Qué irá a decir para esconder los resultados?… a preparar otra mentira.
Todos estas prisas estudiantiles narradas no tendrían trascendencia, de no ser porque el trabajo de años de instituciones, profesores y padres de familia se puede ir al traste en minutos, por cuestiones completamente ajenas y casi que ridículamente absurdas, pues está demostrado que si se toma la prueba muy en serio, un resultado óptimo en el ICFES bien puede llevar a los jóvenes a más saludables y provechosas carreras.
John Montilla:
Esp. Procesos lecto-escritores (Imágenes internet)