La ausencia de soberanía siempre ha sido causa de sufrimiento del ser humano y de los pueblos. Todos queremos ser libres y vivir con la facultad de la auto determinación; por ello hablamos de libre albedrío al nivel del ser y de la auto determinación de los pueblos en el colectivo social. Pero, para que haya libertad, es preciso que la sociedad esté integrada por ciudadanos auténticamente soberanos. Necesitamos una educación que forme para el discernimiento, que permita tomar decisiones con autonomía real. Y los principales enemigos de la soberanía, tanto del ser como de los pueblos, no están afuera, sino dentro del ser humano. Ello merece una profunda reflexión.
La mente es el factor creativo del ser humano, el Espíritu es la razón suprema de la vida y la felicidad y el cuerpo es la casa de habitación del espíritu. Hoy es pertinente no olvidar algo que suele entorpecer la sincronía de los 3 aspectos anteriores, es el subconsciente o memoria, cuando alberga cargas emocionales turbulentas. ¿Por qué? Porque es el archivo donde se guardan los recuerdos, las experiencias, tanto positivas como negativas. Si las experiencias son predominantemente negativas, entorpecen la vida de las personas no permitiéndoles ser felices, debido a que soportan en su ser interior, pesadas cargas, que llegado cierto momento, no pueden con ellas y sus turbulencias empiezan a descargarlas sobre la familia, los amigos cercanos, los compañeros de trabajo, etc. Por ende, ahí, no hay soberanía. La persona no puede tomar decisiones con libertad, con libre albedrío, porque tiene unos poderosos enemigos internos que le roban la fe, tales como la duda, el miedo, el rencor, la ira, la lujuria, la soberbia, la envidia, la pereza, la avaricia, etc. En estados mentales y emocionales como éstos, las personas no pueden tomar decisiones soberanamente y además fácilmente pueden ser manipulados por personas inescrupulosas o por seres ignorantes que creen poseer la verdad. A esto se refirió el Maestro Jesús, el Cristo, cuando expresó que no debemos preocuparnos por las posesiones materiales, sino por los tesoros en el cielo (en la mente). Son esos enemigos internos enunciados, los que nos roban los más grandes tesoros que son la fe, la alegría, la creatividad, el dinamismo, la capacidad de relacionarnos constructivamente con los demás seres humanos, etc., y obstaculizan la creación de riqueza, la movilidad social, el progreso y la felicidad.
Desafortunadamente, las jerarquías de la iglesia católica durante toda la edad media, sepultaron el conocimiento y el desarrollo científico alcanzado por los griegos y en parte también por los romanos, para dar paso a una temible época de oscurantismo religioso, en que el punto focal fue que, los males de la humanidad, entre ellos la miseria económica, creados y aceptados por esos enemigos internos, había que tolerarlos porque eran un designio de Dios; y siendo hijos de Dios, Padre del género humano, había que soportar la miseria, sobre todo la espiritual, porque era voluntad de Dios. Por ello, quienes se atrevieron a ser soberanos de sí mismo y alentar la soberanía de la humanidad, restableciendo el conocimiento científico y fomentando la libertad de espíritu, fueron calificados como herejes y muchos de ellos inmolados en las hogueras.
Buscar la armonía interior es fundamental, para luego irradiarla a la sociedad en cada acto cotidiano. Tomar consciencia de depurarse de los enemigos internos es un acto auto consciente, propio de la verdadera soberanía del individuo. Solo el perfeccionamiento del ser interior le confiere verdadera soberanía, y lo prepara para orientarse a sí mismo y para contribuir a orientar la familia y la sociedad, hacia el verdadero progreso de la humanidad.
Quien se adentre en el estudio de la física cuántica aplicada al comportamiento humano, descubrirá que la ciencia es como la cara visible de la religión y que ésta es la cara oculta de la ciencia. Los fenómenos que físicamente no los demuestra la investigación científica, quedan para la explicación de las experiencias de vida milagrosas de los seres humanos, circunscritas al ámbito religioso. La oración o meditación, activa y expande el campo electromagnético o aura humana, eleva la frecuencia de su energía y provoca hechos inexplicables de realización para el ser humano común y corriente, y fue lo que fehacientemente demostró Jesús en su experiencia de vida. Debido a ello afirmó: “esto que yo hago, también vosotros lo podéis hacer, y aun más”. A pesar de los avances científicos de la humanidad, aun el grueso de la población no comprende que sus palabras tienen asidero científico. ¿Quiénes pueden lograr lo demostrado por el Gran Maestro Jesús? Todos aquellos que de manera disciplinada nos atrevamos a conquistar nuestra soberanía interna, con el beneficio de que esta soberanía la podemos proyectar como seres auténticamente libres hacia la sociedad.
El apóstol Pablo muy categóricamente afirmó: “Seréis transformados por la renovación de vuestras mentes”. Lo maravilloso del mundo de hoy, es que la física cuántica está demostrando, que estos grandes seres, Jesús y sus discípulos, tanto los de su tiempo como los posteriores, se antepusieron a nuestros tiempos de manera extraordinaria y su soberanía interior ha quedado como parangón de imitación para la humanidad.
La oración y/o meditación es una concentración de energía dirigida a propósitos determinados, que al colocar la inquebrantable fe en un punto focal, la energía se convierte en imán poderoso que puede atraer lo deseado. Para que eso sea posible debe haber equilibrio entre la mente y el espíritu.
Mucha gente trabaja con mucho empeño y vive pobre; ¿Por qué? precisamente porque no pone en práctica correcta el adagio que dice: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Sin una mente enfocada espiritualmente, el esfuerzo físico por el bienestar material no rinde los frutos esperados. Esa es una explicación de por qué muchas personas con mucho esfuerzo generan poca riqueza y otros con poco esfuerzo logran grandes realizaciones. Su soporte es la actitud mental positiva y el desarrollo espiritual, bases fundamentales de la soberanía.
Un pueblo soberano es la suma de ciudadanos soberanos.