Ruido o Tolerancia

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Obra: Agua
Pintura al Óleo 180 x 120 cms
Exposición restaurante Yerbabuena – Mocoa

Por Silvio López Fajardo. 2013

 ¡No más ruido!, “Pite únicamente cuando sea necesario o cambie el sonido del pito para que sea más agradable, escuche música en su carro y en su casa sin molestar a otros ciudadanos, tome trago y baile en las discotecas o bares donde no molesten con la música a los vecinos, el comercio, los partidos políticos y el Estado para informar al público utilicen carteleras, avisos por radio y televisión local, utilice las sirenas solo cuando sea urgente..

Y finalmente que el PBOT se establezca las zonas locales con el margen de ruido indicado por la norma. ¡Se lo pedimos por favor!”

Resolución 0627 de 2006 – Norma nacional de emisión de ruido y ruido ambiental.


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En un lejano territorio de la madre tierra, había una aldea de pigmeos, los Mocoas, venidos del Oriente, guerreros de la madre selva quienes siempre llevaban su rostro pintado de blanco y figuras coloreadas por el Achote, se pasaban mucho tiempo junto a la hoguera conversando hasta que les cogía la noche y las abuelas siempre se despertaban nuevamente a encender el fuego y los pequeños hombrecitos con los niños se iban de pesca al río Mocoa o al Sangoyaco donde se pescaba con atarraya muchas Cuchas y Picalones. En ocasiones se comía carne de culebra Kanangucha o Curuntamama que secaba en la pasera del rancho, donde también había cabezas de mono Soldado o Churuco, Chontaduro y Maíz: En una esquina del rancho de Iraca, colocaban una olla de barro grande donde tenían chicha de Maíz mascado por los abuelos y las abuelas, hacían esa preparación para que las generaciones venideras tengan la sabiduría de la selva y de los ancianos y ancianas, a quienes los enterraban de pie y siempre mirando al Oriente, donde nace el padre Sol, junto a los Churumbelos del monte azul.

Había tiempos especiales, donde tendían los chinchorros de la pesca, que hacían de Chambira o caña flecha y se guindaban en grupos de veintiuna personas, se acomodaban en forma de estrella del Sur y se la pasaban mambenado coca y chicle de monte, necesariamente este rito lo hacían en luna llena y mantenían una calma completa donde el silencio hermoso se apoderaba de su magnífico espacio, para luego compartir las fantasías que cada uno habían tenido, fantasías con sus mujeres, fantasías de la caza y la pesca, de los combates con otras tribus de los salvajes Andaquíes, los come Pigmeos; En una ocasión estos come gentes llegaron a la aldea del Chorro de Canalendres, junto a Hornoyaco y se llevaron a tres pigmeos cabezas pelada, los cargaron tres días a la montaña de los Azules, donde estos guerreros viven en unas cuevas profundas de paredes que brillan como el Sol y las estrellas de la noche. A la entrada existen puertas de calaveras negras y muy adentro tienen rocas ardientes, donde arrojaron a los pigmeos y se los comieron en una ceremonia del perdón y el amor. Desde ese entonces los pigmeos cabezas pelados viven en la copa de los árboles y los llaman los monos de Paway.

Así transcurría la vida de los Mocoas, vivían felices en su pequeño vallecito, junto al río Mulato. Eran pendientes de sus críos, como los animales salvajes, enseñándoles cómo sobrevivir en la Madre Selva, como trepar en los árboles de Caímos o Zapotes, como levantar una tribu o una aldea, ellos no pensaban de como era de hacer un solo rancho, sino que pensaban en el rancho para todos, era una forma de protección de sus raíces culturales y del ataque de los Anquies y construían una barrera en el conocimiento y respeto ancestral de los Chuchumecos o de los sabios ancianos.

Pero en una ocasión de aquellos tiempos donde los arboles eran jefes de jefes, a este territorio de espesa selva, de Colibríes blancos y Gallito de Roca, apareció un hombrecito de barba largablanca y un vestido extraño, también traía algo puesto en la cabeza, algunos lo habían visto en las montañas junto al Patascoy y del pescuezo le colgaba una cruz grande, decían que era un amuleto para alejar a la madre monte. Llego al valle de los Mocoas, cruzando el río Blanco. El Filo de Hambre y el Suiza, y el gran jefe de los Mocoas, lo ha recibido, y en unas hojas de Yarumo le han servido dos cabezas de mono Churuco, una Guacamaya Azul y en un gran mate de chicha mascada, como tenía tanta hambre se le comió hasta los ojos al pobre mico y se chupaba los dedos. El mayorcito se quedó tanto tiempo en el Valle de los Mocoas, que ahí murió y también lo enterraron en las profundidades de la Cascada del Río Rumiyaco, de pie mirando a las montañas sagradas.


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El viejito en una legua extraña trataba de comunicarse, le todo por señas, ya con el tiempo aprendió hablar mocoa, contaba y cantaba grandes historias,cómo había llegado por mar de tierras lejanas donde hay reyes y negros, dijo que él había viajado con Don Cristóbal, pero él se había quedado en Colon, donde las aguas termales son tibias y verdes.

En una ocasión salieron los pigmeos a casar y llevaron al barbiespeso, ya de regreso de la casa, junto a la aldea se apareció un enorme jabalí, el cual iba ha envestir al anciano y de pronto este saco un aparato con un ruido brutal, hecho fuego como dragón y a sus pies callo el monumental jabalí de dientes de oro. Desde ese entonces con esa arma de los infiernos todos querían tener una y llego el ruido a la hermosa aldea, donde la intranquilidad los enfermo y los animales se espantaron, los micos se fueron al otro lado del río Caquetá, los niños y niñas ahora ya sufren de espantos, ya que el ruido le partió el alma y el corazón, ya no escuchan el silbido del pájaro Toro, ni el cantar de las Hadas angelicales, ahora al ruidoso lo tienen enterrado junto a la momia del viejito de barba blanca, para que nunca vuelva a espantar la aldea de los Mocoas. Pero después de cientos de años un guaquero encontró a doña tolerancia a la momia enterrada de cabeza abajo y mirando al occidente, también tenía al ruidoso y desde entonces en el valle de Mocoa, donde viven los blancos, negros e indios, con la amarga existencia de un ruido que los persigue sin preludio en el día y la noche y el catar de los catares de mirlas y azulejos, ni en la montaña del Fin del Mundo están y este cuento se acabó y el viento se lo llevó y cuando te vuelva a encontrar, te lo volveré a contar.Fin.


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