Todos los pueblos poseen personajes que se distinguen por alguna o algunas cualidades que la gente pondera, exagera, reconoce y critica, o sencillamente cuando nada de esto es posible mitifica alrededor de alguien. Puerto Leguízamo en el Putumayo tiene no sólo una ceiba antiquísima, hermosa y majestuosa y que la gente en las puestas de sol va hasta la orilla del río a disfrutarla en verdadera actitud contemplativa, sino también alberga a una persona especialísima con mil y una anécdotas a quien en un tiempo todo el mundo conocía como “El Templao”, que no es otro que el huilense Emilio Cuenca . Tiene 72 años, 50 o más de los cuales los ha vivido en Puerto Leguízamo. Y qué personaje! Lo conozco y me precio de ser su amigo desde hace más de treinta años (hace poco nos pusimos a hacer cuentas). Como nos vemos cada cierto tiempo, la más de las veces se me dificulta saber todo lo que acontece en Puerto Leguízamo con “El Templao”, pero cuando allí estoy, la gente me pone al corriente y posteriormente el mismo se encarga de corroborar tal información.
“DEUDORES MOROSOS Y MAÑOSOS” es un envejecido y ajado cuaderno, bastante deteriorado por efecto de la humedad, pero no es su última ocurrencia, pero sin duda una de las mejores porque retrata de cuerpo entero su personalidad, su espíritu, su temperamento de hombre de palabra, recto, estricto en sus compromisos, honesto a prueba de balas como diría un político peruano. Le cedo la palabra, ¿o mejor el teclado? al mismísimo Emilio para que nos cuente:
-“…oiga bien mijo: fue por casualidad encontré la vocación de mi vida; me armé algún día de valor y entereza para pedir crédito y comprar una licuadora Volmo que necesitaba urgente. Visité al gerente de una cooperativa a quien yo le caía un poco mal. Eso pensé en un principio. No solamente me otorgó el crédito solicitado sino que conseguí algo mejor que eso: se convirtió en mi amigo y eso me comprometió mucho más. El fiado que era a tres meses se lo cancelé en sólo un mes, trabajando duro en mi venta de batidos de leche y jugo de caña que inicialmente monté a la entrada de la plaza de mercado. Esa sería mi vocación, a eso me dedicaría el resto de mi vida, no lo dudé… no lo dudé un instante. Me dedicaría a vender el batido de leche que aprendí a hacer en mi Garzón natal.
A estas alturas digamos que quien no haya ido a tomar el mejor batido de leche del mundo o el famoso jugo de caña donde Emilio Cuenca es que aún no ha llegado a Puerto Leguízamo en el Putumayo. Además de su exquisito sabor, cuando usted esté allí, disfrute de su preparación : es meticuloso en exceso con la asepsia, se toma unos segundos para secar cuidadosamente una cuchara que siempre mantiene en agua limpia y con la cual cata el producto antes de servirlo al cliente, una vez catado se toma otros segundos para meditar acerca de su sabor, para lo cual cierra un instante los ojos e imperceptiblemente de sus labios sale algún concepto inaudible y sólo cuando está completamente satisfecho del producto, llega a su mesa en un vaso de vidrio inmaculado. Lo he visto volver a comenzar de ceros porque el resultado no es satisfactorio. Emilio Cuenca le pone alma, corazón, a su batido de leche o a su jugo de caña.
Continúa Emilio Cuenca:
–Una vez llegó un tipo, eso fue como en el 2008, y me pidió un jugo de caña. Una vez se lo tomó me dijo que estuvo muy rico y que le sirviera otro. A la hora de pagar me dijo que había olvidado llevar dinero para cancelarme pero que iba por la plata e inmediatamente regresaba. Nunca regresó. Manejaba una moto taxi cuyas placas y fecha del acontecimiento anoté.
Lo anterior le dio la idea a Emilio para elaborar un cuaderno que desde entonces colgaría en forma visible en su pequeño negocio y lo titularía como anotamos al principio: “Deudores Morosos y Mañosos”. La nada honrosa distinción de su encabezado por supuesto que se la ganó el desconocido de la moto que el 30 de Septiembre de 2008 le hizo “conejo” a Emilio Cuenca. En la deshonrosa clasificación le sigue un agente de policía de quien nunca supo el nombre pero sí que en Septiembre de 2008 manejaba la Patrulla de la Policía Nacional. Y así consecutivamente….
Me llamó mucho la atención una pequeña herramienta que cuelga adherida al cuaderno, una llave marca Proto. Me explicó lo siguiente:
–Yo soy un hombre que las cosas siempre las conseguí como producto de mi trabajo honrado. Nunca creí en eso de la coca por ejemplo. Y aunque reconozco que en una época fui pendenciero (el alcalde me tuvo multada la mano durante varios años, era por la pegada que tenía, la fuerza de mi brazo ponía en riesgo la vida de quien conmigo se metiera a pelear), ahora he cambiado mucho. Siempre opto por la vía de la disuasión para cobrar o para resolver los problemas, que gracias a Dios ya no los tengo porque los evito. Mire mijo: para mí es más importante mi trabajo, mi reputación y mi palabra que cualquier cosa. Esa llave que usted ve allí colgada junto al cuaderno de los tramposos es de alguna persona a quien se le quedó aquí, no es mía, yo sé que su dueño algún día volverá a mi negocio y aquí va a encontrar lo que se le perdió. Así soy yo mijo! … qué culpa tengo si así he sido toda la vida. Nadie me va a cambiar!
Podría escribir muchas páginas sobre este hombre, pero es mejor que cuando usted viaje a Puerto Leguízamo se deje atender con un jugo de caña o un batido de leche elaborado con el alma por Emilio Cuenca y de paso escuche las mil anécdotas sobre este personaje y las disfrute, como aquella en la cual una persona hace muchos años le fue a pedir una recomendación escrita para poder trabajar en la Base Naval. Era la costumbre. Muy comedidamente se la elaboró dado que el interesado no sabía leer ni escribir. Cuando el sorprendido empleador militar la leyó, le preguntó al aspirante si sabía qué decía al final de su recomendación. Emilio le había dado las referencias formales para estos casos, que conocía de vista y de trato al citado joven pero había rematado su recomendación con una especie de postdata y decía: “Aclaro, nunca he conocido a alguien que recién dado de baja de su servicio militar no haya por lo menos, probado la marihuana”, y su recomendado precisamente era una persona que acababa de prestar el servicio militar.
“Qué hago mijo, así soy yo. No ando con medias tintas nunca” fue su respuesta cuando le pregunté sobre la veracidad de la mencionada recomendación que en algún anaquel de la Base Naval debe reposar.
Entendí que personas tan directas y francas en sus opiniones nos invitan a reflexionar acerca de tantas comedias que con frecuencia se montan en nuestro país pero también que donde menos usted piensa se encuentra con personajes que temporalmente poseen una llave, la llave que abre las puertas de la esperanza de un país de hombres y mujeres mejores o que tal vez sean los dueños de esa llave que abre las puertas de la felicidad. No alcanzo a dimensionar lo que puede pasar con Puerto Leguízamo cuando le falte la ceiba o cuando le falte Emilio Cuenca.
Postdata: Emilio Cuenca les ruega a las entidades competentes en el Putumayo la tarea urgente de acometer una reforestación de ceibas sobre el Putumayo pues ellas además de romper la monotonía del paisaje sobre el río nos recordaría lo importante que fueron para nuestros primeros pobladores, es decir nuestros indígenas. Servirían de albergue para muchas especies vegetales que de ellas viven y además sería un mínimo reconocimiento a nuestros ancestros. Dice con su sonrisa pícara, para rematar, que hay más probabilidades que las ceibas sobrevivan a Emilio cuando sea llamado a rendir cuentas arriba. El se va, ellas quedan.
Guido Revelo Calderón Puerto Leguízamo, Enero de 2013