Cabe insistir en la necesidad de abordar cada caso de insolvencia financiera en su complejidad y características únicas.
En una reciente entrevista por el inicio del proceso de paz, el presidente Santos mencionó una cátedra que tomó hace años con el profesor Ernest May de la Universidad de Harvard titulada “Los usos de la historia para resolver conflictos”.
Una parte central de la tesis de May (y de Richard Neustadt, coautor del libro “Pensando en tiempo”) es el uso y abuso de las analogías históricas para resolver los problemas del presente.
Usualmente, el funcionario público de nivel directivo que enfrenta una crisis o una decisión importante evalúa su problema usando el prisma de las experiencias pasadas.
Lo mismo ocurre con la opinión especializada, que recurre de manera casi que inconsciente a recursos analógicos para analizar determinada coyuntura.
Así, por ejemplo, cuando el burgomaestre de Bogotá propone acabar con el modelo de concesión vigente para la recolección de basuras, la palabra “Edis” inmediatamente salta a la mente y la experiencia de la fracasada Empresa Distrital de Servicios Públicos se convierte en el referente de la discusión. También es el caso de los diálogos actuales con las Farc, los cuales se desarrollan sobre la pesada sombra de los traumas del Caguán.
Los profesores May y Neustadt dedican su obra a alertar sobre la utilización ligera de las analogías.
Si bien es cierto que la historia se repite, siempre lo hace de forma diferente. Las experiencias pasadas pueden servir como herramientas para diseccionar el presente, para entender cómo y porqué piensan de cierta manera las personas y las instituciones y, eventualmente, para formular cursos futuros de acción. Pero el abuso de la analogía histórica puede ser catastrófico.
May y Neustadt ilustran este punto con dos guerras innecesarias. Una en Corea, donde el pensamiento estratégico estaba impregnado por el suceso del apaciguamiento a los Nazis en los años 30, lo que llevó a los analistas a tomar las medidas bélicas para “evitar otro Munich”, decisión que al final expandió y prolongó el conflicto más allá de lo necesario y casi provoca una guerra nuclear con China.
La otra es Vietnam, que a su vez fue producto de lo sucedido en Corea, donde se había “parado la caída del dominó” y que, por lo tanto, dentro de ese raciocinio, se ameritaba la presencia de fuerzas terrestres de los EE. UU. para evitar la expansión roja. Como lo dijo después McNamara en sus memorias, ese análisis resultó fatalmente equivocado porque, en realidad, el objetivo del Viet Cong no fue la expansión del comunismo, sino la reunificación de su país.
Todas estas disquisiciones académicas tienen una gran importancia para la coyuntura actual colombiana.
El colapso de la principal comisionista de bolsa, un hecho de gran trascendencia económica, es comparado por la opinión y las autoridades públicas con dos hechos analógicos del pasado.
El primero es el esquema Ponzi, creado por David Murcia y sus cómplices. DMG resultó siendo una pirámide clásica donde no existía actividad o activos subyacentes, sino que los “retornos”, absolutamente desproporcionados, eran pagados con los dineros ingresados por los nuevos incautos.
El segundo es el colapso del Grupo Grancolombiano.
Este conglomerado, el más importante del país en su momento, develó un esquema en el que se usaba crédito con entes vinculados para la toma hostil de empresas del sector real. Estos “autopréstamos”, penalizados ex post a la ocurrencia, terminaron llevando a la cárcel a Jaime Michelsen y a varios directivos de su organización.
Aunque el caso de InterBolsa y sus entes vinculados, o posiblemente vinculados, aún está en evolución, es especialmente pertinente hacer un llamado para que se usen prudentemente los precedentes analógicos cuando se formulen decisiones, políticas públicas o incluso, juicios de responsabilidades.
Si bien hasta el momento todos los escenarios deben considerarse, hay que tener en cuenta la gran distancia entre La Hormiga, Putumayo y la Avenida 82 de Bogotá; o al mercado financiero cerrado y pastoril de finales de los 70 y la Colombia globalizada de hoy. Son distancias geográficas, ideológicas, sociales, económicas e históricas que, a lo menos, ameritan una pausada reflexión. Por supuesto que algunas cosas nunca cambian.
La codicia, el riesgo desmedido y el desprecio por las normas legales y éticas son constantes a través del tiempo y la geografía. Ponzi, Madoff, Stanford, Murcia, Milken, Gaitán Mahecha, Boesky, Carlos Alfredo Suárez y Nick Leeson puede que no se conozcan, pero comparten rasgos que los hacen pertenecer a la grotesca hermandad mundial de los defraudadores.
No obstante, cabe insistir en la necesidad de abordar cada caso de insolvencia financiera en su complejidad y características únicas. De lo contrario, se corre el riesgo de confundir los hechos, los responsables y sobre todo los problemas, lo cual, además de hacer mucho más difícil la solución de los mismos, oscurece las lecciones que se deben aprender de estos.
Al fin y al cabo, como decía Santayana, si quienes no conocen el pasado están condenados a repetirlo, quienes los conocen mal están condenados a repetirlo aún peor.
Luis Guillermo Vélez Cabrera Superintendente de Sociedades