Mitad ángeles, mitad demonios

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Carlos Jacanamijoy pinta sobre la piel, fotografía de Mauricio Vélez

GUSTAVO TATIS GUERRA – ElUniversal

Todo paraíso tiene su infierno, pero no hay viceversa. El infierno no tiene paraíso. Las inquietantes y bellísimas fotografías de Mauricio Vélez que exhibe hoy en Cartagena en el lugar emblemático del bien y el mal colonial Cartagena: el Palacio de la Inquisición, son una compleja y rotunda obra de arte.
El solo proceso de elegir a un grupo de artistas representativos de Colombia como David Manzur, Carlos Jacaminojoy, Darío Ortiz, Luis Vargas, Venus White, Walbert Pérez y Eivar Moya, Jorge Mantilla Caballero, Marco Mejia, Leovardo Pérez, Carlos Mazo, Alex Rodriguez y Joel Grossman, para que forjaran su obra en el formato más delicado de este universo: la piel de una criatura desnuda.

Hay en este proceso una mirada ingeniosa, nada ortodoxa ni moralista, atrevida y arriesgada, como la lengua del diablito que bordea los límites del abismo carnal en las pintura de Darío Ortiz o el San Sebastián elegido por David Manzur que parece salido de sus propias pinturas o esa monja con cinturón de castidad al pie del fuego de sus propias oraciones. Y el juicio de ese sacerdote pedófilo que desnuda su propia aberración bajo una falsa santidad. Hay algo más que sátira e ironía entre esos límites erráticos entre el bien y el mal. Hay una exploración estética y ética de un mundo fragmentado por las contradicciones y los prejuicios. Hay una apuesta artística en cada obra que registra el lente de Mauricio Vélez, para quien hay “tanta luz en la oscuridad y tanta contingencia humana entre ese bien y ese mal, desde que nos despertamos hasta que nos dormimos, y en cada instante de nuestra existencia”. La magnífica curaduría de esta extraordinaria exposición es de María del Pilar Rodríguez, para quien la altura y desafío de Mauricio le permitirán abrir nuevos cauces en su quehacer artístico, luego de esta obra contundente.

Lo que este artista busca en cada obra es una fotografía impecable, con un riguroso manejo de la iluminación y los claros y oscuros. “Que cada obra se defendiera sola como arte”, era el propósito de Mauricio y lo ha logrado con el coraje de los buceadores abisales de la belleza.


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Y los artistas han hecho lo suyo: Carlos Jacanamijoy despierta sus luces nocturnas e iridiscentes, sus plumajes rituales de colores del Putumayo en la sutileza silenciosa de un pubis.

Es una exposición de una inusual belleza que conjuga la memoria histórica de una ciudad como Cartagena de Indias en donde los sacerdotes del Tribunal de la Inquisición juzgaban las herejías y las brujerías y medían casi todo desde la apariencia corporal: la mujer delgada y pecosa era una sospechosa bruja que podía elevarse en cualquier momento. Una mujer sensual que inquietaba las miradas de los hombres en las noches de la Colonia podía ser llevada a la hoguera. Una mujer incapaz de llorar podía ser juzgada de hereje. Y otra mujer capaz de desnudarse el torso bajo la luna de la Colonia estaba señalada ya por la muerte y el juicio de los inquisidores. Y duraron demasiado en Cartagena de Indias: 212 años que dejaron entre nosotros un alma de impiedad e intolerancia amurallada.

Aún a estas alturas del siglo veintiuno reaparecen los inquisidores dentro y fuera de nuestras casas castigando y estigmatizando a nuestras mujeres. Y sospechando que detrás de cada sensualidad y sentido del ritmo hay una secreta perversión.

Qué bella exposición para los sentidos pero también para los sentimientos y para encontrar ese paraíso huidizo e invisible que persiguen los infiernos.


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