PALABRAS INTRODUCTORIAS DE JORGE FUERBRINGER BERMEO PARA PRESENTAR LIBRO “ANHELOS DE DIGNIDAD” EN LA MULTIVERSIDAD VALEOLÓGICA PARA LA AUDIENCIA PUTUMAYENSE Y COLOMBIANA, DESPUÉS DEL ACTO REALIZADO EN EL TEATRO JULIO GLOCKNER DE LA BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA (BUAP) EN LA CIUDAD DE PUEBLA MÉXICO, EL DÍA 31 DE DE MAYO DEL 2012.
Amigas y amigos:
Antes de entrar en detalles quisiera referirme al concepto que conforma el eje mismo del libro:
¿Qué es la dignidad?
En su sentido profundo, la dignidad es una cualidad humana que depende de la racionalidad. Sólo los seres humanos están capacitados para mejorar su vida a partir del libre albedrío y el ejercicio de la libertad individual.
En este sentido, la dignidad está vinculada con la autonomía y la autarquía del hombre que se gobierna a sí mismo con rectitud y honradez.
Desde esta perspectiva quiero rendir homenaje a mis padres Georg Fuerbringer Thüring (8/II/1908 Plankenfels, Alemania – 3/VI/1988, Mocoa Putumayo) y María Concepción Bermeo Macías (18/XI/26, Descansé, Cauca – 30/III/2001, Puebla, Pue. México) y a mis compañeros de siempre:
Carlos Hernán Ríos Paz y a la memoria de su padre don Hernán Ríos González gobernante del Putumayo en los años 60 y el resto del siglo XX con su fructífera labor por el bien del Putumayo, a Oscar Homero López, persona solidaria conmigo en las buenas y en las malas, desde hace más de 30 años, a los cultores Pedro Ángel Vivas, Luis Parménides Guerrero, en Mocoa que me han animado siempre a seguir adelante, a Jorge Washington Coronel con quien frecuentemente comparto muchos aspectos literarios, también del Putumayo, poeta, escritor y colega, catedrático en el área de la física y las ciencias exactas en la Universidad del Cauca, en Popayán, a Mädy, mi hermana que hoy me acompaña, a Fausto Gutiérrez Ramírez, poblano que con su fiel compañera la guitarra, siempre ha participado con nosotros en eventos especiales, a la poetisa Edith Cruz Rodríguez y al administrador educativo Carlos Ávila Pena, distinguidos maestros de la Secretaría de Educación del Estado de Puebla, a mis hijos Jorge Luis, que se encuentra fuera del país y Carlos Hernán, quienes escribieron los prolegómenos de esta obra, y a los miles de compatriotas allá en Colombia y Putumayo, que sería imposible enunciar sus nombres aquí, pero a quienes recuerdo con singular cariño, a mis amigos y amigas dispersos en el orbe y a mis nuevas amistadas aquí en este hermoso país azteca.
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Lanzarse a navegar en las 498 páginas de ANHELOS DE DIGNIDAD, redactadas de manera sencilla y terrenal, es el encuentro progresivo con lo que he pergeñado y trato de trasmitir como remembranzas de un pasado que ilustra el presente y nos hace mirar el futuro, descubriendo algunos aspectos cotidianos e ignotos de una valiosa y gran comunidad, de un sector de nuestra Amazonía colombiana, y que se encontraban ocultos en el chip de mi memoria.
De niño me embelesaban y hoy siguen encantando los escritos de Stefan Zweig, Graham Green, Ernest Hemingway, Charles Dickens, Saint-Exupéry, Dostoievski, García Lorca, Monteiro Lobato, Gogol, Ruyard Kipling, León Tolstoi, Cervantes Saavedra. Ni qué decir de los viajes de Humboldt y Bon-Plant a Sur América, las aventuras de José Eustacio Rivera, las estrategias planificadoras del general prusiano Karl Von Clausewitz, las biografías de Simón Bolívar, O. Higings, San Martín, las aventuras de René de Chateubriand que no escribía lo que miraba sino lo que sentía en sus viajes, y las historias de vida de esas personalidades que dejaron huella en mi patria y en el mundo entero.
Quiero remembrar que también leía y sigo leyendo los poemas de José Hernández donde personaliza al indio gaucho Martín Fierro, y cuanto libro de aventuras llagase a mis manos y que papá nos proporcionaba en inglés o en español, que me hacían soñar con escribir algún día sin definir el género que adoptaría, cosa que no ha sido fácil para mí cuando el destino literario me catapultó para que redacte lo que a mi mente bien llegase.
Mi admiración y respeto a esas personas sencillas y humildes que también he conocido desde niño, que no escriben, pero que son parte de una sociedad pujante, de quienes no se habla sino antes de elecciones, aunque tengan mucho que enseñar y nosotros aprender, y que he tratado de rescatar por lo menos algunos nombres en estas páginas.
Algunos párrafos se inspiran en algo que todavía no sabría explicar y que son parte de la propia historia de nuestros ancestros alemanes, o de mi padre en la primera guerra mundial como niño y adolecente, o allá en las ardientes barracas del desierto argelino como soldado legionario al servicio del ejercito francés, de sus peripecias hasta llegar a nuestra América y más tarde al Sur de Colombia, de su vida en su vergel hasta cuando cerró su ciclo vital en Mocoa el 3 de junio del año 1988. También de mi madre que culminó su existir en el año 2001, aquí en esta ciudad de Puebla de los Ángeles.
Coetáneos amigos de verdad y compatriotas en el Putumayo que nacieron o llegaron hacer patria, fragmentos de mi vida y de la de Mädy como niños campesinos en la vereda de Rumiyaco, pero formados en torno a una cultura teutona, circundados de amistades en el sincretismo de las etnias inga, y a mis 12 años conviviendo con papá explorando las selvas de La Hormiga y San Miguel, el encuentro con las culturas inganas, sionas y kofanes. Me enorgullece haber tenido una infantil experiencia tan paradigmática, que dejó en lo más profundo de mi ser una imborrable impronta de un pasado agreste y feliz.
Luego, las experiencias como hombre al servicio de los otros, bien fuese fomentando la industria ganadera al gerenciar un próspero Fondo Ganadero, o trabajando por el proceso de paz con el movimiento guerrillero M-19 y su comando sur, durante el gobierno del presidente Betancur en 1981, siendo joven para ello, con las complejas consecuencias que esto nos acarreó a mí, a Mädy, a muchos compañeros de trabajo, vivenciando los problemas y las insidias del poder como jefe de gobierno en 4 oportunidades, 3 en Putumayo y 1 en Amazonas.
Algo que también marcó mi vida como Gerente General de la Corporación de la Recreación Popular para la Intendencias y Comisarías RECREACIONALES –nombre que se daba a grandes regiones en la América colonial y en Colombia hasta 1991– en más de media geografía nacional al incursionar en tierras que no había soñado, me subyugaban y siguen subyugando: la enigmática Amazonía, la Orinoquia y esos inmensos llanos y sabanas orientales de Arauca y Casanare, henchidas de instrumentos musicales con esa guitarras especiales llamadas cuatros, las bandolas, guacharacas, güiros, arpas y maracas que acompañan al contrapunteo improvisado y su folklor autóctono, tan colorido como su propia estirpe, con una fauna tropical exótica colmada de garzas corocoras color rosa, chigüiros y alcaravanes compañeros, con innumerables hatos ganaderos y sus tradicionales vaqueros en esas inmensas lejanías y llanuras como las describía magistralmente el cantautor fallecido antes de tiempo, Arnulfo Briseño, con su gente noble pletórica de leyendas y misterios que le cantan sus poemas a la cotidianeidad del llano, al amor, a la vida, y que inspiran la portada de esta obra.
Hoy, con carrera profesional, una maestría, un doctorado y otras especialidades, la vida me ha permitido fungir como investigador y académico en país ajeno, con sentimientos de un ser humano como cualquier mortal, inquieto por los aspectos político-sociales, culturales e intelectuales de América y del mundo, escoltado de gratos momentos pero también de pasajes de mi vida entremezclados con acíbar. Mis periplos hasta el corazón de las selváticas entrañas en nuestra propia tierra amazonense y mis andanzas por el orbe desde lo mas austral de Sur América hasta el Viejo Mundo, como incansable peregrino voy urdiendo mis ideas y remembranzas autobiográficas, sociológicas, antropológicas, humanísticas, políticas y costumbristas en esa intrincada red de mis neuronas, plasmo sentimientos muchas veces con amor y con nostalgia en estas narraciones que hoy comparto con todos quienes se interesen en ello.
Pero ANHELOS DE DIGNIDAD también sintetiza parte de la vida de decenas de amigos y amigas, y de diferentes personalidades no necesariamente encumbradas pero sí olvidadas por esa mal llamada sociedad que la considero hipócrita, de hechos que de manera lenta se imbrican progresivamente con el trascurrir del tiempo, y otros que se van borrando del imaginario de las nuevas generaciones.
En suma, son la remembranza de un pueblo y de parte de su gente vista desde México con ojos de realismo. Sí, de ese realismo mágico que por vez primera describieron los novelistas (la chilena María Elena Bombay en 1933, el venezolano Arthur Uslar Pietri, por allá en 1936 o el suizo nacionalizado cubano, Alejo Carpentier, en la misma década) .
Ojalá que estas sencillas percepciones escritas y grabadas en archivos magnéticos y enviadas por el ciberespacio, queden consignadas por lo menos en la memoria de unos cuantos amigos y compatriotas capaces de comprender y valorar este esfuerzo colectivo, porque ANHELOS DE DIGNIDAD no es una obra personal sino la de un conglomerado social donde cada cual tiene su parte, de un pueblo noble, trabajador y luchador por un mundo mejor a quien admiro y amo con singular cariño y devoción.
Es el empeño de muchas personas, familiares, amigos y amigas que protagonizan y me han dado aliento para hacerlo. Es a ellos a quienes pertenece, por que allá en esa región austral de nuestra patria colombiana se encuentran amalgamados mis sueños, luchas, triunfos, sinsabores, frustraciones y añoranzas.
En este libro, describo las virtudes y los logros de las personas a quienes hago referencia y que contribuyeron a forjar en algún momento parte de mi vida y de nuestra historia regional desde diferentes ángulos en ese Putumayo imaginario y profundo término utilizado por el etnólogo y antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla cuando se refería al México desconocido.
Fustigo duramente en esta obra con sentido constructivo y crítico, muchos abominables aspectos que se salen de las manos de quienes manejan el poder regional, causantes del ancestral y brutal atraso desde comienzos del siglo XX en nuestros pueblos amazónicos, rezago consentido por un gobierno nacional daltónico hacia los problemas sociales que los dejó tomar fuerza y que a todos nos atañe conocer o remembrar.
No quedan por fuera de mi percepción, la indolencia en el servicio que han prestado algunas entidades públicas amparadas desde el sector nacional en esa apartada región que podría equipararse algunas veces a una tierra macondiana como describe a Macondo el Nobel García Márquez, o a la tierra del olvido, esa pegajosa canción que ha circundado el mundo de habla hispana compuesta por el cantautor cartagenero Carlos Vives.
Y aunque hay avances significativos en esa gran región putumayense propiciados por la sociedad civil, otros impulsados por los diferentes actores desde los gobiernos y el parlamento colombiano, como la electrificación, las grandes vías troncales, la restitución de tierras, los diferentes convenios suscritos con el Estado y los gobiernos locales, y otras leyes que indudablemente benefician, todavía hay mucho por hacer en ese imaginario intangible de las personas humanas que a gritos claman se los considere y oriente como tal, como se lo merecen.
Basta realizar un comparativo de lo nuestro con otros departamentos colombianos y dar un vistazo a esa precaria economía en medio de tanta riqueza y abundancia donde las adversas condiciones impiden progresar como se debe, porque los inversionistas se encuentran secuestrados por el miedo.
No es sino observar la morbosa danza de los ensayos infructuosos antes y después de un Plan Colombia con un pueblo que espera soluciones.
Es aquí en esta tierra donde la delincuencia, por algún fenómeno social cuyas causas deben ser escudriñadas profundamente y con la razón de Estado, hace de las suyas en las vías, poblados y ciudades, donde la prostitución deambula descontrolada -hoy conocida con el mote de pre-pagos- está a la orden del día ofreciendo su producto, con nuestros campesinos que se encuentran con escasa alternativa de progreso especialmente en el Medio y Bajo Putumayo, pero eso sí, obnubilados por las ilusiones provenientes de los diferentes ministerios con ideas salidas del rancio imaginario burocrático central, con miles de jóvenes tecnólogos, profesionales o sin titulo, carentes de un horizonte definido para su futuro.
Es allá en el Putumayo donde existen etnias milenarias hoy amenazadas en su sabiduría y sus sagradas tierras ancestrales despojadas velozmente de sus culturas, y unos afro descendientes que llegaron a hacer patria pero hoy en el olvido. La biodiversidad amazónica en proceso de desertización, envenenamiento y aniquilación por la megaminería no sustentable y del ecocidio por múltiples factores que todos conocemos, donde el gobierno nacional conculca con la fuerza bruta mediante la fumigación masiva e inmisericorde con glifosato y otros químicos nocivos para la salud humana y de nuestra pacha mama como la llaman las diferentes etnias, o la gaia como se la imaginaba Hesíodo en la antigua Grecia, o como la describe el Dr. James Lovelock a partir de 1970, por orden del Big Bother de Norte América para destruir los llamados cultivos ilícitos cuyos sub productos son consumidos por más de 35 millones de drogadictos de la Unión Americana. Paralelamente destruye todo lo que toque en esos frágiles suelos latosoles y oxisoles que están en formación, llevando a esa precaria economía a la desaparición absoluta. Las veredas alejadas y olvidadas con hambrientos niños que deambulan como zombis después de las confrontaciones bélicas y las aspersiones aéreas que no solo arrojan esos químicos prohibidos en el país productor de Norte América, sino plomo, bombas y granadas también de la misma procedencia, con sus infantiles almas y mentes destrozadas y envenenadas por el odio y el temor.
Y qué decir de los barrios sub-normales o marginales que conforman anillos de miseria junto con sus habitantes desplazados de la guerra que son miles a quienes sigue ese fantasma, fruto de una confrontación armada interminable los que sistemáticamente por tradición son excluidos por parte del Estado colombiano, donde se les ha negado sus derechos fundamentales suscritos ya en la Carta de las Naciones de 1945 y nuestra Constitución de 1991. Hombres mujeres e infantes portadores de una inmensa dignidad como seres humanos que son y que se mueven cual tsunami, cobijados por la ignominiosa inequidad y la desesperanza a lo largo y ancho de nuestra geografía regional, sin mencionar otros fenómenos que allí están presentes, generadores de violencia armada e inestabilidad social, y de ese cruento estancamiento, situaciones imposibles de atender a cabalidad por parte de los gobiernos locales porque trabajan actualmente con las uñas ante la magnitud de unos problemas creados y otros en formación, con el ingrediente del 2012 que les ha cercenado sus propias regalías petroleras mediante una ley promulgada en este mismo año.
Reconozco la labor de quienes representan a la comunidad ante el Congreso, de una sociedad civil y una juventud beligerante que no ha silenciado su voz, de los funcionarios probos en todos los niveles de la administración y de gobernantes departamentales y locales, todos con la mejor buena voluntad de servir y hacer las cosas bien en ese gran territorio amazónico donde se percibe la ausencia de la construcción del sentido que permea de manera galopante en la comunidad, y donde se aplican “flagrantes vías de hecho” para quedar bien ante unos superiores en algunos mediáticos procesos judiciales promulgados por irresponsables servidores de una justicia hoy en entredicho con testigos mentirosos y peritos sin moral que yo mismo he vivido y conocido, quienes de manera inmisericorde cercenan las ilusiones de por vida de las personas que pasan por sus manos, aplicando leyes y normas interpretadas en no pocas ocasiones a su libre albedrío para demostrar eficacia y eficiencia, vapulean a los indefensos como lo hemos visto todos a través de las noticias nacionales e internacionales y que causan estupor ante la sociedad sensata. Se vulnera flagrantemente los Derechos Humanos por parte del mismo Estado colombiano, reconociendo claro está y públicamente que las leyes son para aplicarlas con el fin de conservar el Estado de derecho, combatir el delito y normar la conducta ciudadana pero con ética y responsabilidad jurídica, reconociendo también que existen muchísimos magistrados, jueces, fiscales, procuradores, policías y militares valerosos y ejemplares para el mundo entero a quienes respetamos y debemos avalar su dignidad y brindar nuestros aplausos.
No oculto en este libro que tenemos una región donde los presupuestos se encuentran emasculados por la danza de la improvisación y la irresponsabilidad política del siglo pasado al despilfarrar recursos financieros en minúsculas obras que hoy no existen, o iniciando proyectos para eliminarlos porque no fueron de interés político o dejarlos inconclusos. Y al nombrar servidores públicos y obreros sin control, por conveniencias partidistas, que con sus pensiones absorben parte de los endebles ingresos dejando al territorio a la deriva financiera y sometido a la ley 550 con rumbo a lo inviable, como ocurrió en el año 1992-1997, situación que me hace hablar con autoridad moral porque me duele lo que ocurre allá, y porque tengo dolor de patria así me encuentre en la distancia.
Estos renglones y palabras pueden ser vistas por algunos como una carta política, y yo diría que sí, pero no como pueden pensar los que leen y los que escuchan, porque política es todo lo que hace o dice el ser humano en torno de algo, de las ciencias, de la intelectualidad, del humanismo, de la vida cotidiana, del saber o de la comunidad sin inmiscuirse necesariamente en ese maremágnum partidista que tanto distancia y daño hace a las personas y que separa a los unos y a los otros, aunque debo reconocer este fenómeno existe en todos los confines del planeta Tierra.
Para terminar les reitero que para conocer mi esquema de pensamiento, no hay duda que tendríamos que analizar también a fondo mis principios de dignidad que plasmo en esta obra, leer y releer mi semblanza y sentimientos por mi patria y por mi pueblo y hoy por este país azteca que lo considero mío, los 10 libros publicados, mas los 15 adicionales de los cuales soy coautor, escritos en patria ajena donde bien cabe el dicho de que “nadie es profeta en su tierra”.
Es aquí desde esta gran metrópoli poblana donde he vivenciado las costumbres de esta nueva patria, su cultura, sus problemas y sus logros, el nuevo impacto académico y laboral en que me ha tocado desenvolverme en estos largos 12 años desde que salimos de Colombia, en un medio social e intelectual de diferente idiosincrasia a la que me había formado y donde había trabajado, alejado de la injuria pueblerina que se aplica a quien logra trascender, de la que también he sido objeto allá en mi tierra como todo hombre luchador social y de gobierno en esta era del vacio como la denomina el filósofo francés Guilles Lipovetsky o de la sociedad liquida vista por el polaco Zygmunt Bauman.
No obstante, hablar de ese Putumayo profundo, imaginario, enigmático, e históricamente saqueado y maltratado desde la explotación del caucho por la peruana Casa Arana a partir de 1890 donde cruentamente se sometió a los nativos a tortura y a trabajos forzados y se aniquiló a nuestros aborígenes por la sed de riquezas materiales, como lo describió el periódico londinense Troust en 1910, y que mencionó a esa selvática región sureña que abarcaba parte de lo que hoy es el departamento del Amazonas hasta el corregimiento de la Chorrera como “El paraíso el diablo”, donde el célebre escritor colombiano José Eustacio Rivera habla más tarde de la crisis cauchera en 1924 en su novela la Vorágine, donde el perverso círculo vicioso se empieza a repetir quizá no con esas mismas connotaciones de hace más de un siglo, pero con nuevas tecnologías que matan y envenenan lentamente con preferencia a los más desvalidos, en ese Putumayo histórico para Colombia que fue escenario de un conflicto bélico con el Perú en los años 1932 y 33 y que hoy sigue teniendo un conflicto armado interno cual espectro incontrolable con la misma intensidad que viví y conocí desde hace más de 30 años y que a diario se fortalece en lugar de disminuir donde la gente y el gobierno nacional ya no recuerda a sus propios muertos generalmente de procedencia campesina, y desde esta otra perspectiva de nuestras vidas y de las vidas de otros compatriotas, porque sé, tienen cosas que aportar. Creo que podríamos escribir mucho más sobre esta tierra, pero para consignarlo en parte, tendríamos que reunirnos a redactar varios volúmenes, idea que como nuevo reto de mi vida no descarto emprender de manera colectiva con quienes se decidan concurrir con algo de lo suyo, al brindarme su apoyo y compañía cuando algún día regrese nuevamente a mi patria colombiana como es mi deseo inalienable.
Para terminar:
Me gustaría que nuestros amigos nos enviaran sus cometarios al facebook que lleva mi nombre o a los correos electrónicos que ya conocen y que reenvíen a sus contactos el presente link que legará a sus manos.
JORGE FUERBRINGER BERMEO bermeoj@yahoo.com.mx