Desde hace mucho tiempo tengo con los indígenas mal llamados huitotos una cercanía que a veces pienso que va más allá de la empatía y posiblemente se acerca a la admiración.
Algunos de ellos vienen al Putumayo a recibir clases cada seis meses, en un viaje que a veces se asemeja más a una odisea. Muy poca gente conoce en el Putumayo un programa de educación superior que la Iglesia Católica desarrolla silenciosamente en la región desde hace cerca de diez años. Es una licenciatura en Etnoeducación con énfasis en Antropología Aplicada dirigida a estudiantes cuya posibilidad de acceder a educación universitaria de calidad es mínima en razón a costos, horarios y modalidad entre otras cosas. En el marco de un convenio tripartita, la Diócesis Mocoa-Sibundoy, la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) y el Instituto Misionero de Antropología (IMA), subsidian a más de cuatrocientos estudiantes que reciben educación superior a un costo que no supera el medio (si, leyó bien: medio) salario mínimo vigente por semestre; hacen estudio presencial durante veintitrés días y al volver a sus casas llevan entre la maleta el encargo de realizar trabajos de campo, siempre contextualizados en función de su lugar de residencia o trabajo. Las clases se reciben en los salones que por vacaciones desocupan los niños o niñas de la Escuela Central de Puerto Asís y a ellos concurren tanto los mejores profesores que la UPB envía desde Medellín como estudiantes de lugares tan diversos como los departamentos de Amazonas, Meta, Nariño, Caquetá, e inclusive nuestro vecino Ecuador, además de los putumayenses.
El inicio de clases es una verdadera fiesta de reencuentros, y cuando la jornada empieza y “mejor se le coge el compás” al ritmo del semestre, este se agota y siempre se queda con el apetito de volver prontamente. Pues bien, en este programa que cuenta con un altísimo porcentaje participativo de grupos étnicos y minoritarios, cursan sus estudios universitarios varios indígenas de la etnia murui (huitoto es un apodo de mal gusto para ellos) que llegan desde El Encanto (Departamento de Amazonas) y cuyo desplazamiento por vía fluvial en lancha rápida (deslizador) les toma dos días en jornada de doce horas cada día. Todos sus trabajos de campo, reitero, por regla general versan sobre asuntos de su comunidad. Hace poco tuve oportunidad de revisar un proyecto de grado que me llamó poderosamente la atención: tenía que ver con su visión del mundo o como dirían los entendidos con su cosmovisión. Técnicamente a estos proyectos los llamamos de “producción cultural”. La riqueza cultural de los pueblos en buena manera se la mide por este tipo de creatividad popular que le da una explicación mítica, metafórica o real a la creación del mundo y sus habitantes. Me permito resumir parte de la mitología del pueblo murui mediante la cual le dan una explicación al origen de muchas cosas de su mundo, y por qué no, del nuestro:
Para los pobladores de El Encanto el ombligo del universo es el territorio donde ellos viven. Este universo tuvo 2 creaciones: la Primera Creación y la Segunda Creación.
Para hablar en términos de hoy, podemos decir que la Primera Creación fue virtual y nació después de que Fusiñamui (El Creador para ellos) tomó yagé. En esta creación aparecieron y se clasificaron muchas cosas especialmente las que tenían movimiento propio, es decir las que tenían vida: los árboles se ordenaron del más grande al más pequeño, las plantas se separaron entre las buenas y las malas. En esta creación el mundo se creó de forma fantástica.
Fusiñamui vuelve a tomar yagé y procede ahora a humedecer la tierra, es decir, hace aparecer el líquido vital, el agua, y logra hacer del mundo fantástico (de los sueños) un mundo real. Es esta la Segunda Creación y ahora con el agua empieza a existir fertilidad y producción. Los primeros pobladores de la tierra fueron los insectos y las hormigas. Moldea entonces con zumo de almidón de yuca unas figuras que las convierte luego en personas: es el origen del hombre y la mujer. Son los seres imaginados por Fusiñamui, quienes están destinados a vivir en el interior de la tierra. En tales condiciones estas primeras personas tenían rabo y con el paso del tiempo, de tanto vivir en ese hueco dentro de la tierra, se fueron tiznando de negro y gradualmente perdieron el habla; ellos luchaban permanentemente por salir a la superficie, pero el dios malo, Gaimo, lo impedía en la medida que el dios bueno, Jítoma, luchaba para que salieran. En este larguísimo pulso termina ganando Jítoma y en una madrugada, por parejas, empiezan todos esos seres a apretujarse luchando por salir de primeros de ese hueco que estaba situado en el río Cotué. A la salida del hueco se sitúa una avispa de enorme tamaño que les va cortando el rabo con sus grandes pinzas en la medida que estos seres van saliendo, pero era tanto el afán por salir que a veces la avispa no lograba cortarle el rabo a todos. Los que quedaron con cola se convirtieron en animales y se internaron en la selva, los otros se convirtieron en personas y en la medida que estaban afuera, por estar tiznados, fueron a buscar apresuradamente agua para bañarse. Como cerca de allí existe una laguna, se metieron en ella. Su agua era limpia, por lo tanto los que primero se bañaron quedaron bien limpios y de color blanco, los segundos (ya el agua estaba enrarecida) quedaron de color amarillo y los últimos, con el agua llena de tizne quedaron negros: tal es el origen de las razas.
Hasta aquí un aspecto de la mitología del pueblo murui.
Lo anterior no es sino una muestra del amplio y rico mundo mítico de este pueblo que también habita en zonas del Putumayo, pero lo asombroso de todo esto es lo siguiente: hace unos años tuve la fortuna, después de muchos intentos, de contar con la autorización de Monseñor Luis Alberto Parra para acceder a algunos documentos que necesitaba consultar en el inexpugnable archivo de la Diócesis de Sibundoy. Una buena hermana, sor Lucía creo que se llamaba y encargada de tales archivos, todas las mañanas religiosamente me dejaba sobre el nochero una buena cantidad de documentos relativos a mi búsqueda, aunque no faltó uno que otro documento no pertinente, que se entreveró en el paquete. Uno de ellos me interesó y como me habían facilitado una fotocopiadora adjunta a la biblioteca de marras, lo fotocopié. Correspondía a un trabajo investigativo del CILEAC (Centro de Investigaciones Lingüísticas y Etnográficas de la Amazonia Colombiana) y en tal documento recogían los capuchinos catalanes de esa época -1.908 aproximadamente- , como si fuera en papel al carbón (sé que ya no se usa pero es lo más aproximado que encuentro para describir el suceso), exactamente lo que les acabo de narrar sobre la mitología de mis admirados murui. Anoto nuevamente que los capuchinos recogieron tales experiencias hace más de 100 años.
Pregunto finalmente: cómo no admirar a un pueblo que en el transcurso del tiempo, sin poseer la técnica de la grafía, logra conservar su tradición tan fielmente a través de la oralidad? Creo que muchas personas van a estar de acuerdo conmigo en que nuestros pueblos poseen una riqueza cultural no dimensionada por sus compatriotas. Son sencillamente admirables!
Guido Revelo CalderónPuerto Asís, Putumayo, Junio 5 de 2011