“Por un delfín pagan hasta $45.000”

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Fernando Trujillo, en el rescate de un delfín que había quedado atrapado en una laguna. Foto: Cortesía Fundación Omacha

ElEspectador.com.co

El director de la Fundación Omacha regresa al Amazonas para estudiar estos mamíferos y luchar para que no los maten.

Una vez más Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha, empaca maletas para embarcarse en una travesía por los ríos de la Amazonia. Esta vez zarpará de Puerto Leguízamo, junto con un equipo de 11 personas, para contar delfines en el río Putumayo.

La labor que ha desarrollado a lo largo de casi 25 años a favor de los mamíferos acuáticos lo han convertido en una figura reconocida mundialmente. En 2008, en Inglaterra, los premios Whitley y Whitley de Oro, considerados por muchos una especie de Premio Nobel en el campo ambiental. El sinnúmero de amenazas que rondan a sus adorados delfines no logran hacer mella en su inquebrantable voluntad por conservarlos.


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¿Cuánto tiempo tardará el censo?

Empezó ayer 2 de junio y va hasta el 13 de junio. Son 11 días de expedición. Salimos de Puerto Leguízamo en Putumayo, subimos por el río hasta el área trifronteriza donde está el Parque Nacional de Cuyabeno (en Perú), la Zona Reservada Güepí (Ecuador) y el Parque Nacional La Paya (Colombia). Luego volvemos a Puerto Leguízamo y bajamos hacia Tarapacá. Vamos a coincidir con una expedición de la Armada. El plan es repartir unas cuatro toneladas de juguetes, útiles escolares y ropa a las comunidades indígenas. Las recogimos gracias a donaciones de empresas como Cafam y Totto. Se van a repartir por el río Putumayo con un mensaje ambiental.

¿Cuál es el objetivo de estos censos?

Queremos cubrir la parte trinacional, porque nos parece que la densidad de delfines es muy baja en esa zona. Queremos ver por qué y cuáles son las circunstancias. Queremos hacer un diagnóstico de ecosistemas acuáticos y que se tengan en cuenta como posibles áreas protegidas. La mayoría están pensadas desde un punto de vista terrestre. Lo que hemos hecho con el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) es convertir al delfín en una excusa para que los gobiernos piensen en sus ecosistemas acuáticos. Hemos recorrido 7.000 kilómetros de río en 11 expediciones. Hemos logrado llamar la atención sobre el mal manejo pesquero, la contaminación por mercurio, la deforestación y las capturas dirigidas de delfines.


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¿Qué diferencias hay en esta expedición con respecto a otras?

Creo que ya tenemos más clara la parte metodológica, conocemos el río, es una época climática interesante para tomar muestras. El agua está bajando en esa parte de la Amazonia y los delfines salen de los ríos tributarios al principal. Los encontraremos en mayor abundancia.

¿Quiénes participan de otros países?

Viene un investigador de Ecuador con experiencia en delfines. La idea es que funcionarios de los tres parques participen. De aquí va una de nuestras investigadores, que está haciendo su doctorado en Inglaterra, alguien del Instituto Humboldt y de Corpoamazonia. En total, somos 11 personas. Lo interesante de estas investigaciones es que logramos crear el Plan de Acción Suramericano para Delfines de Río, que es toda la estrategia para conservarlos.

¿Cuáles son esas amenazas?

Una es la matanza de la que están siendo objeto actualmente para usarlos como carnada y capturar la mota, que es el pez que nos venden en Bogotá, Medellín y Cali con el seudónimo de capaz. El capaz viene del Magdalena, pero como las poblaciones fueron colapsando, el mercado cayó y los comerciantes de Amazonas se dieron cuenta de que podían reemplazarlo con otra especie. Si vas a un supermercado donde dice capaz y tiene puntos es en realidad un pez carroñero del Amazonas. Para capturarlo se matan delfines, se meten en una jaula, se hunde y ahí se atraen estos peces. Estamos hablando de miles de toneladas que llegan a Bogotá. En Brasil hay un estimado, sólo en un sector: se están matando 1.600 delfines. Por un delfín pagan hasta $45.000.

¿Cómo ve el problema de las hidroeléctricas en la Amazonia?

Es otra amenaza. Brasil tiene proyectadas 72 hidroeléctricas en tributarios del río Amazonas. Esto ha creado un debate en el mundo. Están proyectando construir unos canales para los peces, pero eso no garantiza que no lleguen a turbinas y sean destrozados. Eso va a tener un impacto increíble en seguridad alimentaria de pueblos amazónicos.

Ustedes también han investigado el asunto de la contaminación por mercurio.

Tenemos más de 200.000 toneladas de mercurio en el río Amazonas. Empezamos a hacer análisis en las cuencas de Orinoco y Amazonas. Los peces que nos estamos comiendo tienen cantidades superiores a las permitidas por la Organización Mundial de la Salud. ¿Por qué nuestros peces tienen mercurio? Porque en Venezuela y Brasil hay mucha minería y éstos son peces migratorios. Cuando llegan acá tienen más mercurio que cerca de las minas. Ahí hay un problema de transferencia de tóxicos entre países. Es un tema sensible y delicado. Lo que tiene que hacer el gobierno son unos estudios serios de muestras en los mercados donde se está consumiendo y tomar decisiones.

Sumando todos los problemas, el panorama parece bastante desolador.

No todo es malo. En conservación uno tiene que ser creativo y estamos buscando oportunidades en los problemas. Por ejemplo, creamos una asociación de mujeres de pescadores, les dimos un curso con el Sena y se montó una empresa para procesar todos los peces que ellos dicen que pierden por la competencia con los delfines y otras especies. Esos pescados se filetean y se hacen hamburguesas. Las mujeres ya tienen un contrato de 13.000 hamburguesas por semana. Están generando intercambio con mujeres del Pacífico.

¿Cómo convencer a las personas para que conserven a los delfines?

Queremos impulsar un certificado internacional de buenas prácticas de observación de delfines. Hicimos una valoración económica en Leticia, que se ha ido consolidando como destino turístico. Se reciben 32.000 turistas al año que generan US$8 millones. Es una cifra importante. La extracción de todos los peces ornamentales de Colombia genera US$7 millones. Quiere decir que la actividad turística genera más y es algo sostenible. Hemos creado proyectos locales de turismo con comunidades indígenas. Si hacemos cuentas, cada delfín de la zona aporta anualmente US$30.000. ¿Qué es más inteligente? Dejarlo vivo y llevar turistas o matar un delfín para capturar peces. Estamos usando ese tipo de reflexiones para educar a las comunidades.

Pablo Correa | EL ESPECTADOR


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