Hernán Estupiñán – 02/21/10
En momentos en que Colombia se debate entre hecatombes, campañas políticas, escándalos, avalancha de “redentores” y referendos; el pueblo embrutecido por narconovelas y cuatrienales promesas exclama: ¡Ooh, y ahora, quién podrá defendernos!
Algunos invocan al Chapulín Colorado, otros a Spiderman, los soñadores claman por Robin Hood y no falta quien se bañe con agua de borrachero y hasta con agüita de ruda para alejar las malas energías.
Como es obvio y predecible, de entre el selecto ramillete de salvadores surge la imagen y la voz de algunos políticos o politiqueros, no se sabe, diciendo: nosotros, la doctora fulanita de tal y el doctor zutanito los salvaremos de tan angustiosa situación.
Así es, dondequiera que se invoque al Chapulín Colorado, aparece como por arte de magia un político o politiquero no se sabe, para autoproclamarse, al mejor estilo de Robin Hood, el defensor de los pobres y los desamparados o sea de los que ponen los votos y los muertos.
Triste admitirlo, pero en este país, consagrado cada año al Sagrado Corazón de Jesús, se confunde fácilmente los términos político y politiquero. Igual de triste, para insultar a alguien no le lanzan el fuerte y disonante improperio que todos sabemos y abreviamos con las siglas HP, simplemente le dicen politiquero. Más triste aún, para reducir a la mínima expresión a una persona le llaman, eso si, con mordaz intención, “doctor”.
Para evitar dicha ambigüedad, pero sobre todo para reconocer y resaltar a los buenos políticos, que los hay en buena cantidad y con inmejorables condiciones, se propone este paralelo entre político y politiquero:
• El buen político es altruista, tiene pasta de estadista, consagra su noble misión al interés común y servicio a los demás, además piensa en las futuras generaciones.
• El politiquero tiene pasta de eso, de politiquero, dedica su trabajo al interés particular, al propio enriquecimiento y a la simple vanidad, carece de grandeza, de proyección histórica, de perspectivas ideológicas. Se desenvuelve en medio de la maquinación ruin, la vulgaridad, el mimetismo, las tránsfugas, la ausencia de ideas y la carencia de ideales. La politiquería sobrevive en medio de intrigas, maniobras y bajezas.
• El buen político construye su imagen a partir de sus actuaciones, de su lealtad al ideario político de su partido y sobre todo con su proceder diario basado en actitudes coherentes con sus discursos. No necesita mucho de la publicidad, de los afiches y menos de las entrevistas de periodistas parcializados.
• El politiquero no puede vivir sin la publicidad y los afiches, vive del auto elogio y la megalomanía y la única imagen que tienen es la que les dan los medios y algunos amigotes periodistas, viven pregonando lo que hicieron y prometiendo pendejadas inalcanzables.
• El buen político no se preocupa de sus rivales, fundamenta su éxito en su honesto proceder y eficiente desempeño de los cargos públicos que ha ocupado. Ve a los otros candidatos como dignos contendientes y siempre queda de amigo, gane quien gane.
• El politiquero emplea todo a su alcance para denigrar del otro candidato a quien ve como un enemigo a quien derrotar. En muchos casos han optado por desaparecerlos físicamente. Siempre esta pendiente de los errores y metidas de pata de los rivales. Cree firmemente que hablando mal de los otros, su imagen mejora por arte de magia y la gente va a correr desesperada a votar por ellos.
• El buen político infunde autoridad y genera respeto comenzando con su imagen física, es excelente para escuchar a los demás, es mesurado pero elegante en el vestido y su forma de emplear el lenguaje es fiel reflejo de su grandeza como persona y como estadista
• El politiquero inspira risa y comentarios burlones, incluidos sus más cercanos asesores, no sabe escuchar a los demás pero sí quiere que todo el mundo le escuche. Sobre la manera como usa el lenguaje, ni hablar; es incoherente, ordinario y repetitivo.
• El buen político conoce la legislación colombiana con lujo de detalles y lo más importante, legisla acorde con las circunstancias históricas, no hace suposiciones, respeta la ley pero no se arrodilla ante la norma y sobre todo cuando van en contra de los intereses de las comunidades.
• El politiquero es leguleyo y se jacta de su innata capacidad de gestión (así haya sido elegido para legislar), sólo apoya lo que le ordena su jefe inmediato, es arrodillado a la norma, perjudique a quien perjudique y cree que la Constitución es un panfleto de normas que se puede modificar alegremente como se cambia un reglamento de fútbol.
• El buen político piensa en el interés común, plantea cambios estructurales y propugna por el bienestar y tranquilidad, sobre todo para la generación que viene detrás.
• El politiquero cree que una remesa es la solución, que una limosna con ropajes de subsidio arregla lo que viene dañado desde principios de siglo, de siglo IXX.
• El buen político es coherente entre lo que dice y lo que hace, en palabras de Arjona el buen político es verbo y no sustantivo.
• El politiquero es exactamente lo contrario, puro blabla, pura retórica barata y discursos veintejulieros. Es una utopía creer que un politiquero va a cumplir siquiera el 5% de lo que promete en la calentura alienante de las campañas.
• El buen político busca que los cargos los empleen los más idóneos y preparados, le asigna a cada quien lo que merece de acuerdo con sus capacidades.
• El politiquero sólo busca empleos y contratos para sus familiares y los testaferros son sus más preciados aliados, por no decir cómplices.
• El buen político tiene una hoja de vida diáfana, expuesta a la vigilancia y seguimiento de la comunidad, limpia y sin nada que esconder.
• El politiquero tiene algo cercano a un prontuario, con más de una sanción del Ministerio Publico y su hoja de vida es una lista inacabable de cursos y cursitos.
• El buen político es inteligente, es idealista, es leal a si mismo, a su partido y sobre todo con la gente que lo eligió. Es fiel en las buenas y en las malas y la gente sabe a que atenerse en momentos de crisis.
• El politiquero se sube al bus de la victoria pero se baja ante la menor dificultad, es oportunista y su atributo mayor es la sagacidad, ante el pueblo se presenta como campeón de la lealtad y se va con el partido contrario en cuanto la brisa sopla en otra dirección, como las cucarachas, el politiquero huye del escenario público en cuanto lo alumbra la luz de la honestidad y sus engañifas son puestas en evidencia.
Cruel realidad, los mejores políticos, los mejores intencionados, los más honestos de nuestros líderes, han sido desplazados del escenario de la política por los menos capaces, por los menos honestos, por los más sagaces. Los más idealistas han entregado su vida luchando por esa utopía posible en que tanto creyeron. Los más oportunistas han llegado al poder para usufructuarlo en unión de su familia y sus más fieles cargaladrillos.