Alfareros del barro: un oficio ancestral en lo profundo del Putumayo

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RadioNacional – La alfarería, un oficio ancestral que se niega a desaparecer y busca convertirse en una salida laboral de los pueblos indígenas.

María Camila González Gómez

La alfarería es el arte de elaborar objetos de barro o arcilla, este oficio le ha permitido al ser humano crear toda clase de enseres y artilugios domésticos a lo largo de la historia. En el alto Putumayo un joven busca conservar esta tradición ancestral enseñando y produciendo diferentes objetos.

Daniel Felipe Hurtado Sánchez, estudiante de geología, se dedica a la alfarería de manera artesanal, usando técnicas ancestrales que han surgido en el sur de Colombia.


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Mantener tradiciones

En el departamento del putumayo, la creación de cerámica se ha visto extinta casi por completo, siendo en el bajo putumayo, donde se conserva mínimamente esta tradición, ya que las comunidades necesitan crear sus objetos para la cocina -como los hornos- buscando un fin utilitario en su diario vivir: cocinar alimentos, transportar agua, y no con la intención de vender o negociar estos implementos.

Mientras que, en el alto Putumayo, en Sibundoy, hay un museo en la biblioteca pública donde se conservan algunas piezas que han sido de tradición nariñense, un legado del pueblo Sol de los Pastos y el pueblo Quillacinga, permaneciendo como el reflejo de lo que las comunidades miraban y aprendían.

La creación de la cerámica en Sibundoy ha tenido un enfoque ceremonial y funerario, pues las comunidades realizaban sus ofrendas en esos recipientes de barro. Además, en el museo se encuentran urnas funerarias donde enterraban a los seres queridos.


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Daniel ha encontrado la necesidad de crear ideas y estrategias para conservar esta tradición, “hoy en día salimos a caminar a las comunidades, donde los abuelos, que son quienes conservan los diferentes objetos, pero es muy poco el conocimiento que pudieron tener. Recuerdan para qué se utilizaban, pero las técnicas para hacerlo se han perdido y hemos tenido que recurrir a relatos de personas. Es realmente importante porque la tradición estuvo y desde que empezó la colonización se ha ido perdiendo”, destacó Daniel Felipe Hurtado Sánchez, joven alfarero.

En este proceso de trasmisión del conocimiento se ha hecho un trabajo con niños de la comunidad. Luciana Gómez tiene siete años y ha asistido a varias clases para aprender un poco del modelaje de la arcilla y de este oficio ancestral.

“Me gustan mucho las clases porque puedes coger la arcilla que quieras, quitar las piedras, preparar la arcilla; fuimos a cogerla a un derrumbe y me gusta prepararla, soy parte de la escuelita y me encanta. Primero debes prepararla y te va quedando mejor cuando le quitas los palitos y las piedritas (…) aprendí a hacer bolitas, corazones, cositas. La arcilla es muy chévere, yo quería hacer un corazón grande, lo intenté y lo hice en arcilla”, cuenta con emoción.

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Técnicas

Aunque existen objetos tecnológicos como tornos eléctricos, Daniel prefiere hacer todo con sus manos y rescatar esas técnicas que se han utilizado por cientos de años. Con diferentes métodos como el pellizco, que consiste en moldear el objeto o recipiente a partir de una bola de barro, a la cual se le introduce un dedo y va mirando la profundidad mientras pellizca hacia los lados para ensanchar las paredes del recipiente; o la técnica de enrollado, donde se logra aumentar los rollos de barro en las esquinas, a modo de ir creando las paredes; y la técnica de la plancha, que consiste en planchar el barro e ir uniendo el mismo mientras se construye la pieza que se necesita. Según él, estos esos son los métodos más utilizados para crear recipientes.

En el caso de la creación de esculturas, Daniel recomienda ir creando las partes y finalmente unirlas a la pieza principal, es importante el grosor de los objetos que se crean, porque al ser horneados necesitan uno específico para que la pieza no se quiebre.

Resalta además el trabajo con los más pequeños donde no solo aprenden la alfarería, sino también a valorar la madre tierra, su cuidado, y cómo aportar para ello. Paola Andrea Chingal Granda es madre de dos de los asistentes a estos talleres y “es muy gratificante ver a mis hijos que a su corta edad tienen acceso a esta formación tan importante como es la alfarería, donde rescatan nuestros saberes ancestrales y nos conecta a nuestras raíces por medio de ello, así logran plasmar un sentir que queda impreso en una pieza con gran valor, es dejar que su imaginación vuele y los sumerja en la creatividad”.

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Trasmisión a nuevas generaciones

Por medio de talleres, del voz a voz, de personas que se muestran interesadas en el tema, Daniel y sus compañeros Jazmín Revelo y Harold Daniel Luna (Kamëntsa) buscan compartir estos conocimientos, ya que sienten que la pérdida se da por la falta de interés.

“Por parte del estado y entidades públicas que no se encargan del mantenimiento de esas tradiciones; deberían realizar talleres, a nosotros mismos nos ha tocado gestionar espacios para la enseñanza y generar tejido con personas interesadas”.

Jazmín destaca metafóricamente la importancia del uso de la tierra para crear y mantener la memoria, pues “la cerámica es una forma de narrar con los mismos elementos del territorio y dar con la memoria alfarera, que guarda en su oficio crear con las manos untadas de tierra, sino para la misma tierra”.

Con este trabajo, enfocado a la creación de piezas, se busca darle una salida laboral a la comunidad, brindándoles opciones a los artesanos para recuperar la tradición y ver en esa labor un trabajo digno. Si bien, en la antigüedad se le daba un enfoque más ceremonial, divino y de agradecimiento a través de las ofrendas, con este cambio abrupto en el mundo se requiere darle un enfoque más laboral.

A través de este arte milenario se representa a la humanidad. Para las comunidades y los alfareros moldear el barro es “como moldearnos a nosotros mismos”, moldear el mundo a través de imponentes piezas que soportan altos grados de temperatura y se vuelven resistentes al paso de los años.

Daniel cree fielmente que a través de la recuperación de este oficio ancestral y de cualquier arte que construya y se dé con la intención de ser comunidad, de abrir caminos y espacios para el compartir, se construye paz en el territorio y se puede recuperar algo del espíritu de los antepasados.

Es aquí donde confluye el arte y la realidad, el arte se integra a la vida como acción constante en la armonía y el buen vivir que se quiere sembrar.


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