Fuente : MontIdeas
“La medicina cura, la naturaleza sana.” (Proverbio Latino)
Había sido un día bastante caluroso en Mocoa, pero al caer la tarde, el ambiente se puso gris y grandes nubarrones fueron apareciendo en el cielo. Minutos antes de salir de casa, había visto el cielo encapotarse, por eso, había tomado mi capa que la tenía colgada en la azotea, y la había colocada debajo del asiento de mi moto.
Justo un par de minutos después de haber salido de casa empezó a llover, me detuve en el camino, para sacar mi capa, y por primera vez, no pude abrir el seguro, se había trabado, doblé un poco la llave en el afán de abrirlo, pero no fue posible. La lluvia continuaba, así que decidí seguir mi camino. De repente la lluvia arreció, me detuve nuevamente para hacer un segundo intento y tampoco dio resultado, el seguro estaba atascado. Nada que hacer, seguir a la intemperie hasta el lugar al que me dirigía: La peluquería, que por fortuna ya no estaba tan distante de donde estaba.
Cuando llegué, le conté a la peluquera lo que me había pasado, cuando ella me vio todo mojado, y luego nos pusimos a hablar de la lluvia. Me dijo que a ella cuando era niña le encantaba salir a jugar cuando llovía, y que a los chicos de ahora eso parece no gustarles, que prefieren arroparse en las cobijas y ponerse a jugar con el celular.
Me contó que cuando era niña vivía en una finca en la que había una pequeña pendiente y que era feliz jugando con sus hermanos cuando llovía, porque se deslizaban como por un tobogán por la pradera mojada, y se divertían chapoteando en los charcos y en el barro que se formaba. Tanto jugaban en estas condiciones que cierta vez, a su hermana le había caído una infección en una de sus manos. Algo que había empezado como una pequeña molestia, pero con el transcurrir de pocos días se había convertido en un problema y una gran dolencia para la niña ya que la mano había llegado al punto de hinchársele bastante; “su mano parecía un globo” dijo la peluquera.
Ante estas circunstancias los padres habían acudido desde la vereda al médico, y este tras un examen aparentemente minucioso había dictaminado de manera categórica que no había otra solución que amputar la mano de la niña.
Con esta terrible noticia los padres habían vuelto a casa, sin saber que determinación tomar; pero antes de decidir algo le habían consultado a una señora que sabia medicina tradicional y secretos de la selva. Ella había examinado la mano de la niña y en su sabiduría ancestral había dictaminado: “Esto es simplemente “disípela”, tráiganme un sapo pronto.”
Toda la familia había entrado en acción y se había lanzado a la búsqueda y cacería de ese noble batracio, levantaron piedras, movieron troncos, recorrieron charcas, se metieron en montes y en cuanto recoveco pudieron, hasta que, al fin, en medio de los trebejos de la finca encontraron a un pobre sapo grande que descansaba ajeno a lo que le esperaba.
Lo agarraron sin pena y sin ningún signo de repugnancia; lo metieron en una bolsa y lo llevaron en volandas, a donde la doña que lo esperaba. Cuando llegaron allá, la señora había tomado al sapo y con ayuda de un familiar de la niña, lo habían frotado alrededor de la mano hinchada de la niña. “Lo abrieron uno de las patas y otro de las manos y lo restregaban contra la herida de mi hermana”. Dice la peluquera. “El pobre sapo únicamente se hinchaba ante tanta manipulación, pero ellos no le estaban haciendo daño.”
Cuando terminó todo el procedimiento, tomaron al aturdido sapo y lo liberaron en el monte, y como cosa de milagro, en muy poco tiempo la mano de la niña se sanó.
La peluquera terminó su trabajo y su historia; la lluvia ya había amainado un poco; y esta vez al tercer intento pude por fin abrir el seguro del asiento de la moto, saqué la capa para protegerme del agua y me fui pensando en la suerte de la niña al salvar su mano y en el punto triste del relato, pues al parecer lo único malo del “secreto ancestral” es que aparentemente el pobre sapo se lleva consigo la enfermedad.
John Montilla. Texto, fotografía y fotomontaje.
(16-XI- 2019)
jmontideas.blogspot.com