El corazón del Amazonas

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bolivarLa nominación de El abrazo de la serpiente al Óscar, la primera película que lleva a colombianos a tener una butaca reservada en el Dolby Theatre de Hollywood, no solo despertó merecidas alegrías para el cine hecho en esta parte del planeta, sino que sacó a la luz la relación esquizofrénica que buena parte de las sociedades no indígenas tienen con la Amazonia. En las ciudades suele verse la Amazonia como tierra de exuberancia admirable, diversidad cultural, última reserva ambiental y sueños encantados, aunque también tierra de plagas inclementes, o bien, el lugar donde se alojan las “pesadillas de la nación”, como ha advertido la antropóloga Margarita Serje. Y son justamente estas miradas forasteras las que entorpecen el diálogo trasparente sobre un país en común, sobre los destinos cruzados entre indígenas y no indígenas.

Con esta inquietud fui a buscar a Antonio Bolívar, el indígena ocaina que interpreta al viejo Karamakate, en el asentamiento indígena murui del km 7 cerca de la ciudad de Leticia en la Amazonia colombiana. Cuando llegué y pregunté por él, un joven me dijo:

–El abuelo Serpiente no se encuentra.

–¿Le dicen el abuelo Serpiente? –pregunto.


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–Sí, así le dicen, aunque desde que la película fue nominada a los Óscares le dicen Óscar.

Al otro día, mientras esperaba en el bus que sale del centro de Leticia hacia los territorios indígenas cercanos, se subió el mismo Antonio Bolívar. Vestía camiseta verde, pantalón azul oscuro y gorra de béisbol.

–¡Qué gran coincidencia, don Antonio! –le digo–, me dirigía hacia su casa a buscarlo.

Me mira con una noble sonrisa y me dice: –Ah bueno, pues vamos.


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Caminando por la trocha que conduce hacia su casa me pregunta el motivo de mi visita. Le digo que quiero conversar con él y su gente sobre la película, pero más allá de nominaciones y farándula, quiero conversar sobre las voces amazónicas que le dicen algo a este mundo. Antonio guarda silencio. Le pregunto si puedo tomarle algunas fotos y me responde: –Las fotos son a diez mil pesos (tres dólares).

–Entiendo, Antonio –y le digo–: Así será, aquí no puede venir nadie cuando le plazca y disponer de su tiempo y energía sin percatarse de las necesidades económicas que tienen.

El viejo Karamakate concordó con una leve sonrisa.

Cuando estábamos cerca de la gran casa ceremonial, la maloca, como la llaman en la región, en la que suelen realizarse asambleas, bailes rituales, lugar de encuentro y consumo de plantas sagradas como la coca y el tabaco, le ofrezco a Antonio un pescado, un envoltorio de tabaco, cigarrillos, ambil de tabaco (substancia de tabaco mezclada con sales vegetales) y mambe (hojas de coca pulverizadas y mezcladas con ceniza de hojas de yarumo).

–Lo mejor –me dice– es que le entregue el tabaco, los cigarrillos y el pescado a nuestro líder, al dueño de la maloca, Jitoma(Sol en lengua indígena murui),él es nuestra autoridad y yo no puedo pasar por encima de él. Yo soy colaborador dentro de la maloca.

Luego de un largo silencio mientras continuamos caminando Antonio reacciona:

–En la Amazonia hemos vivido en un “abrazo del olvido”, nadie se interesa por lo que le pase a la gente en esta región, solo abandono y conflictos, la película también habla de eso, solo hemos recibido el “abrazo del olvido”.

Le pregunto si su participación ha abierto un camino para enviar ese mensaje.

–Puede ser –dice Antonio–, eso queda en cada cual cuando la vea. Y también nos ha traído chismes, pues en Leticia se dice que yo estoy millonario con la actuación en El abrazo de la serpiente. Eso es mentira, de momento solo me he podido comprar una guadañadora, una motosierra y una planta eléctrica para continuar haciendo la vida en la selva.

Cuando entramos a la maloca seguí los protocolos culturales murui, le entregamos los presentes a Jitoma,el hombre que oficia como líder cultural; intercambiamos ambil de tabaco y mambe, y luego Jitoma de forma ceremoniosa y como si fuera a bendecirnos con un conjuro nos dice:

–Están en su casa, yo debo irme a Leticia, ya llegó el moto-taxi, quedan con Antonio y su hijo Pedro –y salió a toda prisa.

Antonio entonces ocupa el centro del mambeadero, el lugar en el que los hombres consumen coca o mambe, el fino polvo verde de propiedades estimulantes. Karamakate llena sus cachetes de mambe y sin que le pregunte nada comienza diciendo:

–Yo nací en Chorrera, en el río Igara Paraná. Dicen que mi padre era un indígena siona venido del Putumayo, otros me dicen que era de ancestros incas venido del Perú. Me crie con mi madre que era ocaina, pero la que me educa en la cultura es mi abuela.

Por Marco Tobón

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