ElEspectador – Las clases de la Corporación Universitaria Regional Del Caribe IAFIC transcurren en aulas del mismo colegio en el que estudian los hijos de algunos de sus estudiantes. Por ejemplo, los tres de Dulce María Oliveros, comparten recinto con ella. Es una mujer de 32 años que vive en Sincelejo y está a tan solo un semestre de graduarse de la peor de las 187 universidades del país según el Modelo de Indicadores del Desempeño de la Educación Superior (MIDE). Publicado por el Ministerio de Educación en julio del año pasado, el ranquin dejó muy bien paradas a universidades como los Andes, la Nacional, del Rosario y Eafit, pero, de paso, también puso bajo la lupa a universidades que, como la IAFIC, no hubieran mojado prensa de otra manera. Las 10 mejores y las 10 peores, era casi siempre el enfoque del artículo.
“No me he graduado porque me falta $1’400.000 para pagar el último semestre de Contaduría. Pero tan pronto los tenga, vuelvo y me matriculo”, me decía por teléfono Dulce María, a quien poco le importa lo que diga el Ministerio. Para ella, lo que cuenta es el alumno y no la universidad. Lo mismo piensa Hárrison Arrieta, quien se graduó del programa de Contaduría Pública en el segundo semestre de 2015. A principios de este año se mudó a Medellín, consiguió trabajo en una distribuidora de pollos y afirma haber recibido “una educación académicamente sólida, pero deficiente en la parte humana”.
Hárrison dice que la IAFIC no cuenta con enfermería ni biblioteca ni salas de computadores. Mucho menos gimnasio. De hecho, no cuenta con ningún tipo de instalaciones en Sincelejo. Sus alumnos reciben clase en las instalaciones del Instituto Técnico Antonio Prieto, el cual es alquilado por la institución de lunes viernes, en una jornada de 6 a 10 p.m. y los sábados de 6 a.m. a 5 p.m. Durante las demás horas, la IAFIC es más como una idea, más como una representación, menos como un lugar.
Traté de ponerme en contacto con sus directivos para aclarar cómo funciona este curioso modelo educativo, pero la tarea fue más difícil de lo esperado: el sitio web oficial de la universidad sólo ofrece una dirección en Cartagena (ciudad en la que, según Hárrison, sí tiene una sede física), un número telefónico (que aparece desconectado) y un formulario de contacto (que no tiene botón de enviar). Por último, intenté comunicarme con algún vocero de la institución a través de Facebook, pero el administrador de la seccional de Sincelejo de IAFIC tuvo la cortesía de dejarme en “visto” desde ayer, 26 de enero, a las 6:32 p.m.
En sus primeros semestres, Hárrison recuerda haber compartido salón con alrededor de 40 personas más y ver cerca de diez salones llenos en una noche cualquiera. Aparte de Contaduría, la Universidad ofrece programas como Derecho con énfasis marítimo y aduanero, Técnico en operación turística y Técnico en procesos empresariales. Y según su página web, las líneas de investigación en que se especializa son Emprendimiento femenino, Investigación de mercado y Administración turística.
Según Hárrison, la Universidad funciona bajo un modelo similar al de cualquier franquicia: un operador puede utilizar el nombre y la personería jurídica de IAFIC en cualquier región de Colombia. Y, a falta de una confirmación oficial, esto parece ser cierto. A pesar de no ofrecer mayor información para curiosos, la universidad sí tiene un enlace en el que se dirige a sus “señores operadores”, indicándoles cómo reportar la información relacionada con los programas y estudiantes de cada una de sus sedes al Mineducación.
Según este enlace, aparte de Cartagena y Sincelejo, la IAFIC también tiene presencia en Mompox, Cúcuta, Arauca, Barranquilla, Putumayo, Planeta Rica, Montería y Magangué. Sin embargo, no ofrece ninguna dirección aparte de la de la sede principal en Cartagena.
Hasta ahí, eso es lo que se puede saber de la IAFIC por sus canales oficiales. Luego está lo que se puede averiguar a través de sus redes sociales: existen al menos tres páginas distintas para la universidad en Facebook. En una de ellas, ha recibido 17 reseñas, de las cuales 13 le dan cinco estrellas: el puntaje máximo al que una página puede aspirar. Menos popular resulta la actividad de la IAFIC en Twitter: su último tweet fue lanzado en mayo del 2014 y apenas dos personas lo marcaron como favorito, a pesar del contagioso hashtag #soyIAFICsoyfiesta.
Sin embargo, según Dulce María, quien estudiaba únicamente los sábados de 6:00 a.m. a 5:30 p.m., la IAFIC es todo menos fiesta. Dice que es poco común que los estudiantes de la peor universidad de Colombia salgan después de clase a tomarse las polas que para los demás universitarios son sagradas. “La mayoría tenemos familias y trabajos. Además, muchos vienen de pueblos y veredas cercanas y tienen que regresarse cuando terminan clases”. Harrison, quien comenzó la carrera en las clases nocturnas, de lunes a viernes, la terminó en la jornada de sábado, y trabajó durante todo ese tiempo como auxiliar administrativo para un programa de la Agencia Nacional para la Superación de la Extrema Pobreza. También dice que la mayoría de sus compañeros estaban muy ocupados como para “ese tipo de integraciones”. (Vea otras notas de Vice).
Ni Hárrison ni Dulce María se matricularon para ser parte de la que luego sería considerada como la peor universidad del país. Para 2009, año en el que entraron, la IAFIC era solo una universidad más. Cuando el ranquin fue publicado en julio del año pasado, Hárrison confirmó sus impresiones acerca del mal manejo administrativo dentro de la universidad: “No tenemos sede propia y a los docentes les pagan mal”, me dijo cuando le pregunté a qué podía deberse la clasificación. Pero estuvo en desacuerdo con el ranquin, pues sus profesores son, dice, “de los mejores”. Algo similar sucedió con Dulce María, quien se enteró de que estaba estudiando en la peor universidad de Colombia gracias a mí, pero aun así afirmaba sentirse muy satisfecha con sus profesores, ya que “en su mayoría tienen maestrías y especializaciones”. Y, de hecho, varios de los profesores, según la página de la universidad, están encargados de los grupos de investigación y tienen títulos de posgrado (aunque no especifican en qué universidades los obtuvieron).
En general, ambos hablan bien de su universidad y no sólo por sus profesores. Hárrison agradece haber podido estudiar cinco semestres completos mientras los recibos de las matrículas atrasadas se iban acumulando. “Al final arreglé un plan de pagos y cancelé toda la deuda antes de graduarme, pero jamás me negaron la entrada a clase por estar en mora”. A pesar de no correr con la misma suerte que Harrison, Dulce María también asegura que la IAFIC ha sido muy tolerante con atrasos en los pagos en el pasado y lo agradece.
Pero nada de esto impresiona a los funcionarios del Ministerio, quienes clasificaron a las universidades basados en estándares como: número de profesores con doctorado, salario de enganche de los egresados, patentes, investigaciones en Colciencias y cantidad de obras artísticas producidas. Muy distintos son los criterios de Hárrison, quien afirma estar satisfecho con su educación, al igual que varios de sus ex compañeros de clases, quienes se mantienen en contacto a través de un grupo de Whatsapp y aseguran tener trabajos estables. A esto le apunta Dulce María, quien decidió matricularse en una universidad para no llegar a vieja cargando cajas en un almacén y con la esperanza de conseguir un puesto tras un escritorio.
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