Por: John Montilla
Cuando ya todo parecía perdido, milagrosamente apareció una fórmula muy poco convencional para salvar de la muerte al indefenso animal. He aquí la crónica.
Pasado el mediodía un trabajador había llegado con la noticia a la casa: “Patrón, la vaca recién parida está enterrada allá en el potrero.” Efectivamente, cuando fueron a mirar, comprobaron que el pobre animal se encontraba profundamente atascado en un gran lodazal, el cual se había vuelto mucho más cenagoso e inestable de lo normal debido a los esfuerzos desesperados de la pobre bestia por liberarse de su trampa mortal.
El dueño de la vaca, intento en un primer momento sacarla de allí con un par de obreros más, pero sus esfuerzos resultaron en vano. El animal no tenía fuerzas para intentar salir por sí mismo. La conclusión de todos fue: “Debe estar encalambrada.” Ya que le calcularon que el animal debería llevar postrado allí más de unas cuatro horas.
Entonces el dueño se dijo: “Hay que ir por más gente”, pero a esa hora de la tarde y con el tremendo aguacero que estaba cayendo en la región, casi no había nadie dispuesto a dejar la comodidad de sus casas para ir nadar en el barro, simplemente para ir a salvar una vaca. Pero, el dueño no se resignaba a perder su animal, y por tanto tuvo que ofrecer una buena paga para ir a ejecutar ese trabajo.
Después de no pocos esfuerzos consiguió reunir una tropa de más de media docena de “rescatistas” que fueron ataviados con manilas y palos. Los hombres se enterraron en el pantanoso lugar; según palabras de uno de los obreros, el lodo les llegaba casi hasta la cintura, pero pese a todos los intentos; de nuevo, todo estaba resultando inútil. El animal estaba completamente inerme y casi a punto de sucumbir debido a la fatiga y a las lastimaduras que le estaban ocasionando los obreros en su intento de salvarla. El tiempo de la pobre vaca se estaba acabando.
Ahora, cada minuto que pasaba estaba resultando definitivo. Tanto así, que ya había llegado, según el propietario del animal: “Un gallinazo de dos patas en botas y sin alas, pero con un tremendo cuchillo mataganado.” y quien ya había sentenciado: “Para esa vaca, no queda otro remedio sino el sacrificio para que no sufra más. Si quiere yo le hago patrón.” El festín de carne que se veía venir ya estaba reuniendo más gente que esperaba el desenlace del episodio. Yo me atrevo a conjeturar que quizás a la hora de los intentos del rescate seguramente algunos con sus manos estaban empujando hacia afuera y con su mente haciendo fuerza para que la desdichada bestia se entierre más.
Pero el patrón no estaba aún dispuesto a rendirse. Me cuenta: “Yo no quería que se muriera mi vaquita”; y a eso de las 5 de la tarde, y después de toda una tarde de trabajos infructuosos para ellos y de un largo día de tormento para la infortunada vaca; y cuando el dueño estaba pensando pedir la ayuda del cuerpo de bomberos como último recurso para lograr el rescate de su animal, entonces apareció en ese gris y frío día la persona que le puso una luz de esperanza y calor al suceso.
Pues bien en el ir y venir del dueño, por buscar la forma de salvar su preciosa vaca, había llegado caminando bajo la lluvia hasta el borde de la carretera y de pura casualidad se había encontrado con un veterinario que venía de hacer una visita profesional en una finca cercana y a quien le contó de forma apresurada el problema y a quién también le ofreció pagarle por sus servicios si le ayudaba a salvar a su animal. Entonces el hombre le dio una fórmula no muy convencional para solucionar el asunto:
Lo primero que pidió el veterinario que viajaba en moto en ese día lluvioso, fue media botella de aguardiente, quizás por aquello del clima, pensó el dueño y a esa hora y en la vereda cosa difícil de conseguir; luego pidió tres litros de aguapanela caliente. El dueño se dijo que el hombre estaba resultando muy flojo para el frío y por último pidió una gran jeringa. Bueno por fin algo de medicina para la pobre vaca, seguía pensando el dueño, quien se dio sus mañas para obtener las cosas que el nuevo rescatista requería.
Pues bien tanto el aguardiente como la aguapanela no eran para el veterinario sino para la vaca. Mando a mezclar los dos componentes en un recipiente y acto seguido dio las instrucciones para que le dieran a beber en un único trago toda la caliente pócima a la vaca. Luego con la jeringa inyectaron parte del aguardiente en el cuello del animal. Diez minutos después de que la bebida hiciera su efecto, y con el último esfuerzo de los rescatistas, el animal que se había despertado de su letargo, de un enérgico impulso salió por sus propios medios de su trampa mortal. El dueño había logrado su propósito mientras algunos se quedaron con ganas de comer carne.
Para terminar nos queda la duda: ¿Cómo está la leche de la vaca ahora?… Esa pregunta habría que hacérsela al ternero.
Por : John Montilla – Esp. Procesos lecto-escritores.