Por: John Montilla
Uno de mis amigos virtuales había escrito en la red social que se encontraba en determinado sitio del país, y por curiosidad me dio por preguntarle que cuándo y con quién había viajado. Esta fue su respuesta:
“Lo puse ahí para que digan que por lo menos me fui de vacaciones.”
Ante esta afirmación, mi primera reacción fue reírme; pero más tarde al reflexionar otro poco sobre el asunto, llegué a la conclusión que me encontraba ante un típico caso de arribismo; que consiste en el acto de intentar demostrar ser algo que no se es.
Me atrevo a afirmar que este tipo de conducta se genera debido a la presión social que se da, por el afán de querer mostrar a los demás lo que se está haciendo; cuando lo más sencillo es simplemente decir: En Semana Santa no viajo. Al menos, eso hago yo; y tengo mis razones para contarle a mi amistad porque no lo hago. Sin más preámbulos, entonces paso a exponer mi argumento (pesimista si se quiere).
En primer lugar, siempre he considerado que no es una buena época para viajar. Partiendo de que en nuestra región invariablemente llueve, y la idea de quedarme atrapado en la vía, como a muchos nos ha sucedido, con todos los sinsabores que esto acarrea no es algo que me seduzca.
Coincido con varios apartes de un artículo aparecido en la Revista Shock, sobre el tema de no viajar en la llamada semana mayor: “…Colombia no está hecha para ser disfrutada en temporada alta. No tiene la infraestructura hotelera, vial ni recreacional, y los precios suben a niveles de Dubai. Y cuando unas vacaciones son tan cortas, atravesadas ahí entre enero y junio, el plan no se convierte en un descanso merecido sino en una vorágine en la que hay que volver a casa con la misma rapidez con la que se salió.”
En lo referente al transporte no es sino ponerle cuidado a los noticieros y ver cuán congestionados aparecen los aeropuertos o terminales de buses; el columnista de la revista antes referida, visualiza madrugadas, filas eternas, retrasos, esperas, congestión de buses repletos, maletas, taxis, y pasajeros con grandes fardos como si nunca pretendieran regresar a casa. De manera decepcionante el articulista remata así su experiencia: “Una semana después volví más cansado de lo que había salido.”
Incluso el autor del sombrío escrito va un poco más allá al anotar así sus impresiones sobre viajar en Semana Santa: “Llegan las vacaciones y la gente se vuelve loca: es capaz de meterse a una playa repleta y sucia y pagar por cerveza caliente. Duerme en carpa, se cambia en el carro, se baña a totumadas y se va de paseo con gente que ni conoce o, peor, con gente que le cae mal.” Y eso sin contar todo el ajetreo que se genera a la hora del regreso a casa.
Debo subrayar que en lo personal mi visión no llega hasta ese extremo, pero de todas formas indudablemente hay mucho de cierto en esas aseveraciones. Yo lo veo de una forma más simple; en esta época se percibe más silencio en casa y en la ciudad. Aprovecha uno para descansar tranquilo y sin muchos gastos extras, y si por ahí decretan ley seca aún más. Entonces se abren las opciones para acercarse a la buena lectura, ver televisión, compartir con la familia, u olvidarse por un momento del trabajo. El autor del artículo titulado “El placer de no salir en Semana Santa”, lo resume así: “Se puede uno quedar en la casa en paz, sin que nadie lo espere a uno, nadie lo busca, nadie lo jode. Si hay algo más rico que quedarse un domingo en la cama, es quedarse un Domingo Santo”.
En estos días considerados santos cuando uno se queda en su pueblo, se puede percatar de que el comercio funciona a media máquina; la mayoría de los establecimientos comerciales están cerrados, (quizá los dueños se fueron de viaje) y los que se quedan, supongo que unos cierran por convicción y otros por guardar las apariencias. De todas formas esto le agrega más calma al ambiente y entonces uno se puede dar una vuelta por el parque y ver a un pintor callejero realizar sus obras, observar artesanías, o escuchar a un vendedor de arroz con leche decirle a otro que vende racimos de frutos de mamoncillos que: “Si no se ha confesado, aún tiene tiempo de salvarse.” También puede darse el gusto con todo tipo de comestibles y golosinas tales como helados, algodón de azúcar, fritos y cosa rara, hasta tacos mexicanos. Recuerdo que de niño solía asociar la Semana Santa con el olor de los sahumerios, en la actualidad la asocio más con el aroma a mazorcas asadas.
Ahora bien, si usted es de los que les gusta viajar, perfecto. Cada uno se goza la vida a su manera. Yo les deseo que disfruten mucho y regresen sanos y salvos a sus hogares; pero, si por una u otra razón, al igual que mi amig@ no pudo salir en esta Semana Santa, simplemente diga que se quedó descansando en casa y no se ponga a decir mentiras.
John MontillaEsp. En Procesos Lecto-escritores.
(Espere muy pronto la dirección de nuestro blog personal)