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Aunque por estos días el precio del cacao está a la baja, Argemiro Melo espera con ansia que la luna llegue a su cuarto menguante para sembrar las 250 plantas de cacao que tiene en su vivero. La expectativa de Argemiro se suma a la de cientos de campesinos que habitan en la zona rural del municipio de San Miguel, ubicado al extremo suroccidental del departamento de Putumayo en la frontera con Ecuador, quienes hoy ven en el cacao una alternativa económica para mantener a sus familias y fortalecer su arraigo en esta zona golpeada durante décadas por el conflicto armado.
Argemiro vive en la vereda Canadá. Como la mayoría de los habitantes de las áreas aledañas, llegó en los años setenta, proveniente de Nariño, a rebuscarse la vida. Al igual que sus vecinos, los ingresos de su familia provenían del cultivo de la coca, situación que cambió a mediados de la década pasada cuando acabó la bonanza. El fin de la coca se llevó también a cuatro de sus cinco hijos, que emigraron a Nariño y Ecuador en busca de nuevas oportunidades laborales.
Ahora, con el auge del cacao, Argemiro espera reintegrar a su familia, reencontrarse con amigos y vecinos. «Cuando se acabó la bonanza de la coca, que era lo que producíamos y nos sostenía, quedamos mal. Mucha gente se fue, abandonó sus parcelas, sus fincas. Ahora estamos regresando para empezar una nueva vida alrededor del cacao».
Las comunidades que habitan en la ribera del río San Miguel han vivido aisladas y con escasas alternativas económicas. Además, la presencia de grupos armados ha traído consigo períodos de violencia que han causado graves problemas humanitarios para la población civil.
Para los campesinos de la región salir adelante y mantener a sus familias ha sido una larga lucha. «La vida allí no ha sido fácil», señala Daniel Muñoz-Rojas, jefe de la Subdelegación del CICR en Florencia. «Hoy las consecuencias humanitarias más graves del conflicto están asociadas a la utilización de artefactos explosivos que han generado problemas de movilidad y restricciones de acceso a los cultivos de pancoger de los campesinos. Otro problema, es por supuesto, la falta de alternativas productivas para la población; esto ha creado una situación de desesperanza, de falta de perspectivas de desarrollo».
Ante esta situación, los campesinos se sienten abandonados por el Estado: no hay programas sociales que beneficien a la población civil ni programas agropecuarios que mejoren los ingresos de las familias.
De la coca al cacao
Los cultivos de cacao se han convertido en una alternativa prometedora para recuperar la economía y la esperanza de las familias de la región. Los campesinos han sembrado más de 500 hectáreas de cacao en la zona, sin embargo el éxito de las plantaciones no fue inmediato, son muchas las penurias, experimentos y fracasos por los que han atravesado. Así lo relata José Cundar, líder comunitario de la vereda La Unión: «Después de la coca llegamos a sembrar maní, mucha gente sembró maní y fracasó; posteriormente vino un proceso con malanga (tubérculo rico en almidón), también malanga quien sembró malanga; y después comenzamos con el proceso del cacao y vemos que este es nuestro futuro y el de nuestros hijos».
Sumado a esto, la mayor parte de los pobladores de la región perdieron sus ahorros en las captadoras ilegales de dinero (pirámides DMG y DRFE) en 2008 y 2009. Esta situación volvió aún más crítica la economía rural, hasta el punto de que cerca del 30 por ciento de la población tenía problemas para alimentarse.
Los bajos ingresos económicos, debido a las pocas alternativas productivas generan una baja calidad en la alimentación. «El cacao da el sustento alimentario que es lo que una familia busca, las familias campesinas no buscamos enriquecernos, buscamos es tener qué comer», señala Dagoberto Álvarez, líder comunitario de la vereda San Francisco.
Uno de los pioneros del cultivo fue Leonel Martínez, quien sembró cacao en su finca ubicada en la vereda Monterrey. La iniciativa vino de la necesidad y de observar unos cultivos exitosos en Ecuador: «Al principio sembramos al tanteo, con lo que sabíamos nosotros y no sabíamos nada». Hoy, Leonel tiene cerca de ocho hectáreas de cacao sembradas. Sin embargo el cultivo no fue productivo desde el principio, la inexperiencia en la siembra, poda y manejo, no permitió los resultados esperados.
De campesino a campesino
En apoyo a la iniciativa de los campesinos del municipio de San Miguel y debido a las graves consecuencias humanitarias que sufrió su población por causa del conflicto armado, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) comenzó en junio de 2011 a trabajar en un proyecto de cacao concertado con la comunidad. El objetivo: mejorar la alimentación y los ingresos de 320 familias a través de la implementación de un proyecto de fortalecimiento de la producción del cultivo.
El punto de partida fueron las 349 hectáreas de cacao sembradas por las familias en 13 veredas cercanas al río San Miguel. «Cuando llegamos a la zona la gente no sabía manejar el cultivo, no sabían podarlo, no sabían controlar las enfermedades, tampoco sabían qué tipo de abono se le podía aplicar, lo que afectó la producción», señala Anderson Peña, ingeniero agro ecólogo del CICR.
Fabio Portilla, habitante de La Unión y dueño de uno de los cultivos de cacao más prósperos de la región, recuerda cómo estaban sus cacaoteras hace algunos meses: «Antes estos cultivos eran pésimos, pura monilia (enfermedad común en las plantas de cacao), no le sabíamos hacer el arreglo al árbol, podarlo, nada de eso. Ahora ya sabemos controlar las plagas y la producción ha mejorado muchísimo».
La metodología de trabajo utilizada por el CICR fue de campesino a campesino, consistente en la transmisión de saberes a través del lenguaje del campo. «Capacitamos 24 promotores de las 320 familias y ellos van a difundir los conocimientos adquiridos a sus comunidades. Con el lenguaje de los campesinos se está enseñando a los mismos campesinos», explica Anderson. «Esta metodología funciona muy bien porque hemos visto personas que han hecho experimentos de su propia iniciativa, hay un intercambio constante de saberes que los lleva a mejorar cada día sus cultivos».
Con las podas, el control de enfermedades, y la aplicación de abonos y biofertilizantes orgánicos la producción ha aumentado. Actualmente en la zona no se hace otra cosa que hablar de cacao, todas las reuniones giran alrededor del tema. Aunque es largo el camino que falta por recorrer, la gente está entusiasmada, han conformado una asociación y muchos de los campesinos que no fueron incluidos en el proyecto también comenzaron a sembrar cacao. La alegría y la esperanza se leen en la mirada de los nuevos cacaoteros, Fabio resume este sentimiento en una sola frase: «Ahora vivimos más tranquilos, la gente tiene pensamientos nuevos y buenos».
El objetivo de esta iniciativa que adelanta el CICR es mejorar la alimentación y los ingresos de 320 familias a través de la implementación de un proyecto de fortalecimiento de la producción del cultivo.
Santiago Giraldo Vargas Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) http://www.diariodelhuila.com/noticia/25775