El siguiente episodio lo narró alguien a quien considero una persona muy honorable.
El hecho sucedió en Bogota, por la época de la recolección de firmas para el famoso referendo reeleccionista. Por esas fechas se decía que había gente contratada para llenar las famosas planillas y que por cada firma les pagaban un determinado monto; pero que también habían personas que directamente negociaban por conseguir que alguien estampe su rúbrica con el número de cédula incluido.
Pues bien, la persona en mención, cuenta que iba caminando por una avenida de la capital cuando fue abordado por unos “voluntarios recolectores”, y que de repente a él se le ocurrió preguntar que cuanto le daban por la firma; ante esto le habían respondido sin el menor gesto de asombro con un determinado precio.
Puestas así las cosas, él replicó “que eso era muy poquito”; entonces ellos le ofrecieron el doble de lo que él había manifestado. Pero por segunda vez él había dicho que su firma valía mucho más que eso. Y ellos habían vuelto a preguntar que cuanto pedía por ello, y entonces él les había respondido enfáticamente con toda su dignidad de persona honesta:
“Mi firma NO tiene precio”. Y se había marchado del sitio.
John Montilla
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