Refugio amazónico para aves y lenguas nativas

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ADN – Caza, comercio ilegal y deforestación amenazan a las aves del Putumayo.

En el piedemonte andino-amazónico sobrevuelan dos especies cada vez más amenazadas: el tucán pechiblanco o de pico rojo (Ramphastos tucanus) y la guacamaya verde (Ara militaris). Ambas están catalogadas como “vulnerables” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), debido a la deforestación, la caza y el comercio ilegal. 

Sin embargo, aún encuentran resguardo en el Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi-Ande, en el sur del Putumayo, un territorio que no solo conecta los Andes con la Amazonia, sino que también es sagrado para el pueblo indígena Cofán.

Allí se desarrolló un trabajo conjunto entre biólogos y comunidades indígenas que permitió registrar 194 especies de aves —78 con nombre en lengua cofán— y evidenciar su papel cultural y ecológico. 


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El biólogo Juan Burbano Buchelly, de la Universidad Nacional de Colombia, recorrió el bosque junto al taita Cirilo Mendua, autoridad espiritual cofán, para documentar cómo cada ave “cumple no solo una función ecológica sino también un papel en la comunidad, como mensajeras de los espíritus, guardianas de la lluvia o protagonistas de relatos orales que enseñan a cuidar el territorio”.

La investigación derivó en la guía Sethapaemba Ingi-Ande (Canto de nuestro territorio), una publicación ilustrada que reúne descripciones, significados y usos de las aves, y que busca servir de herramienta en escuelas indígenas para preservar la lengua y la educación ambiental. 

“Hay pocos hablantes de la lengua cofán, la mayoría ancianos sabedores de la comunidad”, advirtió Burbano, quien resalta la urgencia de registrar estos conocimientos antes de que se pierdan.

Las especies más amenazadas —tucanes y guacamayas— requieren extensiones amplias de bosque continuo. 


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“En el caso de las guacamayas, algunas personas les arrebatan sus crías para comerciarlas ilegalmente, lo cual pone en apuros a la población de esta ave”, explicó el investigador, y añadió que, aunque existen monitoreos en el Santuario, aún faltan estudios para dimensionar sus poblaciones en la Amazonia.
En ese sentido, el valor del trabajo va más allá de la ciencia. La llamada “conservación biocultural” reconoce que proteger la biodiversidad implica también proteger las culturas que dependen de ella. 
Como dispersadoras de semillas de árboles como cedro o guamo, estas aves sostienen el bosque; como guardianas espirituales, sostienen también la memoria de un pueblo. 

“Si el bosque se fragmenta y las aves desaparecen, el impacto será doble: ecológico y cultural”, advirtió Burbano.

La experiencia en Orito Ingi-Ande muestra que la conservación no consiste solo en contar aves, sino en escucharlas. En un país con más de 1.900 especies, el llamado es claro: fortalecer el trabajo entre ciencia y comunidades para que “estos cantos no se apaguen en silencio”.


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