

UNAL – En el valle de Sibundoy (Putumayo), el turismo de bienestar ha transformado el ritual ancestral del yagé. Lo que antes se realizaba mediante ofrendas comunitarias ahora puede costar hasta 200.000 pesos por toma privada, impulsado por agencias de viaje, operadores turísticos e incluso entidades institucionales que lo promocionan como atractivo. Esa mercantilización ha puesto en tensión el sentido espiritual del ritual, debilitando su valor ancestral dentro de las comunidades indígenas y generando riesgos por la falta de control y protocolos claros.
Por generaciones la toma del yagé –bebida preparada a partir de la ayahuasca (Banisteriopsis caapi)– ha sido un medio de orientación espiritual y de transmisión de saberes indígenas. En comunidades del Putumayo se mantiene como medicina sagrada, pero el auge del turismo de bienestar –que ofrece experiencias orientadas al cuidado físico, mental, espiritual y emocional– ha alterado sus dinámicas tradicionales.
El paso de la lógica comunitaria —basada en ofrendas simbólicas como animales de corral o productos agrícolas— al cobro monetario ha transformado el ritual. A ello se suma la aparición de facilitadores no reconocidos por los cabildos y la falta de control institucional. Todo esto configura un problema cultural que pone en cuestión el sentido del yagé y la legitimidad de quienes lo guían.
Una investigación realizada en el municipio de Sibundoy, territorio reconocido por su diversidad cultural y por la práctica extendida del yagé como medicina ancestral, documentó que el ritual ha ganado visibilidad como atractivo turístico y permitió analizar los cambios en su práctica a partir del impacto del mercado y de la llegada de visitantes nacionales y extranjeros.
Con un enfoque que combinó entrevistas a taitas reconocidos por los cabildos y observación directa de ceremonias de yagé, Valeria Rondón Rincón, magíster en Estudios Culturales de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), contrastó la visión de las comunidades indígenas con las dinámicas institucionales y comerciales e identificó los cambios en la práctica ritual bajo el impacto del mercado turístico.
“La mercantilización del consumo ritual del yagé ha generado impactos socioeconómicos significativos para las comunidades, al ser percibido como una fuente alternativa de ingresos en territorios con pocas oportunidades laborales”, señala la magíster.
“El problema no es solo económico; la falta de control ha hecho que cualquier persona pueda ofrecer tomas de yagé, y eso cambia la percepción del ritual y pone en riesgo a quienes participan. Sin protocolos claros, la práctica se fragmenta y pierde legitimidad frente a las propias comunidades que la han resguardado por generaciones”, precisa.
De la tradición al mercado turístico
En el territorio, las tomas de yagé son organizadas por distintos actores. De un lado están los taitas reconocidos por los cabildos, formados desde la infancia para guiar el ritual como parte de la tradición indígena. A su lado han aparecido facilitadores no avalados por las autoridades comunitarias, que se presentan ante los turistas como una oportunidad económica y promocionan sus servicios con volantes o recomendaciones informales.
A esto se suma la presencia de turistas nacionales y extranjeros, quienes llegan al Putumayo motivados por el turismo de bienestar y de naturaleza. La coexistencia de estas ofertas, muchas veces sin coordinación ni registro institucional, promueve un turismo que crece aceleradamente sobrepasando la capacidad de las comunidades para su control.
Según la investigación, no existen registros oficiales sobre el número de visitantes ni sobre los incidentes que se han presentado durante las ceremonias. De esta forma, la ausencia de datos impide conocer la magnitud real del problema en el Putumayo y dificulta la implementación de medidas de prevención.
La investigadora asegura que la información recolectada por ella en el rastreo de los viajeros se pierde al internarse en veredas, donde las tomas se realizan de manera privada y sin supervisión institucional ni comunitaria. Esta falta de información también limita la capacidad de las autoridades locales para atender emergencias, pues no hay protocolos definidos ni reportes consolidados que permitan evaluar los riesgos asociados con el consumo del yagé en contextos turísticos.
“No hay datos reales de cuántas personas consumen yagé ni de cuántos llegan por esa razón, y muchas ceremonias se realizan con grupos numerosos; si allí ocurre un accidente no existe un control claro sobre quién responde. Esta situación preocupa incluso a las propias comunidades”, subraya la magíster.
La imagen del yagé: entre lo sagrado y lo comercial
Según la investigadora, iniciativas estatales de promoción turística, como campañas publicitarias con imágenes que estereotipan a las comunidades indígenas, reflejan una visión superficial que reduce el ritual a un atractivo comercial. Estas representaciones terminan por banalizar los saberes ancestrales y mostrar a los pueblos indígenas como parte de una escenografía, en lugar de reconocerlos como actores centrales en la transmisión y el resguardo del yagé.
Así mismo, según el estudio, la gestión del ritual y la dualidad sobre las representaciones sociales de esta práctica han reconfigurado la percepción del yagé, situándolo al mismo tiempo como medicina sagrada y como producto en el mercado del bienestar. Esta tensión se acentúa en la medida en que el turismo de bienestar se expande sin lineamientos claros sobre salvaguardas culturales.
“Ahí encontré mensajes publicitarios como ‘ven y tómate fotos con trajes coloridos’, mucho más orientados a la cosificación del indígena que a mostrar lo que realmente hay detrás del ritual. Esa manera de promocionarlo termina reduciendo la práctica a un espectáculo turístico y debilita su valor como medicina sagrada, tal como lo conciben las comunidades indígenas”, indica la investigadora.
En su estudio, la magíster concluye que el turismo de bienestar ha abierto nuevas oportunidades económicas para comunidades indígenas del Putumayo y ha dado agencia a las comunidades indígenas, pero al mismo tiempo ha modificado las dinámicas sobre las que se ha consolidado un ritual de larga data, transformando su lógica cultural y social.
