
ElEspectador – Crónica sobre los esfuerzos del Instituto Caro y Cuervo por el rescate de lenguas indígenas que están en peligro de extinción en Colombia.

Desde tiempos inmemoriales, los tejidos han hecho parte de la vida de los kamëntšá biyá, un pueblo ubicado en el Valle de Sibundoy, en el departamento del Putumayo, cuyo nombre se traduce como “hombres de aquí mismo con pensamiento y lengua propia”. Esta interpretación resulta especialmente importante si se conoce el vínculo que se teje desde el momento mismo del nacimiento entre cada una de las personas de esta comunidad y el “aquí mismo” de su territorio.
Con el interés de conocer más sobre la importancia del tejido, en su dimensión simbólica y material, y preservar este conjunto de saberes, María Antonia Narváez Agreda, documentadora de la lengua kamëntšá, ha empezado a recorrer su territorio para conocer las historias de las mujeres tejedoras de su pueblo. Su labor hace parte del Programa de documentación de diez lenguas para el 2025 del Instituto Caro y Cuervo, una iniciativa que busca conservar, recuperar y revitalizar idiomas indígenas que hoy enfrentan serias amenazas de desaparición.
Para entender el papel del tejido, es necesario también entender ese lazo que se establece entre cada persona y el bëngbe uaman Luar Tabanok (nuestro lugar sagrado Valle de Sibundoy). María Antonia cuenta que, cada vez que alguien nacía, era común enterrar la placenta en el shinyak (lugar del fuego, lugar para compartir), un espacio sagrado conformado por un fogón de piedras que simboliza el encuentro familiar.Play Video
Con esto se buscaba que el recién nacido guardara siempre esa energía y fuerza del fuego, y además se conectara con su territorio y nunca olvidara de dónde venía. De acuerdo con el libro Hacer memoria para recuperar el ser kamëntšá: raspachines víctimas y lecciones de la madre tierra para pervivir, del Grupo de Memoria Kamëntšá, al enterrar la placenta se teje un lazo con la tierra, un cordón umbilical invisible con el hogar, de modo que “aunque los kamëntšá se alejen de su lugar de nacimiento, bajo el suelo del fogón queda enterrada una fuerza que los llama a regresar a su territorio y les brinda la certeza de que allí siempre encontrarán alimento y resguardo”.

Aunque esta práctica ha ido desapareciendo porque la mayoría de las mujeres recibe atención en los hospitales al momento del parto, la costumbre de envolver el vientre de las embarazadas con el tsombiach (una faja o cinturón de lana) sigue manteniéndose para que no haya complicaciones y, una vez han nacido los bebés, se suele envolverlos o fajarlos para que crezcan sanos. Además, el tsombiach ha sido una prenda a través de la cual se ha mantenido viva la historia. Gran parte de la cosmovisión kamëntšá, las narraciones ancestrales y la representación iconográfica de la lengua están plasmadas en las distintas labores tejidas (patrones), que guardan un legado que se transmite de generación en generación.
Pese a la importancia que ha tenido el tejido a lo largo de su historia, en el pasado no se valoraba el trabajo de las mujeres que se dedicaban a este oficio y se las consideraba perezosas. En su lugar, se privilegiaban los trabajos en el jajañ (huerto, chagra) y en la crianza de animales. Sin embargo, esta idea ha ido cambiando, de acuerdo con la documentadora, desde que el tejido ha sido también una forma de generar ingresos económicos.
En su labor de documentación, María Antonia ha conversado con distintas mujeres tejedoras. Una de ellas es Margarita Chindoy Chindoy, quien recordó durante la entrevista cómo el oficio del tejido, que lo aprendió cuando tenía 15 años, era una oportunidad también para reunirse alrededor del shinyak. En el pasado, la lana utilizada para los tejidos se obtenía trasquilando directamente a las ovejas del rebaño y, a medida que se tizaba, se teñía de manera natural y se preparaba la lana, era habitual el intercambio de historias, cuentos y anécdotas. Con la industrialización de estos procesos, la venta de lana ya procesada y los polvos requeridos para la tintura, y la cada vez menor crianza de las ovejas, también se han ido perdiendo estos momentos de intercambio familiar.
Asimismo, Margarita habló de la dificultad para acceder a la educación en su juventud, en particular porque su padre no valoraba el estudio y consideraba prioritario el trabajo en el jajañ, donde se cultivaban alimentos que también podían ser utilizados para intercambiar por otros productos.
Para la documentadora, una de las razones que puede explicar lo anterior es que las plantas sembradas en este espacio son fundamentales para el cuidado de la familia y del mismo territorio, plantas que sirven de base para la alimentación, como el frijol tranca, el chilacuán, la calabaza, la col, el tumaqueño, el maíz, el ají y el poroto; y para la medicina tradicional, como la hierbabuena, el romero, la ruda, la menta, el copal, la ortiga, la lechera, el escancel y el chinduro, entre otras.
El testimonio de Margarita sobre el desinterés de los padres frente a la educación y la importancia que le concedían al trabajo en el jajañ se suma al de muchas otras mujeres, quienes tampoco pudieron estudiar e incluso tejían a escondidas como una forma de resistir e interiorizar ese saber de los mayores. El tejido en muchos casos se aprendía desde la niñez como un juego, en el que también se conocían los significados de las labores, dentro de las cuales el rombo, que representa el vientre, da vida a muchas otras figuras como el sol (shinÿ), que ilumina el pensamiento, y la rana, símbolo de la fertilidad. Otras figuras que pueden verse en los tejidos son la labor de la muñeca (muñeq), que representa el aprendizaje del tejido desde el juego, la flauta (flautëfja) y la corona (uchanëshá), elementos clave en los preparativos del Día Grande (Bëtscnaté o Clestrinÿ), una celebración en la que la danza, el canto y los colores tejidos en la corona y la vestimenta expresan la alegría de una comunidad que ha resistido a distintas invasiones y procesos de aculturación.
Una parte del territorio de los kamëntšá fue invadido en 1492 por el Imperio inca. De la población instalada por el inca Huayna Cápac descienden los ingas, otro grupo que habita el Valle de Sibundoy. Posteriormente, como señala Yaty Urquijo, investigadora del Instituto Caro y Cuervo, “durante los siglos XVI y XVII llegaron al Valle los primeros conquistadores [españoles] con la ilusión de El Dorado y luego las misiones enviadas a evangelizar a los indígenas de la región”.
María Antonia asegura que, durante la presencia de misiones religiosas en el territorio, como la de los capuchinos, que se mantuvo hasta mediados del siglo XX, la educación y la religión católica eran impuestas, y hablar el idioma propio era motivo de discriminación.
A partir de esto es que, en la actualidad, muchas de las mujeres tejedoras se encargan de transmitir los saberes que han sobrevivido hasta nuestros días y enseñar el idioma kamëntšá, una lengua aislada o no clasificada cuya relación genética con otras lenguas no se ha podido establecer hasta la fecha. Sin embargo, para María Pastora Juajibioy Chindoy, exgobernadora del Cabildo Mayor del pueblo kamëntšá, el origen de su idioma no es un misterio si se presta la suficiente atención al sonido de las cascadas, similar fonéticamente a muchas de las pronunciaciones de esta lengua, o al trinar de ciertos pájaros que sobrevuelan el territorio.
En esta primera etapa de su ejercicio de documentación, María Antonia ha centrado sus esfuerzos en explorar la relación entre el tejido y las mujeres de su comunidad, reconociendo la importancia de esta práctica que, a pesar de ser poco valorada, simboliza la resistencia de este pueblo, su identidad y la preservación de la historia y los saberes.
En palabras de la documentadora, el tejido no solo ha servido para envolverse y abrigar a los kamëntšá incluso antes de nacer. Seguir tejiendo también habla del camino que se ha recorrido y el que queda por delante. “Por eso le estamos apostando a la preservación de estos saberes, para que las nuevas generaciones no pierdan su identidad cultural. Aún estamos a tiempo”, concluye María Antonia.
* Periodista del departamento de comunicación del Instituto Caro y Cuervo.
