El deseo y el riesgo de que Colombia tenga fiebre de asaí como Brasil

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En la Amazonía, en el Bajo Putumayo, abundan las palmas. Hasta hace muy poco muchos de sus habitantes desconocían cómo se llamaban, si sus frutos eran comestibles o no, a qué sabían o qué propiedades tenían. Eran consideradas maleza y se derribaban sin contemplación para abrir paso a otros cultivos, como la coca, o pastos para ganado. 

Una de ellas, que hoy es apetecida en el mundo porque promete ser el elíxir de la eterna juventud, por su poder antioxidante, es el asaí. Es un corozo morado, parecido al agrás, pero duro, que se da en racimo y brota de palmas con coronas de flecos verdes de entre 20 y 30 metros de altura. Nacen sobre todo en humedales, pero también se dan en tierra firme. 

El potencial de que una economía basada en ese fruto amazónico le pueda cambiar la cara a ese departamento que por décadas ha vivido de los cultivos de coca de uso ilícito a costa de la deforestación de su bosque, es muy grande. Pero depende de que aumente la demanda interna que hoy es reducida y de que más empresas lo puedan exportar. Muy pocas personas en el país lo conocen y menos aún lo consumen. 


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Pero ese eventual crecimiento podría a la vez entrañar un problema de conservación allá si se empieza a tumbar bosque para sembrar cultivos de asaí y si estos no se combinan con otros productos que mantengan en cierta medida la composición que hoy tiene la selva amazónica.

Esa disyuntiva cobra aún mayor relevancia con una posible llegada de los brasileros a Putumayo, que llevan varios años coqueteando con entrar a ese territorio, y la exportación de su modelo de producción que se caracteriza por grandes inversiones y cultivos. También podría ahogar algunas iniciativas de emprendimiento comunitario que están tratando de abrirse pasó allá. 

La Silla viajó a Puerto Asís para conocer cómo se está desarrollando esta alternativa de bioeconomía, que abre la pregunta en el país por qué tipo de paisaje se quiere pintar en la Amazonía. 


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Los diferentes modelos de producción que hay en Puerto Asís

Cerca al casco urbano de Puerto Asís abundan los potreros con vacas y un poco más adentro los cultivos de coca de uso ilícito. No más en 2023 ese departamento puso la quinta parte de los 253 mil que se sembraron en el país. En los últimos diez años, ha tenido a su vez, la tasa constante de deforestación más alta de la Amazonía. 

Pero poco a poco algo ha empezado a cambiar en su paisaje y es que la gente está ahora dejando en pie los bosques que tiene al lado de su ganado o de su coca y a sacar algún provecho de ello. Se calcula que en el Bajo Putumayo puede haber unas cinco mil hectáreas de rodales naturales o asaisales, como se les llama a los bosques nativos de palmas de asaí. 

“Nadie vive del asaí”, dice Emilce Fuelantala, gerente de Nutriselva, una comercializadora de ese fruto amazónico. Sin embargo, llevan el racimo a las cerca de tres plantas procesadoras que hay en Puerto Asís y les pagan por kilo 1900 pesos. El costo es mínimo. 

“Es un dinero extra que reciben de sus fincas pues normalmente viven de otra cosa: coca, ganado y el único costo que les representa es el de la bajada del racimo y a veces el del transporte”, dice Yurani Rojas, una ingeniera ambiental y quien funge como tesorera de Asoparaíso, una organización que agrupa a varias familias rurales productoras de asaí. 

“Mi papá cree que esta va a ser nuestra pensión”, agrega.  

Corpoamazonía tiene licenciadas cerca de 43 fincas para que aprovechen los frutos de sus rodales y fue pionera en permisos para aprovechar productos no maderables del bosque. 

El principal productor de asaí en Colombia, con sede en Puerto Asís, es Corpocampo. El año pasado vendió cerca de 400 toneladas de pulpa congelada. Parte de su éxito se debe a que ha superado dos obstáculos: la estacionalidad de los productos del bosque y el bajo consumo. 

La especie que se da naturalmente allá, euterpe precatoria, solo produce fruto de febrero a mayo, pero Corpocampo es sobre todo conocida por la venta de palmito que no para en todo el año y les da estabilidad, según Henry Montenegro, uno de sus dueños.

Por otro lado, Corpocampo exporta a México y a Estados Unidos y eso hace que tenga una alta rotación del producto. En su planta hay parqueados al menos ocho containers que funcionan como cuartos fríos con una capacidad de 22 toneladas cada uno. 

Su modelo consiste en incentivar a los campesinos a que siembren y asegurarles la compra.  Así hay cerca de 800 hectáreas sembradas actualmente, varias de ellas con la especie que es más común en Brasil y que, aunque en menor cantidad por racimo, produce todo el año, la Euterpe olerácea. 

Para ello les entrega a los campesinos plántulas de su vivero y les da capacitaciones para que mejoren el manejo que hacen de la fruta. Se ha apalancado en recursos de cooperación internacional, como la agencia noruega de cooperación —Norad—  y de los programas de sustitución de cultivos. 

Sin embargo, enfrenta varios retos, uno de ellos la calidad del producto. “Que los campesinos no puedan sacar la fruta con la calidad que nosotros necesitamos es una amenaza para la empresa”, dice Henry. “El producto, por ejemplo, debe ponerse en canastillas no en costales cuando se coge”, agrega. Pocos cumplen con estos requerimientos.

Por esa razón, Henry cree que no tiene sentido que haya otras empresas más pequeñas en Puerto Asís tratando de procesar asaí. Cree que los esfuerzos se deberían concentrar en fortalecer este eslabón de la cadena y que el Estado, por ejemplo, debería invertir recursos en ello, en que las asociaciones de productores tengan un carro con refrigeración para transportar la fruta o en crear centros de acopio en las zonas rurales también con sistema de refrigeración para que la gente pueda dejar ahí dos días el producto sin que se dañe.

El fruto de asaí tiene que refrigerarse después de que se corta de la palma porque empieza un proceso rápido de oxidación. 

La realidad, sin embargo, es que hay otras iniciativas que también se están abriendo camino. Una de ellas es Asoparaíso. De esta organización hacen parte 36 familias. Su apuesta es por no quedarse solo en la venta de la fruta sino en transformar el asaí.

Para ello han contado también con apoyo de la cooperación internacional para adquirir los equipos y montar su planta, y de su único comprador, la cadena de heladerías bogotana Selva Nevada. Con ellos a comienzo de año pactan la cantidad de producto que les van a vender y el precio, lo que les permite tener un cierto manejo de su capacidad de producción y unas condiciones justas. Este año el precio por un kilo de pulpa procesada es de $16 mil.

Según Jhon Erick Guerrero, dueño de Amazonía Vital —AmaVit—, otra procesadora de asaí de Puerto Asís que le vende a Corpocampo, por kilo esta le paga 9 mil. Aunque sabe que en Bogotá se puede vender en 25 mil, le funciona que sea al por mayor. “Me sirven dos cosas, generar confianza en los campesinos de que les compro su cosecha y, al vender al por mayor mantengo flujo de caja”, agrega. Para él ese es el éxito del negocio. 

A Asoparaíso le falta, en cambio, demanda. En plena cosecha su cuarto frío que hace solo siete toneladas está lleno de recipientes con pulpa y su planta está parada, porque no hay  más demanda de producto en Bogotá. En algún tiempo le vendía la pulpa a Corpocampo, pero dejó de hacerlo porque no se sintieron bien tratados, los pagos se demoraban y les exigían una producción mayor a la que podían tener, según Jesús su presidente. 

Por otro lado, tienen un gran reto, su esquema comunitario hace que la toma de decisiones sea difícil entre tantos asociados. 

 “A veces nos sentimos cansadas porque los procesos de decisión se demoran mucho y algunos miembros ponen muchos obstáculos”, dice Yurani, la tesorera del proyecto.

Para Alejandro Álvarez, de Selva Nevada, la solución está en un punto medio entre los dos modelos, el empresarial y el asociativo, en un país donde el campo está conformado por pequeñas unidades agrícolas.

Su idea es que pueden y deben haber asociaciones de productores en los territorios que garanticen una mayor redistribución de ingresos para la gente. Los líderes sociales son clave en la consecución de recursos del Estado y de la cooperación y en su inversión en proyectos para el desarrollo territorial, explica Álvarez. Pero necesitan luego una plataforma que les permita funcionar como empresa. “Son diferentes las competencias que debe tener un líder empresarial y un líder social”. 

Asoparaíso ya avanzó en crear su empresa comercializadora, Nutriselva, una SAS de la que son socios Asoparaíso y algunos de los asociados de manera individual, pero todavía le falta mejorar en su gobierno corporativo.

“Lo interesante es que en estos modelos, a diferencia de una empresa, hay unos principios sociales que dialogan con los puramente técnicos y económicos”, complementa Álvarez. A esto se suma también el hecho de que organizaciones de este tipo pueden dialogar mejor con una mayor conservación del bosque dado que exigen una menor cantidad de producto.

Hasta ahora estos diferentes modelos de producción conviven en Puerto Asís. Con los rodales naturales, los cultivos se han mantenido de pocas hectáreas. Pero todos tienen la expectativa de crecer sus negocios y el que está más cerca de lograrlo es Corpocampo con un factor que podría alterar la ecuación de la conservación: los brasileros. 

El modelo de asaí brasilero y su posible entrada al Putumayo colombiano

En Brasil un 90 por ciento del asaí que se produce es para consumo interno, lo que significa que solo tienen un 10 por ciento de margen para abastecer la demanda internacional. De su producido, el 60 por ciento se vende en Pará (en el norte) y el 30% se vende en el sur, en ciudades como Sao Paulo y Río de Janeiro, que comenzaron a consumirlo después. 

Como es común en otros sectores, los números de Brasil son de varios ceros a la derecha. Allá los terrenos que tienen asaí son en promedio de mil hectáreas, muchos de ellos son monocultivos, y producen todo el año. 

Solo en Para, según Reinaldo Santos, un empresario brasilero, hay cerca de 10 mil procesadoras pequeñas de fruta que venden todo el mismo día. Le compran principalmente a asociaciones de productores. 

Hay también cerca de 100 grandes industrias, que procesan para suplir la demanda del sur del país y para exportar principalmente a Estados Unidos y en una menor cantidad a Europa. 

A diferencia de lo que pasa en Putumayo, no dependen de la cadena de frío. “No usamos la pulpa congelada, sino asaí en polvo”, dice Santos. Su grupo empresarial se llama Kaa. Procesan asaí, desarrollan tecnología, hacen equipos. Y tienen también el proyecto de sembrar 100 mil hectáreas con arreglos forestales cerca a Belém, en el Estado de Pará.

El rumor en Puerto Asís es que ellos compraron un porcentaje de Corpocampo, pero esa versión es negada tanto por Santos como por Henry Montenegro. Aunque llevan cuatro años visitando a Colombia, no solo a la Amazonía sino al Pacífico, porque están interesados en expandir su negocio aquí, no se ha concretado una alianza. “Este año estamos concentrados en preparar nuestra participación en la COP30, y retomaremos la idea de llegar a Colombia en el 2026”, dice Santos. 

De acuerdo a Montenegro, una eventual sociedad con los brasileros tiene condiciones. “No necesitamos nuevos socios si no tienen una nueva tecnología. Lo que ellos están tratando es de detener un poco el proceso de deterioro que sufre la fruta apenas se coge”. 

Es difícil que lleguen al Putumayo a establecerse solos debido a las condiciones de seguridad y también al manejo de las comunidades, por lo que Corpocampo es un aliado estratégico. 

Su llegada, aunque genera una gran expectativa por el impulso que puede darle a la región, también causa preocupación. 

“El equipo más barato puede costar 30 millones de dólares y requeriría tener materia prima correspondiente a entre 20 y 30 mil hectáreas de asaí”, señala Henry Montenegro. 

Por eso, él insiste en que es necesario fortalecer la cadena productiva para eso, y vincular también al Caquetá, al Guainía, a otros departamentos. 

“Va a ser bueno para algunos productores, pero para nosotros va a ser difícil porque ya no va a ser a medida de nuestro alcance. Y puede tener un impacto ambiental, porque se puede empezar a talar bosque para sembrar”, opina Emilce, la gerente de Nutriselva, la comercializadora de Asoparaíso. 

El escenario ideal sería que el asaí se pueda sembrar en los terrenos en los que hoy hay ganadería o cultivos de coca y que se use para restaurarlos. En 2023 en Putumayo había 50 mil hectáreas de coca sembradas. 

“Solo pensamos tener la industria de procesamiento, no plantaciones. Estas deberán basarse en pequeños cultivos porque por el tema jurídico y de seguridad en la Amazonía colombiana es difícil pensar en unos cultivos grandes”, dice Santos, el empresario brasilero, dando un parte de tranquilidad. Pero a la extensión se suma también la forma de siembra. 

Los retos de la conservación: mantener el mismo bosque

La premisa para quienes defienden la conservación es que el ecosistema amazónico caracterizado por albergar el 10% de la biodiversidad del mundo, debe permancer lo más parecido a su paisaje actual para mantener su equilibrio.

Por esto, con o sin entrada de los brasileros, uno de los temas claves para la conservación de la selva amazónica es que los cultivadores opten por un sistema agroforestal. 

“Un sistema productivo debe tratar de ser compatible con la ecología del sitio, y en el caso de la Amazonía son bosques muy diversos: por eso la agroforestería, es decir, varias especies en una misma área es la mejor herramienta”, dice Jaime Barrera, investigador de El Sinchi, el instituto de investigación científica de la Amazonía.

Las razones no son, en todo caso, solo de sostenibilidad medioambiental: “Nuestros productores agrícolas son muy vulnerables, no tienen un colchón para soportar pérdidas”, agrega. Se refiere a que en un cultivo de varias especies, a diferencia de un monocultivo, si una no da la otra sí. 

“Si hay exceso de oferta y el precio se cae, las expectativas no se van a cumplir y van a volver a tumbar asaí como ya ha pasado”, complementa Roberto León Gómez, exdirector de Amazonía Mía, un programa de Usaid que estuvo trabajando en desarrollar una cadena sostenible alrededor del asaí en el Putumayo.

Tanto Gómez como Barrera coinciden en que la posibilidad de un productor en la Amazonía de poder vivir de su predio es diversificarlo. Esto porque la economía de todo lo que sale de esa región, excepto la ganadería, está en construcción. 

“Súmale a eso nuestro cerebro de consumidores andinos, acostumbrado a sabores muy particulares: la mora, la guayaba, el banano, la naranja”, anota Barrera. “La mejor muestra de esto es que cuando te dan a probar copoazú inmediatamente lo relacionas con alguno de esos sabores. El copoazú sabe a copoazú, como el banano sabe a banano” agrega. 

Este sistema productivo no pareciera ser un problema para el brasilero Reinaldo Santos, de Kaa. “Que vayan juntos con otros. Ese es el mejor camino, sin duda. Con arreglos agroforestales. Porque mantiene la diversidad forestal, preserva el medio ambiente y tenemos productividad. Las condiciones socioambientales son respetadas”. 

Está por verse, en todo caso, si con los números que necesitan para que su modelo sea rentable eso puede ser compatible con la conservación de la Amazonía como hoy está.

Según datos de Corpocampo, por hectárea se siembran alrededor de 625 palmas, pero cuando se mezclan con otros cultivos (arreglos forestales) esa cantidad se reduce a unas 400. 

“Los brasileros no van a gastarse 30 millones de dólares para que se produzcan 500 o mil toneladas que es lo que ellos producen en una semana”, dice Henry Montenegro. “Para lo que a ellos les gusta aquí no se produce nada”, agrega.

En Brasil la principal causa de deforestación son la agricultura y la ganadería. En 2022 un estudio de científicos de ese país mostró que el asaí, en particular, estaba amenazando la biodiversidad. En lugares donde se han sembrado más de 600 palmas por hectárea, la presencia de otras especies se redujo a la mitad. En regiones donde por ley debe haber máximo 70 plantas por hectárea, encontraron mil, según Madson Freitas, investigador de la Universidad Federal de Pernambuco. 

“Árboles grandes y altos como el samaúma, conocido popularmente como la reina de la selva, y otros como el jatobá y el cedro, están desapareciendo en esta región”, señaló el biólogo.

En la Amazonía colombiana aún está abierta la pregunta por qué paisaje se quiere pintar allá.

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