

CambioColombia – Les contamos la historia de tres proyectos de activistas colombianos para desestigmatizar la hoja de coca.
En los últimos días la hoja de coca volvió a estar en el centro del debate público gracias a la intervención de Laura Sarabia ante la Comisión de Estupefacientes de las Naciones Unidas. En su discurso, de poco más de cinco minutos, la ministra de Relaciones Exteriores presentó y defendió la propuesta de sacar la hoja de coca de la lista de las sustancias más dañinas –la lista 1–, en la que fue incluida en la Convención Única Sobre Estupefacientes de la ONU en 1961.
Sus argumentos repitieron lo que suelen repetir los críticos del actual régimen contra las drogas: a pesar de los cientos de miles de millones de dólares empleados en combatir el narcotráfico, ni los cultivos, ni la oferta, ni los consumidores, ni los muertos disminuyen. Por el contrario, las cifras rojas aumentan: en la última década, expuso Sarabia, el número de consumidores recreativos creció en 50 millones en el mundo.
Además, la canciller afirmó que la ciencia ha hecho más que evidente que es miope seguir considerando la hoja de coca como una sustancia, en sí misma, dañina; y en que no es posible pensar a Colombia en paz mientras se mantenga el rígido enfoque prohibicionista y no se optimice y crezca la financiación de proyectos productivos para los millones de campesinos que en nuestro país no tienen una mejor opción que cultivar y ‘raspar’ hoja de coca destinada a convertirse, en manos de los narcos y grupos armados, en el rentable, ensangrentado y adictivo polvo blanco.
Para participar en el debate, CAMBIO conversó con tres activistas de la ‘desestigmatización’ y el cambio de narrativa sobre la hoja de coca; esa que ha sido usada en nuestro continente desde hace más 8.000 años, mucho antes que Escobar, Trump y la tajante Lista 1 de la ONU.
Amazónico, resistencia y apropiación desde el Putumayo
Según la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (UNODC), de los trece municipios que conforman Putumayo, en nueve hay coca y cuatro figuran entre los que más cultivos tienen en todo el país. Entre 2021 y 2022, el departamento pasó de tener 28.205 a 40.034 hectáreas cultivadas, lo que representa el 21 por ciento de la coca sembrada en Colombia. Esto, por supuesto, se ha expresado con toda la zozobra, extorsión y maldad de la que son capaces los grupos que dominan su tráfico en el territorio. En el presente, la sangre y el fuego van por cuenta del frente disidente de las Farc Carolina Ramírez y el Cartel de Sinaloa. Calentura pura.
Como resistencia y faro de otros senderos y otras posibilidades distintas a la industrialización de la hoja de coca convertida en cocaína, en el barrio El Progreso –en el centro de Mocoa, frente al río Sangoyaco– opera desde octubre de 2019 el restaurante Amazónico. Mauricio Velasco, su chef principal, le contó a CAMBIO que el local nació, paradójicamente, porque después de graduarse como cocinero en Bogotá no tuvo la plata para consumar su sueño de migrar hacia a España en búsqueda de perspectiva y experiencia.
El regreso obligado a su territorio, dice hoy el cocinero de 28 años, fue lo mejor que le pudo pasar: el espíritu inquieto con que quiso conquistar Europa encontró su cauce gracias a un viaje a Puerto Leguízamo, en la frontera con Perú y Ecuador, en donde se topó –además de con frutas amazónicas, la harina de coca y el ají negro que harían delirar a cocineros de todo el mundo– con las culturas indígenas y su relación ancestral con la “hoja que mata”.

El restaurante Amazónico le da uso a utensilios del Putumayo, así como a troncos y demás materias primas que arrastra el río. Crédito: cortesía Amazónico
Atestiguar la consagrada preparación del mambe –desde la quisquillosa recolección y cuidadosa tostión de las hojas de coca hasta a la mezcla final con las cenizas del yarumo–, comprobar su poder comunitario, espiritual, medicinal y alimenticio, así como su vigencia milenaria como corazón identitario de los pueblos indígenas de su región, le metió en el cuerpo la determinación de reinterpretar y actualizar el rico acervo gastronómico del Putumayo. Eso, con la hoja de coca, altiva y bondadosa, en el centro de su mesa.
Lo que empezó como un emprendimiento casero en una cocina oculta en la que el cocinero preparaba banquetes para matrimonios y fiestas de quince años, va hoy en un restaurante reconocido a nivel local e internacional en el que el talento joven del departamento hace alquimia con los alimentos de su tierra y de sus ríos. Más de 19 familias campesinas, algunas enraizadas en rincones alejados y de muy difícil acceso, hacen cada semana su mejor venta al restaurante.
Palmitos del Putumayo al rescoldo, con mantequilla orgánica, piña nixtamalizada, lomo de pirarucu a la brasa, postre de pomarroso, preparaciones en salsa de chontaduro y coco son algunos de los platos que han convertido a Amazónico en un destino obligado para los visitantes de Mocoa. Esos que mientras se dan una orgía de sabores en el centro de la ciudad, en una casa que sobrevivió milagrosamente la avalancha torrencial de 2017, se enteran, en voz de los productores y campesinos, sobre la torpeza e ignorancia supina de asociar a la hoja de coca con la cocaína.
Un volcán de helado local a base de harina de coca; una infusión de coca fría para sacarse el calor del cuerpo; crocantes de espinaca criolla o chiro apanados con harina de coca sustentan, en la carta, el activismo de Velasco y su equipo.

Un nuevo paradigma científico para regular la hoja de coca
El ingeniero agronómico Óscar Alejandro Pérez Escobar es quizá el académico e investigador colombiano que más sabe sobre el origen y evolución de las orquídeas. A los 30 años se vinculó como investigador líder del Royal Botanic Gardens Kew, del Reino Unido y sus trabajos han sido publicados en las revistas científicas más importantes del mundo. Como sus investigaciones sobre las orquídeas tropicales lo ocupan a tiempo completo, su activismo ‘cocalero’, que tiene como móvil ‘complejizar’ –y desmontar– la asociación tajante entre la hoja de coca y la cocaína, ocurre en la noche, en su casa, después del trabajo.
En conversación con CAMBIO, el académico explicó que sacar la hoja de coca de la ‘lista negra’ de la ONU es crucial para que, a nivel global, se acelere y profundice la comprensión de su diversidad, taxonomía, usos y peligros. Pérez afirma que la vigente prohibición cabal de la hoja de coca ha contribuido dramáticamente a la ignorancia y oscuridad que hay sobre esta –a pesar de que la evidencia científica ha dejado clara su presencia en América desde 150.000 años antes de la llegada de seres humanos al continente–.
En concreto, junto a colegas de la Universidad Distrital, la Universidad de Portsmouth, Nueva York, Wageningen y de su centro de investigación en el RGB Kew publicaron, para la importante revista Molecular Biology and Evolution, un estudio que prueba que basarse en la morfología de las hojas –la forma y el tamaño– de la planta de coca para diferenciar entre especies y variedades es reduccionista y poco fiable. El estudio resulta vanguardista y revelador porque la morfología ha sido el caballito de batalla de los entes reguladores para determinar qué cultivares y especies se están cultivando.

Hasta ahora, explica el investigador, que una hoja tenga forma ovalada ha sido tomado como un indicio concluyente para clasificarla como parte de las especies cultivadas –y por ende potencialmente industrializadas e ilegales–. El estudio controvierte este hallazgo y afirma que para avanzar en el entendimiento de la planta, que hasta la fecha tiene más de 270 especies descubiertas, de las cuales solo dos son cultivadas, hay que trascender el estudio morfológico y entrar también en las regiones de la genética, la variedad de los compuestos químicos y, no menos importante, en la sabiduría tradicional asociada a la planta que en países como Bolivia, Perú y Colombia se ha venido refinando por milenios.
Su propuesta investigativa, que ha tenido que vérselas con las medidas prohibicionistas que han impuesto que llevar una hoja de coca de Colombia a Europa sea lo mismo que llevar una droga ilícita, tiene la potencia de hacer mucho más eficientes y precisas las políticas de regulación, pues a estas alturas es evidente que una legislación basada en el oscurantismo y la ignorancia está destinada al fracaso. Lograr árboles genealógicos fiables, cuenta, será vital para saber con certeza cuándo una especie ha sido alterada genéticamente para aumentar su follaje, resistencia y altura, que es el sueño botánico de los narcotraficantes.

Además, comprender la genética de la planta, afirma, podrá abrir nuevas perspectivas sobre su uso y valor cultural y económico. Y, sobre todo, dar un paso hacia adelante para dejar de relacionarnos ignorantemente con una planta plena en beneficios que, desde que América es América, ha estado ahí como guía y como medicina.
Futuro Coca: «Sí hay futuro, y este es con la hoja de coca»
En el año 2023, en el tradicional colegio Gimnasio Moderno de Bogotá, el Festival Futuro Coca logró que artistas, cocineros, empresarios, tomadores de decisiones, artesanos, periodistas, científicos, académicos, grupos indígenas, ciudadanos desapercibidos, estudiantes, niños, cineastas, confluyeran para dialogar sobre la hoja de coca y la urgencia de cambiar su narrativa como sinónimo de cocaína y narcotráfico.
Alejandro Osses, fotógrafo y antropólogo visual, y Carmen Posada, abogada y activista, decidieron montar el festival después de una inmersión profunda con las comunidades indígenas del Amazonas, el Cauca y la Sierra Nevada. En esta, los usos y la fuerza cultural e histórica de la planta más satanizada en el mundo los convenció de la urgencia de desarrollar una plataforma multidisciplinar e inclusiva que la pusiera en el centro de la discusión para contrastar y desarticular su estigmatización histórica. Y para mostrar, en palabras de Carmen Posada, “que sí hay un futuro, y que este involucra los usos de la hoja de coca, de los cuales debemos sentirnos orgullosos”.

Los más de 2.500 asistentes a la primera versión del festival tuvieron acceso a talleres de agricultura, textiles y gastronomía en los que la hoja de coca fue la protagonista. Además, Futuro Coca trajo hasta Bogotá emprendedores –en su mayoría indígenas– para que dieran a conocer sus productos derivados de la hoja: ungüentos medicinales, galletas, cervezas, gaseosas, tinturas.
Representantes de más de doce pueblos indígenas compartieron con los asistentes, en círculos de palabra y con el mambe como mediador, sobre la importancia de la planta en su cosmovisión, cotidianidad y rituales. “Fue realmente significativo que personas blancas que nunca en su vida habían interactuado con personas indígenas, oyeran con atención sus vivencias, perspectivas y nociones… El gran éxito del festival es que pone a dialogar sectores que normalmente no se encuentran”, le dijo a CAMBIO Carmen Posada.

En 2024, la sede del Festival Futuro Coca fue Medellín, en donde la planta tiene una carga histórica muy singular, así como un importante papel en su acervo gastronómico y artístico. Aunque el público fue distinto al de Bogotá, cuenta Posada, la puesta en escena para discutir la narrativa de la hoja desde el arte, la gastronomía, la ciencia, la agricultura y los emprendimientos volvió a ser expansiva y reveladora.
Este año, para globalizar la discusión, Futuro Coca estará presente en Madrid y en Londres. Además, su plataforma Coca Talks, el brazo académico del festival en el que investigadores de talla mundial dan charlas sobre la importancia de la hoja de coca como herramienta de transformación ambiental y social, seguirá enriqueciéndose.

El optimismo de Posada sobre el creciente interés de la ciudadanía en el debate sobre una de las plantas con más fuerza identitaria para la cordillera de los Andes, al ver su trabajo, es contagioso. Como el poder de la hoja que, a estas alturas, no debería ser más sinónimo de perico y de muerte.
