Yagé, internado y algo más

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Las2Orillas – Uno se regresa de Santiago por una serpiente nublada hacia Pasto percibiendo los colores de Jacanamijoy y quiere regresar y ver que el centro de pensamiento se haga

Al abordar el avión y padecer el apretujamiento lento de los equipajes junto a un vecino de asiento que ve videos a todo volumen en el celular y ríe enajenado, no imaginas el aire que espera por ti cuando llegues a Santiago – Putumayo.

Hasta ahí no tienes idea de la ritualidad que viene, ni de qué forma el paisaje del comienzo de la selva se fijará a la vista. Solo cierras los ojos, dejas atrás los días, la capa densa de ciudad y terminas de leer Los vagabundos de la cosecha, de Steinbeck, sobre gente buscando trabajo durante la gran depresión hace un siglo, una que comparas con la tuya propia y empiezas a sacar conclusiones.

Para llegar a Santiago en el Valle de Sibundoy, Alto Putumayo, aterrizamos primero en Pasto, una llegada semejante a abalanzarse a toda velocidad con un huracán detrás, para caer en punta de pies sobre una lata de cerveza al borde de un precipicio. La clavada del aparato en la pista se ha llenado de gritos, bendiciones y de aplausos al final, así que esta vez todo el mundo saca apresurado su equipaje y baja corriendo para evitar que de pronto lo inviten a quedarse.


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Centro de internado para niños indígenas, Santiago-Putumayo, 1907

El cometido en Santiago: conocer de primera mano el proyecto realizable, pero colosal por la dificultad de conseguir recursos estatales, para recuperar como un centro de memoria, pensamiento y museo,  el que fue internado de niños indígenas hacia 1907; la primera escuela de varones del Putumayo, en realidad una misión evangelizadora promovida por el gobierno conservador con sacerdotes capuchinos, igual que otras desde esa extensa tierra hasta Nabusimake en la Sierra Nevada de Santa Marta (1916).

Enseñanza de lectoescritura y matemáticas de los capuchinos, bajo la línea dura en cuanto a que la educación de los indígenas tras el Concordato de 1887 era monopolio de la Iglesia católica; una historia que da colores y versiones confrontadas, unas de humanidad,  otras de aplastamiento, de cepos, de acallamiento cultural en pleno siglo XX, por lo que no sin razón se afirma a veces que la Independencia no ocurrió para las comunidades indígenas del país sino hasta 1991 con la Constitución democrática de ese momento, una Independencia que aún sigue construyéndose.

La anfitriona: una joven activista de la comunidad de los pastos, Maleja se llama, quien irá revelando la fascinación de una vida que vuela y vuelve y se abre y se llena de tonalidades, igual que una toma de Yagé.

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Carlos Jacanamijoy, el gran pintor colombiano, y sus dibujos figurativos de infancia

Este Valle del hoy reconocido Carnaval del Perdón; es también el origen de Carlos Jacanamijoy, el inmenso pintor colombiano que está por coincidencia en Santiago y nos da café y palabras, a la vez que nos permite ver sus dibujos figurativos de infancia.


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Al principio Jacanamijoy mira directo a los ojos, como si uno fuera un lienzo ya pintado al que hay que descubrir y poner en blanco. Si uno dice vinimos para…, él interroga: quiénes vinieron; es que el proyecto… cuál proyecto, indaga de inmediato.

Y sigue observando penetrante al punto que uno de entrada siente alzándose centímetro a centímetro una barrera de hormigón. Pero cuando obtiene respuestas empieza a desmontar la pared y el hormigón se percibe ahora como un velo suave descorriéndose. Justo ahí expresa una acogedora sonrisa y empieza a narrar, igual que si pintara en el lienzo que ha rescatado.

Él estudió en el lugar que ahora quiere recuperarse para ser centro de pensamiento; lo hizo con otros niños de la comunidad Inga, aunque no interno.  Aprendió a leer con las Sagradas Escrituras, no con cartilla; pero empezó a pintar a los 13 y desde entonces quería ser algo que imaginaba como “doctor en pintura”, alguien como Da Vinci, a distancia de todos los que le decían que no estudiara eso de dibujo y pintura que no servía para nada.

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El internado de niños indígenas que quiere reconstruirse como centro de pensamiento

Siempre sentía que con un catalejo los observaban desde el mar y todo lo acontecido con los pueblos indígenas no estaba tan lejos, “era yo, mi propia realidad”. Y así empezó a mirar hacia adentro, al fondo del ser, y viajó a la simiente de su cultura y durante el debate global de la conmemoración de los 500 años de la llegada de los españoles a América encontró un camino de expresión que está adentro y afuera de sí, que pasa por la planta sagrada y vuela en esos matices estallados que hablan desde muy hondo en sus pinturas. Estar un rato oyendo a Jacanamijoy da gusto. Ver sus pinturas, mucho más.  

El internado de varones indígenas que quiere reconstruirse para otras vidas y memorias, estuvo en algún momento en manos de barras bravas que lo tomaron de alojamiento; fue antro de consumo y estuvo a punto de ser demolido, cuenta el alcalde de Santiago (Franklin Benavides), un hombre dinámico, de palabras agiles, que se formó entre teología y más.

Hacia el 2016 lo recuperó de la Diócesis, casi como una desamortización de bienes de manos muertas, mejor dicho, logró sacárselo en una negociación dura al obispo que quería en cualquier caso “unas monedas más”.

Santiago – Putumayo ha pasado por mucho, pero tiene medicina tradicional, tiene “remedio”, tiene memoria, una fuerza humana que no claudica. En un tiempo largo las Farc impusieron toque de queda entre 6 y 10 a. m., aunque todo el mundo sobrevivió en casa porque la tierra da todo y eso que hay por allí cerca de veinte volcanes.

Uno se regresa de Santiago por una vía que es una serpiente nublada hacia Pasto, en una noche helada, a gusto, percibiendo tactos y colores como en los cuadros de Jacanamijoy, después de estar a punto en una maloca, y quiere regresar, y quiere remedio, y más que otra cosa quiere ver que el proyecto del centro de pensamiento se haga porque vale la pena.


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