WCS Colombia – Dayerlis Arévalo, Johanna Africano y Nataly Herrera trabajan desde el Magdalena Medio, el piedemonte Andino-Amazónico, en Putumayo, y los Llanos Orientales, respectivamente, por el cuidado del medio ambiente. Así sea en escenarios locales y con aportes en áreas muy específicas, todas buscan un objetivo común: regiones sanas y más sintonizadas con la sostenibilidad.
Por Javier Silva
Las mujeres siempre han tenido una relación especial con la naturaleza, porque desde sus comunidades contribuyen con el bienestar, así como al mantenimiento de los ecosistemas, la diversidad biológica y los recursos naturales.
Sin embargo, el reconocimiento de esa labor y de lo que aportan o pueden aportar al desarrollo, sigue siendo limitado. La desigualdad en algunos municipios y la exclusión hacen que el interés y el liderazgo de muchas, siga quedando relegado, o sea ignorado.
En diferentes escenarios, aún hay grupos humanos que no pueden entender por qué una mujer prefiere ir con botas de caucho a buscar y a monitorear monos o aves en el bosque, en lugar de casarse y cuidar a una familia, o incluso, realizar ambas tareas.
La buena noticia es que, a pesar de los obstáculos, hoy hay cientos de ellas que están realizando grandes progresos y las organizaciones están recurriendo cada vez más a su experiencia y liderazgo cuando deben tomar decisiones importantes.
Y aunque algunas pensarán que es difícil nadar contra la corriente, una vez están al otro lado, la vida les está abriendo muchas puertas.
Precisamente, el Proyecto Vida Silvestre (PVS) quiere destacar a Dayerlis, Nataly y Johanna, quienes desde sus comunidades se han vinculado con esta iniciativa, directa o indirectamente, para hacer aportes, algunos de ellos voluntarios, y contribuir con el cuidado ambiental de tres sectores del planeta que, de alguna manera, ahora sienten como propios.
Dayerlis y su interés por la sostenibilidad
Dayerlis Arévalo cree que su gusto por la naturaleza nació cuando todavía era una niña y debía ayudar a su familia a cultivar la tierra, esto en la Ciénaga de Chucurí, una vereda de Puerto Parra (Santander).
—Creo que en ese momento me comenzaron a gustar los árboles y fui consciente de su importancia—, dice.
Hoy, a sus 23 años, trabaja con ellos. Y, a través de esos mismos árboles ha logrado una alianza para tratar de cambiar una historia regional marcada por la degradación y el deterioro de su entorno.
—He aprendido que esos cambios que necesitamos, para lograr un proceso de restauración del paisaje, afectado por las malas prácticas, se producen muy lentamente— reconoce. Pero, al menos, avanzan.
Eso es lo que, según explica, ha notado desde que se integró al trabajo del Proyecto Vida Silvestre (PVS) en este sector del Magdalena Medio, desde el cual está promoviendo la sostenibilidad entre al menos 30 fincas, la mayoría de ellas ganaderas.
Por una productividad sostenible
Con la compañía de otros profesionales y técnicos del Proyecto, y en alianza con los propietarios de esos predios, Dayerlis impulsa la creación de corredores biológicos a partir de áreas de terrenos que sus mismos dueños destinan a la conservación y que conducen a la protección de especies de fauna como la marimonda del Magdalena, un primate En Peligro Crítico de extinción.
Al mismo tiempo, se empeña en que los ganaderos apliquen estrategias productivas sostenibles, con las que no deban sacrificar el cuidado ambiental.
Se trata de promover una ganadería ordenada y con potreros bien demarcados y corrales que impidan que las reses puedan ir sin control de un lugar a otro y contaminar las fuentes hídricas. Que incluya, además, una rotación en el pastoreo, es decir, que mientras las vacas comen en un sector, puedan dejar que el pasto crezca en otro, para impedir de esta forma que se deban buscar nuevas áreas para su alimentación y sostenimiento y, por ende, se talen más porciones de bosques.
A lo anterior se suma la construcción de cercas vivas para demarcar los potreros, con las que el entorno se beneficia con más árboles y sombra, una estrategia que, además, aporta a la formación de nuevos refugios naturales.
Tres años en la incertidumbre
Cuando Dayerlis relata estos avances, pareciera no creer que, hasta hace unos cuatro años, su futuro era incierto y estaba totalmente estancado alrededor de un cultivo de caucho (que ayudaba a cuidar en su casa) y, especialmente, dentro de las cuatro paredes de un supermercado. Y esto ocurría porque desde que terminó el bachillerato, quiso estudiar en la universidad, pero las oportunidades que tenía a su alcance para formarse académicamente eran nulas.
Tuvo que esperar casi tres años, trabajando entonces en ese autoservicio situado en el corregimiento de Las Montoyas, (también de Puerto Parra), hasta que la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD) le otorgó una beca con la que pudo comenzar a estudiar ingeniería agroforestal.
Hoy está en séptimo semestre y repartiendo su tiempo entre las aulas y las labores del campo que le exige el PVS, una oportunidad laboral que ella califica como “maravillosa”.
Y ha sido con la experiencia acumulada allí, que ha podido detectar que son la falta de conciencia y autoridad, y la escasez de educación, dos de las causas que generan los mayores daños a los ecosistemas. Porque no hay otra forma para explicar las razones por las cuales pudo salirse de control la ganadería con búfalos y, de paso, los daños a las ciénagas donde habitan los manatíes, trascendentales para este departamento.
Pero, en medio de todo, es optimista frente a la posibilidad de que todo cambie.
—Paso a paso, una transformación podría ser posible. No tiene que ocurrir necesariamente una tragedia para que la gente se vea obligada a hacer un cambio. Y eso se demuestra con el trabajo que hacemos en las fincas que hemos censado y que nos han abierto sus puertas, donde se ven los resultados—, comenta.
Reconoce que tarde o temprano le gustaría salir a explorar otras zonas del país, para acumular experiencia y sabiduría. Pero con un propósito adicional: volver a la Ciénaga de Chucurí para seguir ayudando en su desarrollo. Porque, al fin y al cabo, fueron los árboles de esta tierra los que gestaron su camino y reafirmaron su destino.
Johanna, pasión por la selva
Johanna Africano se siente complacida al poder decir con certeza que, en El Líbano, vereda del municipio de Orito, aún hay pumas y jaguares recorriendo parte de los bosques que rodean a esta localidad, en el piedemonte andino-putumayense.
Pero su satisfacción es mayor cuando sabe que su esfuerzo aportó para que esto fuera considerado hoy como una buena noticia, llena de esperanza.
A finales del año pasado, ella se integró, voluntariamente, a uno de los cinco equipos —conformados por dos personas— que instalaron 60 cámaras trampa —12 de ellas por cada pareja— en sitios estratégicos de este caserío y en sus alrededores, incluyendo especialmente la zona de influencia del Santuario de Flora Plantas Medicinales Orito Ingi Ande, las cuales, según análisis preliminares, captaron, además, un cerdo de monte labiblanco, o pecarí barbiblanco (Tayassu pecari) —la primera vez que se tiene un registro de la especie para este sector del departamento—, armadillos, dantas, algunos primates, perros venaderos y aves como tangaras y pájaros carpinteros.
Monitoreo para el análisis de poblaciones
Johanna fue la única mujer que se unió a este ejercicio en Putumayo, el cual podría definirse como un monitoreo de fauna que el Proyecto Vida Silvestre (PVS) extendió, con 166 cámaras más, a sectores del Magdalena Medio y los Llanos Orientales, escenarios donde esta iniciativa trabaja por el cuidado de especies y ecosistemas estratégicos desde 2014.
Con el análisis de las fotografías, que aún avanza, se conocerán, antes de que termine este año, conclusiones relacionadas con la ocupación de algunas especies, aumento de poblaciones y patrones de actividad y uso de sus hábitats.
Generalmente, las cámaras se activan con el movimiento de los animales presentes en el bosque, por eso pueden tomar cientos de imágenes. Es una metodología que también se conoce como ‘fototrampas’ o ‘fototrampeo’, cuyo máximo beneficio es que ayuda a observar a las especies muy de cerca, sin molestarlas.
—Es muy importante que las mujeres comiencen a participar activamente de este tipo de trabajos, que suelen destinarse, en su mayoría, a hombres, algunas veces porque se cree que nosotras, a lo mejor, no vamos a poder cubrir las distancias que se requieren para instalar los equipos o soportar el esfuerzo físico que esto exige—, opina Johanna, graduada en gestión ambiental y de servicios públicos, en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, de Bogotá.
Para ella, la experiencia fue gratificante porque, entre sus objetivos, además de conocer aún más las selvas del Putumayo, buscaba aprender cómo se instalaban las cámaras, teniendo en cuenta que la labor incluye el estudio de áreas medidas en kilómetros cuadrados —a veces denominadas celdas—, coberturas naturales, distancias a asentamientos humanos e incluso análisis de seguridad. Y, además, el uso obligatorio de un GPS.
Huertas de plantas medicinales
—A veces hacíamos recorridos en medio del sol o de la lluvia, de tres o cuatro horas; incluso, con el GPS enloquecido y mostrando lecturas equivocadas que nunca nos pudimos explicar. La experiencia duró 45 días, incluyendo la instalación y el proceso de recolección de las cámaras—, relata.
Johanna es bogotana. Pero desde hace algunos años decidió radicarse en Orito, para conocer de cerca al Santuario de Flora, en el cual ya tuvo una experiencia laboral.
Hoy, luego de haber contribuido con el monitoreo de fauna, está asesorando a un grupo de mujeres y abuelas de la etnia Kofán, para el desarrollo de proyectos de restauración y cuidado de sus plantas medicinales.
Las mujeres kofán son expertas en el desarrollo de medicinas naturales para contrarrestar muchas enfermedades. Incluso, combinan 10 tipos de plantas para crear un remedio único contra la enfermedad producida por la picadura del pito, conocida como Chagas, causada por un insecto similar a un chinche, portador del parásito Trypanosoma cruzi
—Parte del trabajo está enfocado a cuidar y optimizar sus huertas, donde ellas cultivan las plantas y con las que evitan salir a hacer recorridos para conseguirlas—, comenta Johanna. De esta forma, frenan además procesos de deforestación.
Nataly y su oasis en la cuenca del Bita
Nataly Herrera dice que, en el año 2000, cuando su papá compró las tierras que conforman hoy la finca Doñana, muy cerca de Puerto Carreño, al lugar le decían cariñosamente ‘El Peladero’.
El apodo era razonable, porque allí, literalmente, no había nada. Tanto que los vecinos comenzaron a preguntar sobre la razón por la que él había comprado aquel ‘arenero’.
Era imposible calcular que, un cuarto de siglo después, ese mismo escenario podría representar uno de los terrenos más conocidos del Vichada, en plena cuenca del río Bita, al punto de haber sido registrado como una Reserva Natural de la Sociedad Civil (RNSC).
Nataly es hoy el alma de este lugar, hogar de jaguares, tigrillos, zorros y venados, así como de cientos de especies de aves, y bautizado Doñana para honrar a su abuela, Ana Alejandra Villegas.
Tiene cerca de 1290 hectáreas, en las que se resguardan zonas de bosque y con las que ella contribuye a la consolidación de un corredor biológico para la danta de tierras bajas, esto en alianza con el Proyecto Vida Silvestre (PVS), un escenario natural que permite el tránsito y la reproducción de este mamífero, una de las especies más representativas de la región, pero que se encuentra actualmente amenazada y disminuida por la cacería y la pérdida de su hábitat.
Nataly relata que en Doñana siembran con frecuencia plantas nativas, como moriches, congrios, aceites, saladillos, sasafrás y otros. Y han mantenido el monitoreo constante de la fauna con cámaras trampa, luego del cual han confirmado la presencia de tigrillos —uno de ellos cojo y que pareciera decidió adoptar a la reserva como su hogar— y de parejas de dantas con sus crías.
Doñana también se ha transformado en un punto de recepción de aquellos ejemplares de fauna que han sido víctimas del tráfico ilegal. Y, por eso, la Corporación Autónoma Regional de la Orinoquia (Corpoorinoquia) ha liberado en algunas de sus seis lagunas casi 20 anacondas, tortugas, iguanas, babillas y hasta un caimán de casi tres metros.
Hasta hace un tiempo, en la reserva eran muy juiciosos con el control de las candelas, pero, precisamente, uno de estos incendios se salió de control y arrasó con gran parte de los terrenos. Además, quemó un tractor con el que construían frecuentemente cortafuegos para mantener a raya estas quemas.
—Todas las inversiones que hacemos salen de recursos propios, por eso es muy difícil mantener un buen ritmo de acciones o intervenciones que ayuden a la conservación adecuada de Doñana; eso nos desmotiva mucho—, explica Nataly, quien agrega que, sin embargo, ella y su familia tratan de hacer un control muy estricto para evitar la cacería y la pesca ilegal.
También han tenido que lidiar con la delincuencia. A propósito, Nataly es la presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales de la Orinoquía, desde la cual se ha pensado en impulsar el desarrollo de iniciativas económicas o emprendimientos que les permitan obtener ingresos adicionales.
Pero, precisamente, un bote y un motor fuera de borda que había sido recibido por ellas, como parte de un acuerdo firmado con la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP) para realizar jornadas de pesca artesanal, así como acciones ambientales en la zona, les fueron robados. También les hurtaron una planta solar con la que sostenían un proyecto de restauración de 4.500 plantas de moriche.
—Sin embargo, a pesar de las dificultades, seguimos adelante por amor a la patria, por amor a sus recursos. Es por pura satisfacción personal que no hemos dejado de trabajar por Doñana. Cuidar ha sido una tradición que yo heredé de mis abuelos, que eran conservacionistas, y que no voy a abandonar así nadie me ayude—, concluye.
*El Proyecto Vida Silvestre, iniciativa liderada por Ecopetrol, Fondo Acción y WCS Colombia, trabaja por la conservación de 15 especies (doce de fauna y tres de flora). Lo hace en tres paisajes: los Llanos Orientales, el Magdalena Medio y el piedemonte Andino-Amazónico (Putumayo).