Por: *J. Alexander Africano M.
El 16 de junio de 2023 a las 03:00 p.m. será un día inolvidable no solo para los colombianos sino para el mundo entero, ese día eran encontrados, a esa hora, por comunidades indígenas: Lesly Jacobombaire Mucutuy, de 13 años; Soleiny Jacobombaire Mucutuy, de 9 años; Tien Noriel Ranoque Mucutuy, de 4 años, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de 11 meses.
Tan solo 3 horas después, en un movimiento de las redes sociales donde la información corre más rápido que la verdad, el mundo sabía que en esta ocasión era cierto, algunas fotografías ya daban cuenta que había culminado con éxito lo que se llamó por el gobierno nacional y las fuerzas militares como la operación “Esperanza”.
Esa misma esperanza que día tras día se escapaba y regresaba, esa esperanza firme de quienes creemos en los milagros, en el “milagro del encuentro” de los menores, una esperanza que tenía a la mayor parte del país expectante, pero con la fé intacta. Esa misma esperanza de muchos portales que nunca perdimos la fe a tal punto que ni siquiera quitamos la publicación que por error se dijo ya se habían encontrado a los infantes.
Lo cierto es que, en un trabajo en equipo, en una mezcla de ciencia, tecnología y ancestralidad se logró encontrarlos, lo que parecía impensable, y para fortuna de todos con vida muy a pesar de las dificultades que tuvieron que atravesar los menores desaparecidos; fue ese momento cuando indígenas del pueblo Murui del Putumayo, de la organización ACILAP (Asociación de Cabildos Indígenas de Leguízamo y Alto Predio Putumayo) tuvieron ese primer contacto con los niños, lo cual aumenta el honor étnico y sin duda demuestra que la “ancestralidad está viva”.
Inimaginable resulta pensar qué pasó por la mente de los infantes luego de la caída al vacío y a la selva de la avioneta en que viajaban aquel 1 de mayo de 2023, peor imaginar una escena donde vieron morir a su madre y a los otros dos ocupantes de la aeronave, que por fortuna no se incendió con el impacto.
Dejando atrás la tragedia de ese momento, es necesario recordar que fue una larga búsqueda de la aeronave y una vez ubicada el mundo supo que los menores estaban con vida; causó conmoción el solo pensar como sobreviviría la bebé de 11 meses, pero al mismo tiempo si era posible que todos lo hicieran en la inhóspita selva, tan llena de misterios, tan llena de todo.
La solidaridad no se hizo esperar y poco a poco se integraron equipos con comunidades indígenas y se juntaron con las Fuerzas Militares y otros organismos de socorro, llegaron indígenas del Putumayo, Caquetá y hasta del Cauca, aunque estos últimos hermanos no resistieron la selva pero allí estuvieron, y desde San José del Guaviare, bajo la organización de un puesto de mando, comenzó lo que sería la verdadera y única búsqueda.
Primero entraron 05 indígenas Araracuara y después de 10 días encontraron la avioneta, luego se vino la búsqueda más intensa, más difícil; fueron hallados rastros por donde habrían pasado los buscados pero el tiempo pasaba y la esperanza para muchos se acababa, para otros se mantenía y con oraciones, con buenas acciones, con ofrendas se sentía que el milagro ya se acercaba.
Pocos saben pero hasta un grupo de indígenas se extravió en la espesa selva, esos mismos hermanos que dieron con el paradero y que sin usar trajes térmicos para soportar las temperaturas y la humedad como si lo usan nuestros militares, esos mismos que usando un tabaco, ambil, mambe, yagé y sin entrenamiento, solo el que le orienta el camino espiritual, en una conversa en medio de la vegetación y al lado de modernos fusiles y con tecnología de punta, serían ellos quienes abrazaran por primera de vez, después de 40 días, a los niños.
No en vano y lejos o mejor sumado a los visores nocturnos y de detectores de calor, de helicópteros, de parlantes y luces del avión fantasma, de las más de 52 horas de perifoneo, del lanzamiento de 10.000 volantes y de los 100 kits de comida; incluso a la presencia del “duende” como lo han afirmado los mayores que estuvieron presentes en el proceso, el cual probablemente tiene en su poder al canino “Wilson”, a pesar de todo, allí estaban nuestros “mayores”, “abuelos”, “sabedores”, “autoridades” o como en cada pueblo indígena se les llame.
A ellos, a su cultura, a su dominio de la medicina, incluso a lo que fue llamado al “chamán de la fuerza especiales” un soldado enfermero de combate quien según el relato de los mayores se inventaba cosas para curarlos y hasta los inyectaba para seguir el camino, ese camino donde por momentos “moría la Esperanza”, pero que en un abrir y cerrar de ojos fue recompensada con el más alto honor de hallar con vida a seres indefensos.
El reconocimiento para los hermanos de los pueblos Murui, Andoque, Muinane y Uitoto que estuvieron hasta el último momento, aguerridos, fuertes y de frente; dejando atrás a cerca de 90 hermanos que no resistieron lo duro de la selva, a ellos el honor, a todos y cada uno de los cerca de 20 que llegaron hasta el final, al mayor Rubio, al mayor Eliecer, Edwin, Helio, Ezequiel, Jesús Miguel, Alex, Dairo, Nicolás y demás.
Nunca serán suficientes los abrazos pues como somos, tal vez nos olvidemos de los héroes; pero no se puede olvidar el agradecimiento a la madre naturaleza por ser tan buena a pesar del trato que le damos, gracias madre tierra por permitir en este día que una parte de nuestras vidas, en este mismo instante, ahora y así sea un pequeño momento de nuestras vidas lo podamos llamar: Felicidad.
“Primero Dios, el hombre y la naturaleza” palabras del abuelo
*Afiliado al CNP -Putumayo y del pueblo Muyska
JAAM