«Carnaval es Carnaval»

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Pocas personas recuerdan quién fue Carlos Guerrero Padilla. Quisiera hoy destacar la importancia de este gran músico mocoano, fallecido hace más de 30 años, pero cuya trompeta aún resuena en nuestros recuerdos.

Luis Eduardo Rosero Inguilán, Jesús Fajardo y Carlos Guerrero Padilla.

La gente que hoy baila en las verbenas y en los Carnavales no sabe que hasta los años 60 las fiestas aún no se transformaban en jolgorio colectivo. Cuando concluían los desfiles de comparsas y carrozas, el pueblo se iba para sus casas, a seguir en privado el festejo. Unos pocos asistían a bailes de familias amigas, como el que se realizaba donde Arnoldo Vallejo, organizado por una especie de club llamado La Barra. Allí se tomaba, se echaba talco y serpentinas y se bailaba, al son de la música que tocaban Los Gómez, con guitarras de cajón. ¡Dos guitarras, una bandola, y las maracas del finado Chontaduro!. Esa era toda la orquesta. A veces se le metía un acordeón. Eran orquestas para recinto cerrado.

Si no me equivoco, la primera vez que el pueblo tuvo la oportunidad de quedarse en el Parque bailando, después del desfile de carrozas y comparsas, fue en 1963, cuando era Comisario don Hernán Ríos González. Sus hijos eran de ambiente, e influyeron en la realización de esa verbena en el parque.

Pero la transformación de las cerradas fiestas caseras en fiestas colectivas, requería de algo más que guitarras, de cajón y charrasca. En ese momento es cuando entra Carlitos Guerrero en la historia de nuestras fiestas. Él había aprendido a tocar trompeta, siendo niño, en la Escuela Urbana de Varones de Mocoa y estudió música en el Conservatorio de Ibagué. Después se trasladó a Armenia, donde por su talento integró la famosa orquesta Caribe, muy popular en el Viejo Caldas y el Valle del Cauca. Por allá se casó y regresó a Mocoa como Director de la Banda General Santander, nuestra famosa banda de las retretas de los domingos después de misa. Al mismo tiempo formó la primera orquesta de música tropical de Mocoa, con músicos como el saxofonista Rodrigo Meneses.


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A partir de 1963 ya la gente empieza a bailar en el parque, y Carlitos Guerrero se vuelve popular, porque es quien pone a bailar a los mocoanos con temas como Palo bonito, La Cinta Verde, Puñal Sevillano, y otros. En los años posteriores, él va enriqueciendo su orquesta con músicos criollos y, a veces, con vocalistas traídos de Pasto. La orquesta Carlitos y su Combo fue un semillero, un espacio donde debía probarse todo músico que se respetara. Fue allí donde se popularizó el maestro Julio César Arcos conocido cariñosamente como el maestro Timba, un peluquero pastuso muy querido por su gracia, chispa y buen humor. Y fue allí donde Armando Guerrero empezó, a los trece años a armonizar con la guitarra eléctrica, como también lo hizo posteriormente Miguel Gómez.

Carlitos y su Combo fue la mejor orquesta putumayense de los años 60 y 70, hasta el punto de que la Texas Petroleum Company los contrataba exclusivamente para tocar en el Club de la Compañía. Tocaban en Orito, Puerto Asís, Leguízamo, y su éxito fue tan grande que tuvieron dinero hasta para comprar carro propio para movilizarse.

Había trabajo para esa orquesta, entre otras cosas porque tenía calidad y porque las autoridades de entonces promovían el talento criollo. Los músicos tenían cómo subsistir.

Pero la bonanza petrolera de los años 70 trajo consigo la famosa danza de los millones. Millonadas de regalías llegaban a las arcas intendenciales, y los mandatarios de turno empezaron a darle circo al pueblo, y a traer para los carnavales orquestas de talla nacional. Por aquí vimos desfilar orquestas como Los Ocho de Colombia, Los Nada que Ver, Los Tupamaros, Nelson y sus Estrellas, La Gran Banda Caleña, y otras orquestas que envidiarían en el Madison Square Garden.


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Orquesta Súperbanda. Rodrigo Meneses, Jesús Fajardo, Carlos Guerrero Padilla, Luis Eduardo Rosero Inguilán.

En dos días de frenesí alcohólico, en los que, en realidad, el pueblo bailaba lo que le tocaran, esas orquestas se llevaban millonadas, dejando a nuestros músicos sin trabajo, y a la cultura sin presupuesto para funcionar durante los restantes 363 días del año.

La locura de traer costosísimas orquestas foráneas le dio el golpe de gracia a Carlitos y su Combo. Carlos Guerrero luchó denodadamente por vivir de la trompeta, pero las circunstancias le fueron adversas.

Entonces se dedicó a la guitarra, integrando con Carlos Gómez el dueto Los Carlos. Musicalizaban las letras que hacía don Rafael Rosas, y así salieron bellos temas como A Mocoa y Enamorado.

La figura de Carlos Guerrero, Caldito –como le decían sus familiares-, es inolvidable. Gordo, alegre y casi infantil, alimentó durante años el anecdotario mocoano. Fue él quien cierto Seis de Enero, después de una larga y extenuante jornada en la tarima, se durmió en un andén. Su tío Pacho lo despertó, regañándolo agriamente por hacer quedar mal al Clan Guerrero. Carlitos levantó la cabeza, sonrió y dijo:

-¡Tío, carnaval es carnaval!

Desde entonces, los parranderos de fin de año emplean esa frase para solicitar licencia carnavalera.

Yo digo que él fue el mejor músico mocoano del Siglo XX, principalmente por su talento para improvisar. Tanto en las retretas del Parque, los domingos, como en las verbenas populares del Cinco y Seis, era frecuente y placentero verlo hacer esos solos de trompeta, de su propia cosecha, por supuesto, sin el apoyo de ninguna partitura.

La trompeta se le convertía entonces en el mejor instrumento para dar rienda suelta a su alma juguetona. Improvisar era para él algo natural, como en los pájaros lo es el trinar en una mañana lluviosa de esta selva tropical.

Ese talento para los solos lo aprovecharon sus compañeros de orquesta para dejarlo sin comida, cierta vez, allá en El Pepino. Amenizaban un festival, y estaban interpretando una de las piezas favoritas de Caldito, una de aquellas que tenía un intermedio donde él siempre se lucía.

Justo, al empezar el solo, la presidenta de la Junta le sirvió a la orquesta un bandeja rebosante de gallina y yuca. El cantante tomó su muslo y empezó a comer; lo mismo hizo el saxofonista. El de la batería tomó las baquetas con una sola mano y siguió tocando mientras le echaba mano a la pechuga.

Caldito, que estaba en el clímax de su intermedio, veía de reojo cómo se iban agotando las presas, y al mirar que los otros músicos se las ingeniaban para tocar con una sola mano y con la otra echarle mano a las presas de gallina, él, en un respiro del intermezzo, hizo a un lado la trompeta y dijo con angustia:

-¡Comerán yuquita, hijueputas, comerán yuquita!

Álvaro Quiroz Rivas

Mocoa, Diciembre 16 de 1999

Tomado de FAcebook

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