CdR – En el corazón de la Amazonía colombiana crecen plantas que tienen “poderes” medicinales para tratar los dolores de las mujeres. Desde cólicos menstruales hasta calores de la menopausia. Esta es la historia sobre cómo la transformación de esa selva ha vuelto más difícil su acceso.
Autor: Mariana Guerrero, Sara Zuluaga y Natalia Pedraza
Noviembre 03 de 2022
Entre el 1 de enero y el 15 de febrero de 2022, Colombia perdió 40.650 hectáreas de bosque concentradas en el occidente de la región Amazónica, según el informe Monitoreo de Pérdida de Cobertura Vegetal, de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible de Colombia (FCDS) y la Embajada de Noruega. Sumado a esto, el más reciente informe del Panel Científico por la Amazonía (SPA, por sus siglas en inglés), publicado en 2021, señala que más de 8.000 plantas endémicas están en riesgo de extinguirse en esta región. Esto, entre otras cosas, porque el 34 % de sus bosques se han convertido en predios con otros usos de la tierra o se han degradado, lo que impacta directamente a los usos tradicionales que las comunidades indígenas les dan a estas plantas: consumo, curaciones y hasta fabricación de cosméticos.
A un poco más de una hora en lancha desde Leticia, la capital del departamento colombiano del Amazonas, queda Puerto Nariño, el lugar que más atrae turismo a la zona: apenas llegando se pueden ver delfines rosados, visitar chagras indígenas y tomar jugos de camu camu y arazá. Allí vive Richard Antoli Macedo, indígena ticuna y estudiante de sociología. Para él, la pérdida de bosque se debe a la tala indiscriminada por parte de personas que vienen de afuera y gente del territorio que encuentra en esta actividad una forma de empleo; y también a la ampliación de la zona urbana que llega con el turismo voraz, el cual ha modificado poco a poco ciertas prácticas cotidianas, caminos ancestrales e, incluso, el pensamiento colectivo de muchas comunidades.
Hoja de Santa María. Ilustración por Natalia Pedraza.
La transformación de la selva ha traído cambios en el acceso a las plantas que tienen usos medicinales: “Ahora nos toca caminar más para buscarlas, ya no es como antes que a 15 minutos de la casa se encontraban, ahora hay que caminar hasta dos horas en la selva, y eso pasa desde hace como unos 20 años para acá”, explica Richard mientras camina por las calles de Puerto Nariño, ya pavimentadas hace tiempo, aunque sin acceso de carros, y decoradas con esculturas de delfines rosados, anacondas y tortugas mata mata hechas en concreto.
Tradiciones indígenas
“Toda la naturaleza que Dios dispuso es una medicina”, afirma Kasia Morales, indígena ticuna, artesana y médica tradicional, mientras termina de tejer una mochila que le pidieron por encargo; tiene entre sus manos hebras vírgenes que pinta con flores de su patio. Dice que debe haber una articulación entre ambos saberes, ya sea para que los males se traten primero en casa con las plantas que crecen alrededor y luego, si hay alguna complicación, en el centro médico; o para que los remedios caseros cumplan la función complementaria a los tratamientos occidentales. Adicional a esto, para Kasia cada sabedor o sabedora debe tener una disposición espiritual: “Primero les hago una purificación, una limpieza del cuerpo y del espíritu. Tenemos que sanar primero el pensamiento”.
Kasia, indígena ticuna. Ilustración por Natalia Pedraza.
Apenas a unos pocos minutos de la casa de Kasia, está la de Victoria Torres, indígena uitoto y gestora cultural. Ella nos recibe en una maloca enorme y llena de personas, su familia: por un lado, hay hombres haciendo casabe de yuca, también un joven moliendo mambe, y del otro lado, una mujer en una hamaca arrullando a su bebé y una niña, muy pequeña, jugando con un perro de apenas pocos meses. Victoria pone su voz por encima de todo lo que la rodea para decir que en el Amazonas fue inevitable, desde los inicios, no inquietarse con todo lo que estaba ahí y, a su vez, probar qué podían hacer con eso. Cuenta que, desde que recuerda, en su familia han sabido que las plantas son para servirles a ellos y ellos servirles a ellas, que hacen parte de la comunidad y gracias a estas se ha sanado mucha gente.
Victoria, indígena uitoto. Ilustración por Natalia Pedraza.
Mujeres
El artículo Las hierbas de la emancipación, publicado en la Revista Amazonas, dice que “algunos de los métodos más antiguos (de los que tengamos registro) datan del 500 a.C. Los abortivos son parte de una cultura de medicina herbal mantenida por mujeres durante miles de años. En la medicina popular germana se utilizaban orégano, tomillo, perejil y lavanda en forma de infusión o supositorio; en Persia, canela, alhelí y ruda. La raíz del helecho dentabrón era muy usada por mujeres francesas y alemanas. Por gran parte de la historia, las mujeres realizaban estas prácticas con la ayuda de curanderas”.
La relación mujeres y plantas ha existido siempre, rodeada de más o menos tabúes según la época: las abuelas y los tés para cólicos menstruales, ciertas hojas masticadas para los calores de la menopausia o infusiones para los dolores de parto, entre muchas otras cosas.
Boticario
Las dolencias femeninas parecen estar casi cubiertas con la medicina tradicional: dolores menstruales, infertilidad, problemas de lactancia o malestar en el parto son algunos de los males que atienden las indígenas.
Hoja de Algodón morado. Ilustración por Natalia Pedraza.
Entre las plantas que más utiliza Kasia Morales está la hoja de algodón morado para ayudar a los dolores de parto. “Se toma un té de eso o se soba la corona con huevo”, explica, mientras la muestra en su jardín: en un árbol alto, de ramas delgadas, hojas verdes y pequeñas flores moradas con copos blancos.
Así mismo la usa Grimanesa Santos, indígena yagua y partera, quien trabaja la medicina ancestral junto a su esposo y cuida sus plantas en el patio trasero de su casa. Ella acude a esta planta para atender los dolores de parto y los casos de infertilidad de las mujeres. Todo a través de infusiones.
En la cocina de su casa de cemento, resultado de un programa estatal de vivienda en Puerto Nariño, tiene una botella de una de sus preparaciones medicinales. Grimanesa, de piel trigueña, avanzada edad y una forma de expresarse más en lenguaje yagua que español, le empaca el líquido de color rosado, sin mucho espesor a su paciente y le aconseja tomarse la medida de una copa.
De acuerdo con Morales, en el caso de la comunidad ticuna, que está presente en Perú, Brasil y Colombia, la hoja de algodón morado se utiliza para poder tener hijos, práctica que realizan los mayores de su comunidad o ‘ancestros’. Los ticuna así como los yagua, de acuerdo con la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), estaban presentes en la Amazonía desde antes de la llegada de los españoles, y desde entonces se han ubicado cerca de las corrientes fluviales del territorio. Su medicina, por ello, es considerada ancestral. “Si es estéril, no se puede hacer nada. Si es frío, va a un ancestro que la cura con la planta medicinal. Se prepara la hoja de algodón o miel de abejas y un reposo de siete días; después otra copa y se da un baño”, dice Francisca Paime Curico, quien hace parte de la comunidad ticuna. Con un ‘frío’, se refiere al enfriamiento externo e interno de diferentes partes del cuerpo que deriva en escalofríos que se manifiestan durante el periodo menstrual.
Esta forma de atender dolencias femeninas no es nueva: un estudio publicado en 1995, en Perú, mostró que mujeres indígenas en este país y en Brasil también usaron la hoja de algodón para tratar los dolores de parto.
Hoja de Malva. Ilustración por Natalia Pedraza.
A la malva, hoja tradicionalmente utilizada por sus propiedades emolientes, expectorantes y laxantes, Kasia la emplea para los partos en los cuales el bebé se está quedando sin líquido en el útero. “Desde los siete meses se empieza a tomar hasta el nacimiento”, puntualiza. Incluso la ha empleado para limpiar la orina.
Según Francisca Paime, quien habla el español de forma fluida, la malva puede aprovecharse cuando hay dolores menstruales. Se cocina junto a la hoja de mucura o cáscara de acapurana, la persona reposa 15 minutos y “se evitan las pastillas”, dice la indígena ticuna rodeada de paredes adornadas con aves y grandes pinturas de papagayos rojos, un loro típico de la Amazonía.
Hoja de Coca. Ilustración por Natalia Pedraza.
La hoja de coca es otro de los grandes insumos para tratamientos femeninos. En el caso de Kasia, la acompaña de ajo en una infusión para calmar los dolores menstruales. Sus propiedades, según explica, también funcionan si se soba en la pelvis. Francisca, por su parte, sentada en la sala de su abuela que colinda con la de ella en Puerto Nariño, explica que la usa durante el parto cuando el bebé está a punto de nacer: “Después de tomarla, a los 15 minutos, el bebé ya tiene que estar afuera”, agrega mientras mueve sus manos simulando la forma como prepara las medicinas.
La coca es originaria de la Amazonía e históricamente se ha utilizado para diferentes dolencias médicas. Así mismo, es la materia prima del ‘mambe’, un polvo que, mezclado con otras plantas, lo suelen consumir los hombres o adultos mayores de las comunidades con la creencia de que los conecta directamente con su espiritualidad.
Hoja de Caimo o “Caimito”. Ilustración por Natalia Pedraza.
Junto a la coca está la hoja de caimo, que Francisca utiliza cuando las mujeres de su comunidad tienen problemas al lactar. “Cuando no sale leche, se tibia en agua y se toma; pero cuando sí sale, se soba”, explica. Kasia y Grimanesa también la preparan con este fin.
La pérdida de algunas tradiciones y problemas ambientales como la deforestación en la zona hacen cada vez más difícil acceder a las plantas. Este es el caso del capinuri, utilizado por Kasia para diferentes dolencias femeninas: “Todavía se encuentra, pero con el tiempo se puede terminar”, dice.
Esta situación se replica con la hoja de matarratón que, según Francisca, “se está acabando porque hay gente que la corta y no la vuelve a sembrar. Antes teníamos harto, ahora usted ni la ve”, explica. Durante la pandemia, esta planta se llegó a utilizar para tratar el covid-19 o infecciones respiratorias, según informaron medios en ese momento.
La chagra de Kasia y Francisca está en medio de la selva a unos cuantos metros de sus casas. En sus jardines conservan solo las plantas que más utilizan. En el caso de Grimanesa, sus plantas crecen junto a su maloca.
Hoja de Capinuri. Ilustración por Natalia Pedraza.
La deforestación sigue siendo la principal causa de pérdida de bosque, la segunda son los incendios. En 2021, de acuerdo con el informe del Proyecto de Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP), 1,57 millones de hectáreas de bosque se deforestaron en esta región del mundo.
Aunque Colombia y Perú fueron los países con menor deforestación en comparación con Brasil y Bolivia, las proporciones siguen siendo altas: en el caso de Leticia y sus alrededores, esta práctica se ha utilizado para la expansión urbana y el comercio de madera. En total, según el MAAP, en 2021 la Amazonía colombiana perdió 98 mil hectáreas de bosque primario por deforestación.
Hoja de Matarratón. Ilustración por Natalia Pedraza.
Francisca, Grimanesa, Victoria y Kasia, indígenas de diferentes etnias y territorios, algunos distantes entre sí, entienden su oficio de sabedoras como un camino tradicional y difícil, que choca en ocasiones con la medicina occidental a la que cada vez están acudiendo más sus comunidades. Su saber se mantiene vivo porque lo ponen a prueba todos los días, con vecinos, vecinas, hijos, hijas, nietos, nietas y con ellas mismas. Las plantas las rodean, con ellas y para ellas, trabajan en una armonía perfecta: un respeto absoluto por el poder silencioso de la flora que ven todos los días.
En 2018, el 57,7 % de la población del departamento del Amazonas era indígena, según Saida Viviana Herreño, agente interventora de la Superintendencia de Salud y representante legal del Hospital San José en Leticia. El 90 % de esa población está administrada por sus comunidades, que tienen sus reglas y sus formas de gestionar el día a día. El Hospital San José, el único hospital público activo del departamento, ubicado en Leticia, tiene presencia en el 96 % del territorio y, de toda la población atendida, apenas un 38 % es indígena, según Herreño.
Francisca, indígena ticuna. Ilustración por Natalia Pedraza.
En una de las entradas al Hospital, está Omar Cubeo Carvajal, que trabaja como enlace étnico para las áreas no municipalizadas de Puerto Nariño. En su opinión, el conocimiento propio de las comunidades debe articularse con la medicina occidental, por eso, por petición de la misma población ahora el Hospital está en proceso de empezar un modelo de atención más cercano y respetuoso de las tradiciones medicinales propias. Según Herreño, la cobertura en zonas distantes ha aumentado tanto que, de 2020 a 2022, la facturación pasó de 1.200 a 2.600 millones de pesos.
Omar dice que su función y la de su equipo es lograr una buena articulación de saberes, aunque advierte que no es nada fácil. El reto, según explica, es “plantear una atención en la que el paciente que está siendo tratado por un médico occidental, pero no ve mejoría, pueda ser visitado por el chamán, el conocedor o el taita de su comunidad para que pueda decir en el hospital desde su conocimiento qué podría ayudarle a sanar”.
Grimanesa, madre yagua. Ilustración por Natalia Pedraza.
Los pueblos indígenas de la Amazonía se sienten uno con la naturaleza y todo lo que habita en ella. Para las mujeres, esta conexión es mucho más clara. En palabras de Victoria “la naturaleza no es un eje que conquistamos, sino que nos conquista a nosotros”. Nos contó que cuando estaba pequeña le preguntó a su mamá por qué iba a atender partos al monte, pues ella prefería llevarse a las mujeres a parir en la selva, y la respuesta de su ancestra fue: “yo los tengo en el monte porque la selva, o sea los árboles y los animales son personas, son abuelos. Entonces, cuando nace el bebé son ellos los primeros que lo reciben, lo bautizan, lo protegen”.
Esta investigación hace parte de la tercera edición del especial periodístico ‘Historias en clave verde’, resultado de la formación ‘CdR/Lab Periodismo colaborativo para narrar e investigar conflictos socioambientales’, que se realizó en el Amazonas por Consejo de Redacción (CdR), gracias al apoyo de la Deutsche Welle Akademie (DW) y la Agencia de Cooperación Alemana, como parte de la alianza Ríos Voladores.