Por : Guido Revelo Calderón
Hace algunos años ocurrió una serendipia. Serendipia es la palabra utilizada para describir un hallazgo, (en mi caso muy afortunado), cuando buscando una cosa encontramos otra.
Todo comenzó en el año 2013, con un trabajo audiovisual independiente que se realizaba para el Canal 13 de televisión al cual fui gentilmente invitado por su director, Christian Bitar. En el desempeñaría el papel de asesoría e investigación en temas culturales del Putumayo. Estábamos en la fase de pre-producción y nos habíamos desplazado a Osococha, vereda muy cercana a Mocoa, para tomar camino a Yunguillo, resguardo indígena de los ingas. Osococha es un pequeño poblado donde lo más importante es la escuela de unos 40 niños indígenas, dirigidos por mi amiga y colega, la etnoeducadora Pola Chindoy. Andábamos en búsqueda de un producto que representara la identidad gastronómica de estos pueblos indígenas, y al parecer todos los conceptos eran unánimes alrededor del “maito”, tatarabuelo de nuestro tamal.
Por esa misma época yo había hecho amistad virtual con quien llamaré Elena, a unos 5,000 kilómetros de distancia. Trabamos una amistad un tanto académica, pues fue a quien le confié algunas inquietudes muy personales, como por ejemplo mi interés siempre presente por conocer detalles dela historia de los pueblos donde he vivido, y le decía que ahora me encontraba viviendo en Mocoa. Le conté que siempre he querido conocer la etimología del vocablo “mocoa”, cuyo significado al parecer se perdió en el tiempo. Por más que he insistido en el tema, a nadie le he escuchado tejer una teoría creíble o sustentable al respecto. Elena en ese momento se encontraba construyendo su tesis post doctoral en Antropología Social en Río de Janeiro y el campo en el cual se movía era la profundización en el estudio del mismo personaje sobre el que trabajó su pregrado, su maestría y su postdoctorado: vida y obra de Curt Nimuendajú ; sin equivocación, Elena es quien más sabe sobre este etnólogo en el Brasil.El personaje, nacido Curt Unckel, que se dedicó a estudiar en los años 1900 a las comunidades indígenas del norte del Brasil, sería el eslabón que permitió nos conociéramos con la antropóloga. Ella me contactó porque encontró que mi abuelo materno fue amigo de Curt. Pero esa es otra historia.
A los pocos meses me llegó un mapa, no aclarándome la etimología de la palabra buscada, pero me daba luces de algo que también rondaba en mi cabeza hacía rato y que hacía parte de los interrogantes que los investigadores colombianos no habían podido resolver: una vez pasó por la actual Mocoa la excursión más numerosa que se haya hecho en América (y fue la expedición en búsqueda del famoso tesoro de El Dorado), por parte de los conquistadores españoles, al poco tiempo los nativos de Mocoa, es decir los indígenas mocoas se perdieron sin dejar rastro. O por lo menos eso se creía…
Vuelvo al Putumayo. Ya definido el tema del plato tradicional de los ingas de Yunguillo y una vez visitado el poblado, regresamos muy contentos a Osococha. Los niños, estudiantes de primaria hacían toda una algarabía, en lengua materna, de aquella caminata que nos tomaba cerca de una hora. Durante el trayecto, desde el sendero con profundos abismos se divisaba muy abajo el caudaloso río Caquetá, río Atunyaco para ellos, Japurá para los brasileros. Cuando llegamos a Osococha, Christian Bitar me hizo un comentario al oído:
–Guido, le pusiste atención a la entonación del hablado de los niños de Osococha?
Yo le digo que no, pero como estaban reunidos en el patio de la escuela le dije que iba a prestarles atención y regresaba.
–Sin duda Christian !– me apuré a decirle cuando regresé.
La entonación inga de la gente de Osococha es exactamente la misma entonación del portugués del Brasil, no nos cabía ninguna duda. Cuando le pregunté a la profesora Pola sobre esta característica, ella me explicó que siempre ha sido así y que entre los inganos, a los de Osococha los identifican inmediatamente por su entonación. Eso los diferencia de los pueblos de la misma etnia del alto y medio Putumayo.
El mapa, considero que nos aclara varios “porqués”. Es levantado con base en censos muy antiguos del Brasil, y sobre la ribera del río Amazonas, entre las desembocaduras de los ríos Caquetá y Putumayo (Japurá e Iça) se establecieron dos comunidades indígenas conocidas como Arimocoa y Aricana. Allí ya figura una palabra -Mocoa- conocida para nosotros. “Ari” es el apócope de “arica” que sirve para denotar aprobación, asentimiento, es una forma de decir sí. Ambas palabras inganas. Es claro también que 100 años después,1650, las anteriores comunidades ya no estaban en el mismo lugar.
Sigue hacer una invitación a realizar un ejercicio imaginario y especulativo de cómo se comunicarían dos hablantes de lenguas diferentes. Si sus actitudes son de paz y conciliación, no se nos hará raroque a cualquier pregunta en lengua desconocida, el otro conteste no solo moviendo la cabeza de arriba abajo en señal de asentimiento sino diciendo, en este caso, “ari” a todo.
A la pregunta:
–De dónde viene usted?
Seguramente responde:
–Ari, Mocoa
–Cómo se llama usted?
–Ari, Mocoa
Y así consecutivamente hasta que van aprendiendo las respectivas lenguas.
No se extrañe que lo anterior pueda suceder, pues en nuestro actual Putumayo existe una comunidad murui que se llama, traducida literalmente, los“ qué?“, y no es otra cosa que la respuesta que recibieron al encontrarse con una comunidad de lengua diferente y, hasta hoy, los llaman por ese nombre, me refiero a los Mïnïka.
En conclusión, todo apunta a que una vez los conquistadores españoles pusieron pie en Mocoa, los mocoas pusieron pie en embarcaciones y remo en mano y por el río Caquetá bajaron hasta el sitio que el mapa del año 1550 nos indica. Muy seguramente con el tiempo se estableció un tipo de comunicación ocasional con el Brasil, vía río Caquetá, de cuya existencia sobrevive hoy solo la muy caracterizada entonación en el hablado de los osocochenses.
Mocoa, septiembre 29 de 2021