Así convive la infraestructura eléctrica del GEB con las personas y la naturaleza del Alto Putumayo

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Carmelina Trejos – Fotos GEB

En la vereda Minchoy, en el municipio de San Francisco, hay un ejemplo de cómo torres y cables de transmisión de energía eléctrica se integran a la comunidad y a los ecosistemas.

Carmelina Trejos no sabe la razón exacta del por qué los cuyes que cría en su pequeña parcela, justo al lado de la torre 489 de la línea Interconexión con Ecuador, se ponen más gordos, como enormes bolas de dulce de algodón, que cuando lo hace en la casa familiar, en una de las montañas de la vereda Minchoy, de San Francisco, en el alto Putumayo.

A la parcela que ella llama ‘Mundo nuevo’ se llega, desde la vivienda familiar, solo tras una caminata de 40 minutos por trochas pantanosas y quebradas que demuelen las piernas de los foráneos. En el pequeño lote, coronado por una construcción de una habitación hecha en tablones de madera, Carmelina cría, además de los cuyes, dos marranos rosados y tres reses, y siembra caña, repollo, plátano, lulo, cebolla, sidra, zanahoria y chachafruto.

Carmelina, con la sonrisa franca y amable de la gente del campo, dice, señalando la torre que pasa a unos 30 metros del ranchito donde crecen los cuyes y donde las líneas de alta tensión sirven de techo a los pequeños cultivos, que la estructura y los cables siempre han estado ahí desde que compró la parcela, en 2007. Desde entonces, ella va dos veces al día a su predio. Eso sí, solo emplea en su caminata 20 minutos por trayecto.


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“Mire como están de gorditos y bonitos estos cuyes, pero allá en la casa de abajo nunca se me ponen así; debe ser por la buena energía de la torre. Así los puedo vender mejor o rinden más para la comida de la casa”, asegura riendo Carmelina, de 49 años, y quien además de atender ‘Mundo nuevo’ y la casa donde vive con José Medina, su esposo; dos hijas y tres nietos, es la secretaria de la Junta de Acción Comunal de la vereda Minchoy.

“La verdad –agrega–, durante los 24 años que llevan las torres y los cables acá, nunca he tenido problemas con ellos, tampoco mis plantas y los animales”.

Ese tiempo de convivencia con la infraestructura de transmisión eléctrica en la vereda Minchoy, habitada por 15 familias, se debe a que es surcada por dos activos del Grupo Energía Bogotá (GEB): las líneas Interconexión con Ecuador, que opera desde 2007, y la Mocoa – Jamondino, construida en 1995, adquirida por esta compañía en 2009.

Las dos líneas, con toda su infraestructura, pasan no solo por el predio ‘Mundo nuevo’, sino también al frente de la casa, a unos 150 metros, donde viven hace tres décadas Carmelina y su familia.


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Miguel Guerra Imbachi, vecino de los Medina Trejos, ratifica lo dicho por la secretaria de la Junta de Acción Comunal. “Nunca han sido problema las torres y los cables. Los cultivos no se nos dañan y las vacas y los demás animalitos siguen normal. Antes la ‘Energía de Bogotá’ nos ayuda, por ejemplo, trabajamos en la construcción de las torres y nos apoyaron con la iluminación solar del caserío”, apunta.

Lo de Carmelina Trejos y su familia, y las 15 familias que actualmente viven en Minchoy es tan solo un ejemplo de la buena, adecuada y prolongada convivencia con la infraestructura eléctrica que tienen los activos y proyectos de la Región Sur de Transmisión del Grupo Energía Bogotá con los ecosistemas y las personas de su área de influencia.

Según los registros de esta multilatina, esta Región cuenta con 402 kilómetros de líneas de alta tensión y cuatro subestaciones en Putumayo, Nariño, Cauca, Huila y Tolima, los departamentos que la componen. Todos esos activos están situados estratégicamente para llevar la energía eléctrica que la región y sus habitantes requieren y seguir así por el camino del desarrollo, sin causar afectaciones a las personas y sus entornos. A la fecha, no hay fundamentada evidencia alguna de posibles efectos de la infraestructura en personas y medio ambiente.

En este sentido, Aldemar Garay Garay, gerente de la Región Sur de Transmisión del GEB, señala que la compañía, además de desarrollar todos sus proyectos y operar sus activos cumpliendo cabalmente las normas ambientales y técnicas para que se integren a sus entornos, siempre va más allá, comprometiéndose con el bienestar y el desarrollo de las personas y de los territorios, como se plantea en la Política de Sostenibilidad.

“Estructuramos programas y planes, contemplamos acciones y hacemos alianzas con entidades y comunidades para proteger y preservar la vida de las personas y los ecosistemas. No escatimamos esfuerzos para impulsar, desarrollar y documentar todas las experiencias que evidencian que todas las personas y la rica biodiversidad de nuestro país conviven exitosamente con la infraestructura eléctrica”, explica Garay.

Precisamente, la Región Sur de Transmisión del GEB, donde muy pronto entrará a operar en Mocoa la subestación de energía eléctrica Renacer, es prueba de ello. Por ejemplo, a la fecha ha rescatado y reubicado 205 individuos de epífitas (plantas que crecen sobre otro vegetal u objeto usándolo como soporte) y 85 de helechos arborescentes que hoy están en el Centro Experimental Amazónico (CEA), de Corpoamazonia, donde también inició el proceso para restaurar 3,5 hectáreas de bosques.

También lideró la construcción de un manual para el monitoreo del oso andino y la danta de montaña y recientemente empezó a implementar nuevas acciones para conservar a estos grandes mamíferos, como Proyectos Comunitarios de Educación Ambiental (Proceda), capacitación a más de 600 niños y jóvenes, y 45 acciones de monitoreo mediante la instalación de cámaras trampa, además de entrega de equipos para esas tareas.

Todas esos esfuerzos y acciones han dado sus frutos en esta zona de Minchoy, donde la infraestructura del GEB lleva ya más de 24 años no solo transportando la energía sino convirtiéndose en un corredor verde por donde transitan especies de fauna y flora, pues, asegura Fredy Zuleta Dávila, gerente General de Transmisión del GEB, la servidumbre sobre la que pasa una línea de energía es en sí misma una franja protegida en la que no se puede construir ni deforestar y, por tanto, un cinturón natural a lo largo del cual conviven las distintas especies del rico ecosistema colombiano.

La bióloga Ximena Galíndez, que trabaja para Corpoamazonia, afirma que la zona de Minchoy, y en general el alto Putumayo, sigue siendo de “una amplísima biodiversidad, donde se encuentra, entre otros, fauna de ecosistemas acuáticos, de aves y megafauna, como danta de montaña, puma y oso andino, que son indicativas de la calidad ecosistémica del lugar”.

En efecto, afirma Jacqueline Medina Trejos, de 26 años e hija de Carmelina, en la zona se han visto dantas de montaña y se han encontrado huellas de pumas y de oso andino o de anteojos. Lo sabe porque trabaja para Corpoamazonia registrando en un cuaderno y hojas las especies que ve o de las que encuentra evidencia y luego las reporta.

Incluso, apunta, cerca la torre 489 que está en el predio ‘Mundo nuevo’ se ha visto a la danta llegar y ella misma ha encontrado rastros de oso, como huellas y arañazos en árboles. “La gente que viene por acá sabe que debe respetar la torre y el recorrido de la línea; eso sirve para que los animalitos puedan moverse tranquilos, así como ayudan a crecer a los cuyes de mi mamá”, asegura sonriendo con su hija Aelin, de 4 años, mientras escogen al roedor que esa noche los acompañará en la cena.


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