Historia para Leguizameños/as – 28

Publimayo

Por : John Elvis Vera Suarez

1926-1927

El misionero, Fray Gaspar de Pinell, nos relata sobre su Excursión Apostólica, iniciada a principios del año en mención, recreándonos de manera amena sobre los parajes, sus gentes y situaciones presentadas en la región en aquella época. Entre otras describe lo siguiente:   

“A hora y media, subiendo el Piñuña Blanco, afluente del Putumayo, en su banda izquierda vive la antigua tribu de Montepa”. (Pág. 20)


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“Antes de dejar el Piñuña, muy cerca de su confluencia con el Putumayo, nos divirtieron varios bufeos (delfines de agua dulce), que seguían muy de cerca nuestra embarcación, arqueando con presteza y gracia sus relucientes lomos, que exhibían y zambullían después de haber hecho retumbar las fértiles orillas con sus sonoros resoplidos, capaces de espantar a quien no conociera a estos fieles amigos del hombre. Se llaman amigos del hombre porque persiguen a los peces dañinos, por grandes que sean, y si el hombre cae al agua y está en peligro de ahogarse, cuando lo ven inmóvil,  a fuerza de hocicazos lo van empujando hacia la playa.” (Pág. 21)

“Nos alojamos en la casa del Corregimiento de La Concepción, llamada Puerto Ospina, situada en la banda izquierda del Putumayo, frente  a la confluencia del San Miguel. El señor corregidor, Luis Antonio Rivas, nos tenía listas dos piezas grandes y cómoda, una para los misioneros y otra para la capilla.” (Pág. 21) 

“Hablé después con el señor Arsenio Figueroa, colombiano que comercia con la tribu Makaguaje de la quebrada de Senseya, afluente del Caquetá, tribu que ha visitarse pasando por una trocha que va desde Montepa a aquel punto.” (Pág. 22)

“El 16 de Enero llegó a la bocana del San Miguel la lancha peruana llamada Lima, conuna albarenga del mismo tamaño, de nombre Marta. Entre ambas podían cargar 30 toneladas y calaban 3 pies. La había fletado en Iquitos, en combinación con la casa Víctor Israel, el colombiano Ernesto Rosero. Traía 420 bultos de mercancía: 220 para el Ecuador y el resto para Colombia. Todo este cargamento debía ir a Puerto Asís a ser reconocido por la Aduana. Después de esta diligencia, el destinado al Ecuador regresaría en la misma lancha para ser desembarcado en este lugar, en territorio ecuatoriano.


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Era la primera embarcación peruana que subía de Iquitos debidamente despachada, Digo primera, porque es bueno recordar aquí que el primer viaje que hizo al Putumayo en el último tercio del siglo pasado el vapor Tundama, de los hermanos Reyes, salió de Iquitos con patente concedida por las autoridades peruanas. Los papeles del buque indicaban claramente que se dirigía a puerto sobre el Putumayo, en territorio, y en efecto llegó hasta La Sofía, que queda más arriba de Puerto Asís. Venía en la Lima el Cónsul colombiano en Iquitos, señor Alfredo Villamil Fajardo, muy conocedor de estas regiones por haber desempeñado varios años el cargo de administrador de la Aduana de Puerto Córdoba, en el Bajo Caquetá, y haber ocupado también algún empleo en el camino de Guadalupe a Orteguaza, cuando se abrió. Venía Villamil Fajardo a establecer oficialmente la manera como se habían de recibir y despachar embarcaciones extranjeras en Puerto Asís. El Prefecto Civil de Iquitos no quería poner en el despacho oficial de la lancha, Puerto Asís – Colombia, sino en cabotaje al río Putumayo; pero el Cónsul, de acuerdo con el ministro de Colombia en Lima y el de Relaciones Exteriores en Bogotá, no admitió el despacho de esta manera, y logró que oficialmente se pusiera   Puerto Asís – Colombia.” (Pág. 23

El día 24 de enero llega a La Concepción:” Es La Concepción un río tributario del Putumayo, en su banda  izquierda, y también una lomita pintoresca y bien situada, antiguo pueblo de Misiones donde se encuentran todavía montones de residuos de teja y ladrillos.  Cubiertos por la montaña, el viajero curioso descubre pisos enladrillados y también señales de desaguaderos, que indican que allí existieron calles bien trazadas y que sus moradores habían obtenido un grado de adelanto material que no se encuentra hoy en día en todos aquellos contornos.

Según datos sacados de un documento antiguo publicado en La Reconquista de Pasto el 6 de agosto de 1912, se ve que en el siglo XVIII, La Concepción era el centro más importante del Putumayo, pues se tenía como lugar de recursos, como se ve en un itinerario de Pasto al Amazonas, que escribió en 1783 don Ramón de la Barrera. He aquí la parte pertinente:

“Viaje por agua – Desde la referida playa se baja por dicho río Pichipayace (Alchipayaco lo llaman hoy día; en castellano, agua de ceniza, y desemboca en Umbría), el que se une con otro llamado Guineo, y en ambos se sale al Putumayo, por el cual se prosigue a pasar la noche en un sitio llamado San Juan o en alguna otra playa. Desde este sitio de San Juan hasta el pueblo de La Concepción se caminan y se navegan cuatro días por el Putumayo. De La Concepción se navegan por dicho río veinte días, para entrar en el gran Marañón. Y estoy informado de que desde el Marañón, subiendo por el Putumayo, tardan casi tres meses en llegar a La Concepción. De San Juan a La Concepción hasta tres jornadas más abajo median otros tres pueblos, nombrados Tapacuno, Güepi y Agustinillo.” (Pág.37-38)

Gaspar de Pinell, continúa: “Actualmente viven en La Concepción el señor Ismael Narváez con su numerosa familia, compuesta de esposa y diez hijos, todos sanos y robustos. A sus ordenes tiene cuatro familias de indios inganos, y trabajando temporalmente con él, la de Antonio Vargas, compuesta de once individuos, que presentan el caso más típico de mestizaje indígena que pueda encontrarse: Antonio Vargas es hijo de padre blanco y madre ingana; ha sido casado tres veces: la primera, con una india huitota; la segunda, con una Makaguaje, y la tercera, con una cofana. De todas tiene hijos, y dos de ellas, que eran viudas de maridos indígenas, aportaron a la familia hijos de sus primeros maridos; de manera que en un solo hogar legitimo hay sangre blanca  y de cuatro razas indígenas distintas.” (Pág. 38)

“En uno de estos días me mostró el señor Narváez unos pisos enladrillados, cubiertos por los grandes árboles de la selva y por una capa de vegetación que los oculta completamente, lo cual confirma lo que antes escribí de que en este lugar existió un pueblo bastante adelantado en civilización.” (Pág. 39)

De igual manera nos describe con bastante detalle los pasajes de una cacería realizada a las puertas de la propia Concepción: “Uno de los días que permanecí aquí, durante la misa apareció en la playa de una isla que queda al otro lado de la casa, en la parte superior del río, una gran piara de puercos salvajes (manaos). Al verlos, todos los que oían la santa misa se agitaron presa de la más viva curiosidad y ansia por correr en su persecución, especialmente lo hombres. Concluido el santo sacrificio, toda la gente apta para manejar escopetas y machetes, salieron apresuradamente hacia aquel punto a tomar posiciones estratégicas y empezar la cacería, creyendo que los saínos se alejarían apresuradamente al oír el primer disparo. Pero fue grande y agradable su sorpresa cuando vieron que lejos de huir, a cada tiro corría la manada, compuesta de más de doscientos paquidermos, hacia el lugar de donde el disparo salía, rodeando en un momento al cazador. Varios de éstos estuvieron en inminente peligro de ser devorados, y solo su ligereza en trepar a los palos caídos de una roza que por allí había, los salvó. Unas tres horas duró la divertida escena. Los disparos se sucedían sin cesar en una parte y otra de la playa e isla, y los machetazos y carambolas nos proporcionaron a todos, especialmente a los que veíamos los toros desde la barrera, ratos felices. Veintiún saínos quedaron tendidos, otros muchos heridos, y la inmensa mayoría furiosos, sin quererse largar de la isla. Viendo que con los muertos había número suficiente para ocupar mucho tiempo en preparar la carne, a fin de que no se dañara, resolvieron dejar el resto para otra ocasión. En el mismo punto de la batalla pasaron la noche los saínos, y al día siguiente, al amanecer, chimbaron el Putumayo y cogieron el monte a reponerse del terrible susto que les proporcionaron escopetas y machetes. Como mis bogas formaban parte de la cuadrilla de tiradores y macheteros, nos correspondieron seis puercos, que nos dieron buen trabajo en salar y secar su carne, la cual produjo fuertes fiebres a dos de mis compañeros.”(Pág.39)

Sobre el tan mencionado traslado de Indígenas por parte de los caucheros al lado peruano:”Pregunté al señor Cónsul si era cierto que los peruanos trasladaban los indios del Caraparaná e Igaraparaná a la banda derecha del Putumayo, en previsión de que si se aprobaba el tratado con Colombia quedaran todos peruanos. Me dijo que sí, y que él había visto los nuevos caseríos y sementeras a la banda derecha; pero que le llamó la atención ver los nuevos cultivos como abandonados, lo cual parecía indicar que habían suspendido el traslado. Lo atribuía a que quizás el Perú hubiese desistido de la aprobación del tratado con Colombia, a pesar de las promesas de aquel Gobierno de que lo aprobaría el Congreso reunido en Lima en aquellos días. Sea lo que fuera de las intenciones del Perú, lo cierto es que entonces no se aprobó el tratado.” (Pág. 41)

“El 28 de enero dejamos La Concepción….En este día llegamos a la casa de Sebastián González, en la desembocadura de la quebrada El Hacha. …Tres familias vivían en aquella casa, aunque algunas provisionalmente, mientras construían la suya propia….seguí para Güepí.” (Pág. 42)

“Antes de llegar a este sitio, pasamos por la tribu de los Macaguajes, apayas, reducida hoy a trece individuos y tres casas. “ (Pág. 43)

“En abril de 1918 levanté la estadística de habitantes de Güepí, y me resultaron 279 individuos entre indios y blancos. De los primeros, 134 eran huitotos, distribuidos en varios grupos y lugares; 35 Macaguajes residentes en Tapacunti, y el resto eran blancos. …Hoy los huitotos están reducidos a 81 y los macaguajes a 13. Las causas de esta disminución fueron la inconstancia de algunos indios huitotos, que se volvieron al Caraparaná, de donde habían venido; otros se dispersaron por los ríos Caucaya y Ancusiya, y varios murieron en la terrible epidemia de sarampión, en el año de 1923. …A pesar de todo, los vecinos de Güepí son todavía 178. …había 25 alumnos matriculados, y solo uno o dos dejaron de asistir. Casi todos eran indios huitotos, y muy pocos blancos.” (Pág. 43-44)

“Desde Güepí mandé también a Vuestra Paternidad Reverendísima un extenso informe sobre el estado de aquel caserío. Recuerdo haberle indicado la necesidad de escoger un punto céntrico en la banda izquierda del Putumayo, donde se construyeran las casas para el Corregimiento y escuela y la capilla, y a sus alrededores cuatro núcleos de población: uno de blancos y los demás de macaguajes, huitotos e inganos, a fin de facilitar a todos la asistencia a la escuela y capilla y colocarlos bajo la protección de la autoridad.

Exhorté a todos a pasarse al lado izquierdo, cosa que hice también con los demás habitantes que encontré en el lado derecho del Putumayo, desde el Cuembí para abajo, a fin de evitarles que se encuentren peruanos de la noche a la mañana, si acaso el tratado de límites con el Perú se aprobaba en el Congreso de esa nación. Como parecía que iba a suceder en aquellos días.”(Pág. 45)

“De la bocana de San Miguel, otro punto de reunión de gomas, se puede bajar a Güepí en un día de buen andar, en canoa. Del Caucaya, por donde se comunica la región del Caquetá con la del Putumayo, por la corta trocha (21 Kilómetros), se puede llegar a Güepí, subiendo el Putumayo en dos o tres jornadas, según esté el río mermado o crecido. Es pues Güepí punto central de aquella parte de la Región.”

Con destreza literaria nos traslada a los parajes de nuestro Río Putumayo: “En lo pintoresco, Güepí se me figura una Venecia tropical y selvática. Allí, el Putumayo se divide en varios brazos, formando grandes islas, las que, subdivididas por brazuelos secundarios, constituyen multitud de canales y callejuelas. Sus góndolas son las canoas, sus palacios, las inmensas copas de seculares árboles, que se asemejan a artísticas aristas y cúpulas armónicamente distribuidas. Los frondosos guadales parecen encantadores parques destinados a matar el ocio de una sociedad afanosa de diversiones y pasatiempos. El variado gorjeo de millares de distintas aves de plumaje de vivos colores, sobresaliendo ante todos, los piánicos sonidos del mochilero y el fuerte pitar de unas cigarras, que suenan como sirenas de grandes fábricas, dan la sensación de encontrarse el viajero en medio de una populosa e industrial ciudad. Las esplendidas auroras y bellos crepúsculos, con sus incomparables matices de luz reflejados en infinidad de arreboles del anchuroso horizonte celeste, compiten sin duda con los hermosos amaneceres y bellas tardes de la perla del Adriático. Las bandadas de blancas cigüeñas, de níveas o rosadas garzas volando a flor de agua, recuerdan los fantásticos veleros cargados de orientales riquezas ansiosamente esperados en el opulento muelle. El agradable y no interrumpido canto de las gaviotas nocturnas y diurnas, acaban de forjar en la imaginación del soñador la idea de encontrarse en medio de un paisaje marítimo. De noche, los plateados rayos de la luna reflejándose en la tersa superficie de la corriente; las brillantes constelaciones y los inquietos cocuyos o luciérnagas volátiles, despidiendo intermitentes ráfagas de blanquecina y brillante luz, dan la sensación de encontrarse uno alumbrado por focos eléctricos de gran potencia y rodeado de vehículos que corren a gran velocidad en distintas direcciones con sus lámparas encendidas. El ruido indefinido y majestuoso de millares de voces de bichos, reptiles y cuadrúpedos, el susurro del aire entre la inmensidad de la selva y el retumbar de árboles que se caen vencidos por su secular existencia, producen en el oído del que escucha atento en la imponente calma nocturnal, un efecto parecido al ruido vago e indefinible que sale de una gran ciudad y es percibido desde notable altura y distancia. Esto es Güepí en lo fantástico.” (Pág. 46-47)

Por no tramitar correctamente el permiso de navegación en Iquitos, el jefe de policía del Caucaya, no permite continuar su viaje río arriba a “la lancha peruana Estefita, de la casa Morey,” (Pág. 47)

“Todas las guarniciones militares que el Perú ha tenido y tiene en los distintos puntos de la región del Putumayo: Cotuhé, Chorrera, Encanto, Remolino, Yubineto y Las Delicias, en el Caquetá (Un poco más abajo de la desembocadura del Caguán), eran y son abastecidas desde Iquitos por embarcaciones a vapor.”(Pág. 51)

“La lancha que pasaron al Cahuinarí, la trasladaron por tierra desde el Putumayo, arrastrada por brazos de indios y resbalada por encima de palos, operación que, según me refirieron, efectuaron en menos de veinte días, hecho que demuestra palpablemente la relativa facilidad con que se podría pasar una lancha sin desarmar del Putumayo al Caquetá por el varadero de La Tagua, trayecto tres veces más corto del que recorrió la lancha peruana “(Pág. 52)

Desde que los peruanos le impidieron a él y al Doctor Tomás Márquez, en 1918, subir por el Putumayo más allá de El Encanto en la embarcación brasileña “Yaquirama”:” cuatro veces ha subido la Callao del El Encanto a Puerto Asís: la primera en 1921, con unos ingenieros norteamericanos; en 1922, con unos geólogos ingleses; la tercera en 1925, con el doctor Nicolás de la Peña, médico español, y en 1926, a embarcar productos de unos balateros colombianos. En todas estas ocasiones fue recibida cordialmente por las autoridades colombianas, prueba elocuente de la nobleza de esta República que no conserva rencores ni ejerce venganzas, pues creo oportuno recordar que la Callao fue instrumento de que se valieron los peruanos para hacer fracasar los cristianos y progresistas intentos de la Yaquirama, como también anteriormente había servido varias veces de medio para atropellar derechos de colombianos establecidos en la región del Putumayo.”(Pág. 52) los mencionados geólogos ingleses levantaron entre otros, un detallado mapadel área.     

“Vino a encontrarnos a Güepí, procedente de la región del Caquetá que íbamos a visitar, el señor Leonidas Norzagaray”(Pág. 52)

“dejándonos llevar de una gran conejera (creciente del río), que muy pronto nos hizo perder de vista aquel lugar de abundante cosecha espiritual. Ese día llegamos a Casacunti, a una choza desocupada de indios huitotos, que habían subido a Güepí” (Pág. 68)

“Al día siguiente a las cuatro de la tarde llegamos a la colonia de Caucaya. nos recibieron cordialmente, y el jefe de aquella Gendarmería, señor Reinero Delgado, nos alojó lo mejor que las circunstancias lo permitían, en la casa que él ocupaba, en donde había destinado una pieza para los misioneros y un espacioso corredor para las funciones religiosas y explicaciones catequísticas.” (Pág. 69)

“Como habíamos empleado dos canoas hasta aquí, eran seis los bogas que iban a regresar. De los seis, conseguimos tres, los suficientes para tripular una canoa grande con la cual podríamos bajar el Caquetá, aunque con mucha incomodidad, a causa de la carga. Arreglados así los problemas, resolvimos seguir al Caquetá sin más vacilaciones. Empezamos a despachar bultos a espalda de indios y gendarmes, pagando a cada uno a razón de setenta y cinco centavos por arroba, y en una semana estuvo toda la carga en La Tagua.” (Pág. 76)

“Caucaya es el punto más estratégico entre los ríos Caquetá y Putumayo, pues apenas los separa en este lugar una distancia de 21 kilómetros, cuyo trayecto se recorre por una trocha, bien marcada y transitable. Además, subiendo medio día en canoa por el río Caucaya se llega a una cocha navegable llamada Cochabrava, desde la cual se pasa en dos horas, caminando por el monte, a un punto de la quebrada Tagua, afluente del Caquetá, desde donde se puede ya navegar en canoa. De aquel punto al Caquetá se gasta un día de bajada. Debido a estas circunstancias y a la belleza natural del sitio, que es una altura apreciable sobre el Putumayo, el Gobierno Nacional lo escogió para fundar la Colonia Penal creada por la Ley 24 de 1919 y reglamentada por el Decreto 2058, de 29 de octubre del mismo año, procedente del Ministerio de Gobierno, después de haber visto el informe de la Comisión nombrada por el mismo Ministerio para este fin. Esta comisión fue integrada por el comisario Especial del Putumayo, Braulio Eraso Chávez; Reverendo Padre Estanislao de Las Corts, misionero capuchino, y por el doctor Nicolás de la Peña, Médico de Sanidad de Puerto Asís. Ella se encargó de construir los edificios para presos y guardas; y cuando ya todo estaba listo para mandar los primeros penados, una protesta del Gobierno peruano hizo que el de Colombia suspendiera por entonces la organización de la colonia, a fin de evitar complicaciones internacionales y no dificultar el planteamiento del tratado de limites, en el cual se pensaba  Comisaría del Putumayo no ha desatendido desde entonces este importante sitio, y ha mantenido una pequeña guarnición de gendarmería.”(Pág. 78-79)     

“…seguimos por el varadero del Caucaya hacia La Tagua. Es un viaje de seis horas a pie, andando a paso de cauchero, que quiere decir a la desesperada, a pesar de que no hay sino 21 kilómetros. Fue un día muy lluvioso. …Yo salí del Caucaya a las nueve de la mañana, y había resuelto el viaje para el día siguiente a causa de un torrencial aguacero que duró de las siete a las nueve. Al cesar el aguacero, emprendí marcha, y pude llegar al río Caquetá a las cinco de la tarde. Me tocó pasar algunas quebradas con el agua hasta la cintura y poniendo los pies encima de palitos inundados que servían de puente para salvar profundidades, arenque estrechas, hondas y cenagosas. Son seis las quebradas principales, no muy grandes, de paso obligado, y otras varias zanjas que en tiempo de invierno se convierten en riachuelos. Las dos mayores son: El Bufeo, a dos horas del Caucaya, y El Temblón, a dos horas tres cuartos de La Tagua. La primera desagua en el Putumayo y la segunda en el Caquetá.” (Pág. 80)

“En La Tagua empezamos los primeros trabajos apostólicos con indios nuevos. Norzagaray recibió espléndidamente a misioneros e indios. Puso a nuestra disposición su casa y víveres para la tribu, durante los días que fueron necesarios en la catequización de la misma de la misma, y canoas para seguir Caquetá abajo. Al segundo día de nuestra permanencia en la Tagua, el señor Norzagaray emprendió viaje a Florencia por asuntos comerciales.” (Pág. 88)

“En La Tagua pude comprobar que las manillas de iguana son un excelente remedio contra el reumatismo de los brazos. Debido a la gran mojada que sufrí en el paso de la trocha, experimenté un fuerte reumatismo en el brazo izquierdo. Los indios me aconsejaron que me pusiera una manilla de iguana, que ellos mismos me regalaron; las hice caso, y desde entonces no he sentido más dolores reumáticos.” (Pág. 97)

“De La Tagua para abajo el Caquetá es majestuoso e imponente, por lo ancho y solitario. Ni un alma en sus orillas; sólo rastrojos de agencias de caucheros. Pero si falta gente, sobran mosquitos y zancudos. Desde La Tagua se nos presentó el siguiente dilema: o taparnos manos y cara con guantes y un velo de gasas, a semejanza  de buzos, con las consiguientes molestias de un calor sofocante, o aguantar comezones incesantes. Optamos por lo primero, por ser más soportable y humano. Sólo quien haya visitado estos lugares puede tener idea de lo que son tales molestias.       

“El cauce del Caquetá en este  trayecto es más marcado y profundo que el del Putumayo en la misma latitud, y por tal razón sus orillas aparecen más elevadas; su caudal es también mayor. Lo último se nota claramente al volver al Putumayo, saliendo a la colonia del Caucaya, después de tener la vista acostumbrada a contemplar el Caquetá, pues el Putumayo no parece el mismo que el viajero veía allá en su imaginación; éste aparece mucho más pequeño que el pedazo de Caquetá que ha impresionado últimamente su retina. Las aguas del Caquetá, de los saltos del Araracuara para arriba, tampoco se ven removidos y alegrados por los inquietos bufeos y otros peces de gran tamaño, como el paiche y la vasca marina, ni enriquecidas por las grandes charapas, ni se vuelven temibles a causa de los fieros caimanes, privados de hacer daño allí por el mismo obstáculo de los saltos.

En cambio si existen en abundancia en ese trayecto del Caquetá, las charapillas o taricayas, que esmaltan aquellas playas con su deliciosos huevos y divierten al viajero con su pequeña figura y gracias encantadoras, si llega a pasar por allí, como nos sucedió a nosotros, en la época en que los huevos se han convertido en animalitos perfectamente formados de un tamaño que no pasa de cuatro centímetros en cuadro. En otros tiempos algunos caucheros del Putumayo trasladaron al Caquetá, por la trocha de La Tagua, unas cincuenta (50) charapas grandes, a fin de que enriquecieran este río con su importantes presas y sabrosos huevos; peor perdieron el trabajo, porque los indios Coreguajes y tamas, del Orteguaza, y macaguajes del Caquetá, consumieron sus huevos y pescaron a las madres, en los veranos por aquellas playas, ignorando sin duda el esfuerzo ingente que aquel traslado impuso y el gran beneficio que habría reportado para los habitantes de estas regiones la propagación de la tortuga acuática de gran tamaño. Probablemente influyeron también en el exterminio de aquellos grandes anfibios las condiciones climatéricas y escasez de grandes playas que no se inunden durante el tiempo necesario para la germinación completa de los huevos; pues en el mismo tiempo es relativamente escasa la charapa desde Yubineto para arriba.

Si no vimos en el Caquetá las inquietas y alegres olas que en Putumayo levanta el bufeo, en cambio experimentamos las temibles y turbulentas que forman los vientos alisios y que varias veces nos obligaron a orillar las canoas para impedir que nos llenaran de agua y se hundieran.” (Pág. 97-98)

“En los cinco días que empleamos de La Tagua a Peña Roja, la  cacería fue abundante y selecta; cada día mataron los bogas de seis a diez piezas: paujiles, patos, camaranas, monos, guacamayas y lagartos, llamados babillas, que acostumbran tomar el sol en las orillas del río y en las playas, y cuya carne es exquisita.” (Pág. 99)

“En las orillas del Caguán, en una de sus calles, nos presentó un cuadro encantador, una enorme bandada de miles de loros de todos tamaños, clases, colores y edades, que con sus variados gregueos llenaban aquellos contornos, de modo que parecía que llegábamos a una gran ciudad. Pronto nos dimos cuenta que se trataba de un dormidero  de aquellos bullangueros pájaros, pues en un trayecto tal vez de una legua, la orilla del río aparecía como blanqueado con cal, siéndolo en realidad sólo  con los excrementos de aquellas hermosas aves.” (Pág. 99)

“Curiplaya es un pintoresco sitio. El Caquetá forma una larguísima y ancha calle de Occidente a Oriente. La orilla izquierda es bastante elevada, y allí está la mayoría de las casas.  Las auroras y crepúsculos tropicales son de lo más hermoso que puede verse en su género, y un ambiente de alegría casi inexplicable en aquellas soledades invade el alma de los que allí moran.

Curiplaya es la capital del Corregimiento de su nombre. A pesar de los pocos habitantes que hay por aquellos contornos, el movimiento industrial y de comercio es apreciable.”

“Nos quedaba por resolver si nos separaríamos los dos misioneros excursionistas para ir uno directamente a la tribu de macaguajes de Senseya, por el curso de este río, o del Mecaya, ambos afluentes del Caquetá, más arriba de Curiplaya, o nos volvíamos ambos por la Tagua, para pasar después al Senseya, usando la trocha e Montepa. Considerado detenidamente el asunto, la dificultad de navegar el Senseya y Mecaya por falta de buenos bogas y sobra de agua, ya que ambos estaban muy crecidos y la inseguridad de encontrar a la tribu reunida sin mandarle previa aviso de la fecha de nuestra llegada, cosa que podríamos realizar fácilmente desde la bocana del San Miguel, mientras catequizábamos a los inganos del ecuador, nos hicieron resolver a regresar ambos misioneros al Putumayo por la vía Tagua-Caucaya.

Resuelto el viaje por La Tagua, buscamos en Curiplaya en Curiplaya mismo, cargueros suficientes para trasladar nuestro equipaje de allá al Putumayo. Arreglado todo, salimos de Curiplaya en dos canoas y con siete peones. En un día anduvimos el trayecto que en la subida habíamos hecho en cuatro.  En esta ocasión tomé el rumbo del río, de Curiplaya a La Tagua, anotando todo lo digno de mención, como ver en el plano que acompaño.” (Pág. 157)

“Antes de seguir adelante con mi relación, creo oportuno decir algo sobre la riqueza botánica de las regiones bañadas por el Caquetá. En Peña Roja, La Tagua y Curiplaya pudimos observar valiosas planchas y cueros de balata rosada que extraen en abundancia indios y blancos. Palmeras de varias clases  crecen en gran número en aquellas regiones. De algunas de ellas, como la de milpesos o seje, se pueden extraer aceites comerciales de valor apreciable. Para los indios huitotos el fruto de la palma de milpesos  es un alimento de gran estimación. Varias veces nos ofrecieron de él como ellos lo preparan, pero nos fue imposible comerlo por lo duro que es la corteza que lo envuelve e insignificante la capa de carne blanda comestible, todo lo cual hace que un estomago  no acostumbrado a digerir cosas duras no puede resistir esa clase de alimentos. No obstante, los indios se lo comen con corteza y todo, mezclado con una especie de leche aceitosa que sacan del mismo fruto y que dicen ser muy nutritiva. Está comprobado que el aceite de milpesos es un gran reconstituyente para las personas que sufren enfermedades del pecho.

Los huitotos cultivan frutos especiales, algunos de los cuales, como el caimarón o uvo, son muy sabrosos.          

En la carta de Unos colombianos, dirigida al General Uribe Uribe,…se menciona como fruta de gran porvenir, propia de los huitotos, el rosugue, que, a los tres años de sembrado, da fruto en abundancia. La describen así:

“Es redonda, más grande que un aguacate, y semejante a éste por su pico, que se pudre cuando ya está maduro. El indio entonces, con un mordisco lo arranca para dejarle un huequito por donde chupa la miel, que es lo que por dentro contiene en cantidad de una libra poco más o menos cada fruta, y más rica que la de caña de azúcar, de la cual puede llegar a ser un rival temible, el día que el rosugue llegue a ser conocido.” (Pág. 158) Esta deliciosa y espectacular fruta – que ¡ no se pela sino que se destapa ¡ –  es cosechada hoy en día por la Comunidad de Lagarto Cocha y conocida como UCUYE.

“La extensión de los huitotos se puede decir que son todos los afluentes del Putumayo, entre el Igaraparaná y La Tagua, teniendo por centro principal el Caraparaná y el Igaraparaná, extendiéndose hasta el Caquetá desde Puerto Pizarro para arriba y a los ríos Caguán y Peneya con algunos de sus afluentes. El estado de todas estas razas es de completa decadencia; algunas de ellas están poco menos que extinguidas.” (Pág. 174)

Sobre el fomento de la colonización dice Gaspar de Pinell: “Interesa sobremanera a la República intensificar la colonización del Caquetá y Putumayo para aprovechar sus riquezas y engrandecer al país. Por lo que toca a la región del Caquetá, creo que la medida  más acertada para lograr este objeto sería estimular la penetración de los huilenses en toda la región del Alto Caquetá por los ríos Orteguaza y Caguán, lo cual se lograría  fácilmente estableciendo la navegación en lanchas por estos ríos, y abriendo el varadero de La Tagua con una buena carretera, que comunicara económica y rápidamente el Caquetá con el Putumayo, única vía comercial de estas regiones para con el Amazonas y Europa. Por lo que me ha enseñado la experiencia  de muchos años de permanecer en estas regiones, el huilense es el colono ideal para estas selvas: resiste el clima, no es de mayores exigencias, y es tan laborioso, que al poco tiempo de establecido tiene ya con qué atender a todas las necesidades de la familia, convirtiéndose rápidamente en un factor de progreso. …y abierto el varadero de La Tagua, que los ponga en contacto con los núcleos del Putumayo y línea del Amazonas, quedan obviados todos los obstáculos antes apuntados, y el desarrollo de estos ríos seguirán el mismo auge que han tenido las colonias de esta región constituidas por huilenses.” (Pág. 176)


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