La meliponicultura, la cría de abejas nativas sin aguijón, es una apuesta para recuperar y preservar una de las zonas más biodiversas de la Amazonía y, al mismo tiempo, generar un modelo de economía sostenible en el que la comunidad conviva con el bosque.
A las 6:30 de la mañana, en la finca Versalles, ubicada en la carretera entre Santa Ana y Puerto Asís, Putumayo, Álvaro Toro revisa cómo amanecieron las abejas nativas sin aguijón. Se acerca a las colmenas, alojadas en cajones de madera soportados por un palo vertical, que encima tienen un techo de cartón plástico para protegerlas del agua y del sol. Alrededor, árboles de buena floración, ideales para el sustento de estos insectos polinizadores: guamo, achiote, palo negro… Álvaro observa a las abejas. Zumban.
Por teléfono, Álvaro, 61 años, remarca sus raíces antioqueñas y que es ‘nuevo’, aunque en verdad lleva 25 años, en la cría de las abejas nativas sin aguijón, denominada meliponicultura. Una actividad ancestral, realizada por indígenas en tiempos precolombinos, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). La FAO indica también que estas abejas se desarrollaron antes de la separación de los continentes, por lo que se encuentran en todas las zonas tropicales del mundo.
Álvaro, además, participa en un proyecto de meliponicultura creado en 2017 e impulsado por Naturamazonas, una alianza conformada por Conservación Internacional, Gran Tierra Energy, Parques Nacionales Naturales, Corpoamazonia, Corporación Autónoma Regional del Cauca y el Ministerio de Ambiente. La iniciativa, hacia septiembre de 2020, cuenta con 400 meliponicultores en 20 municipios de Putumayo, Caquetá, y Cauca, en una región conocida como el piedemonte amazónico, que se caracteriza por su alta biodiversidad.
“Es un área con una condición bien importante: las diferencias de altitud. Cuando yo desciendo desde la pendiente hacia la llanura, en cada metro se da vida en diferentes manifestaciones. Aunque ha sido el área más deforestada, sigue siendo el punto caliente de biodiversidad en la Amazonía”, explica Luis Alexander Mejía, director general de Corpoamazonia.
Esta apuesta se enfocó en las abejas nativas sin aguijón ante la preocupación por la pérdida de los polinizadores, como consecuencia de las fumigaciones de cultivos ilícitos, la deforestación, entre otros fenómenos. Aquellos individuos —aves, insectos, mamíferos— facilitan la reproducción de las plantas y garantizan su diversidad y la producción de frutos de calidad.
En 2017, por ejemplo, según la cartilla de meliponicultura de Naturamazonas, se perdieron entre 280.000 y 1.300.000 colonias de abejas nativas a causa de la deforestación en la Amazonía colombiana. Una cantidad enorme si se tiene en cuenta que entre los 400 meliponicultores del proyecto se suman, máximo, unas 3.000 colmenas.
“Buscamos garantizar el servicio de polinización, conservar una variedad de abejas nativas que la gente no conoce y preservar toda la biodiversidad. Ellas son las principales responsables de la producción de alimentos en estos bosques”, dice John Mueses, uno de los coordinadores de este proyecto. Según la cartilla, un tercio del alimento humano depende directa o indirectamente de la polinización de las abejas. “Si no fecundan las plantas, pues no hay comida para nadie”, añade.
Álvaro Toro observa a las abejas. Tiene unas 130 colonias y trabaja con dos especies, comúnmente conocidas como ‘boca de sapo’ y ‘angelita’. La variedad es amplia: solo en la región del proyecto de Naturamazonas se han registrado 100 especies de las cuales 35 son de interés para esta actividad, según señala Mueses, quien aclara que estas estimaciones son preliminares, pues aún queda mucho por explorar en dicho territorio.
“La apicultura fomenta una especie introducida y no es conveniente privilegiar una sola especie en una zona como el piedemonte amazónico, donde la vida surge con fuerza a cada instante”, explica Luis Alexander Mejía.
Zumban. Álvaro se fija en los movimientos de las abejas, territoriales por naturaleza: a veces bruscos, a veces lentos.
Cada tres o cuatro meses, si es verano, se da la oportunidad de sacar una miel que aunque se produce en menor cantidad que la de la apicultura —la cría del género Apis, abejas con aguijón introducidas desde Europa y África—, se caracteriza por sus propiedades curativas ante afecciones respiratorias, quemaduras, infecciones de la piel e incluso problemas visuales. La primera en probar la miel suele ser María del Carmen, la madre de Álvaro, de 98 años, y en cuyo honor el meliponario —la unión de varias colonias— se bautizó como “El Carmen”.
En invierno hay que estar aún más pendientes de las abejas y darles alimentos como panela o bombones con miel para que no se mueran. Álvaro asegura que ellas lo reconocen por su olor y no lo molestan con su zumbido o no se enredan en su cabello, algunas de las tácticas de ataque de estas abejas sin aguijón, cuyo manejo se facilita ya que no requiere de los trajes especiales utilizados en la apicultura.
Esto hace que la actividad sea más democrática: en el proyecto de Naturamazonas participan personas desde los 12 hasta los 80 años. Cuatro de cada diez son mujeres.
Los 400 meliponicultores, como Álvaro, recibieron una capacitación de tres días, mínimo cinco cajas tecnificadas —para albergar a las abejas— construidas en madera decomisada por tráfico ilegal y 22.000 plántulas melíferas, cuya floración beneficia a las abejas. Se comprometieron a no usar agroquímicos.
Hasta crearon una marca, Mieles de la Amazonía, para comercializar los productos: la idea es generar sostenibilidad desde el bosque, no arrasarlo. Incluso, se han conformado asociaciones en las diferentes regiones. Es el caso de Melíponas del sur, presidida por Álvaro y conformada por 40 socios, que le apunta a más actividades de capacitación y a espacios como un centro de acopio.
En el contexto de la alianza, ya se han ido dando las disposiciones normativas con el fin de formalizar una actividad que no ha pasado desapercibida: en agosto de 2020, el proyecto de meliponicultura de Naturamazonas resultó ganador de la categoría de fauna y biodiversidad en los Premios Latinoamérica Verde.
Álvaro Toro observa a las abejas. Entonces sigue su camino. Por aquellos días de septiembre estaba sembrando asaí, una planta melífera, en un terreno antes deforestado para crear un potrero. Va en 3.600 siembras. Su meta es 10.000.
Las abejas también salen a trabajar. Zumban.