Guardias indígenas, los guerreros milenarios al frente de la pandemia

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La guardia indígena se ha enfrentado a incontables amenazas. Hoy, frente a una sin precedentes, combaten a la altura.
Foto: Cortesía Guardia Indígena Sierra

ElTiempo

Con precarias condiciones de bioseguridad intentan frenar el paso de la covid-19 en sus territorios.

Por: Tatiana Rojas y Natalia Noguera

La guardia indígena ha frustrado secuestros y ha rescatado a rehenes. Ha enfrentado grupos armados y ha puesto a tambalear a diferentes gobiernos. Sus guerreros han sido asesinados y amenazados por pelear contra el narcotráfico y proyectos que atentan en contra del medioambiente. Por milenios han sido los elegidos por los más sabios para proteger sus lugares sagrados y restablecer el orden en sus comunidades. Pero nunca habían estado frente a una batalla en la que sus escudos de lata y sus bastones de madera no pueden protegerlos. Hoy, están en la primera fila, bajo la lluvia y el sol, cortándole el paso a un enemigo invisible.


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Durante los últimos dos meses, desde que se inició la cuarentena, 63.000 guardias indígenas están vigilando las entradas a sus territorios, en 4.500 puestos de control en todo el país. Luis Acosta, coordinador de esta guardia a nivel nacional, cuenta que por primera vez cambiaron sus bastones, la única arma que han empuñado, por atomizadores con alcohol. “Es la única forma efectiva de prevenir un etnocidio”, dice desde su resguardo Huellas, en Caloto, Cauca.

Son ellos los que están lavando las manos de los indígenas que salen y entran a los resguardos con un permiso previo. Se aseguran de que ninguna persona externa pase hacia sus territorios, especialmente turistas o funcionarios de compañías privadas. Ante la escasez del alcohol y el cloro fabrican sus propias sustancias para desinfectar carros y motocicletas. Y pese a que podrían estar con sus familias, porque es un trabajo voluntario, permanecen las 24 horas del día, durante todas las semanas, en un puesto de control.

Esos grandes terratenientes que siempre han buscado hacer turismo en nuestros territorios tienen su casa finca aquí. Como no los podemos dejar pasar, nos han amenazado

“Dejamos de enfrentar a los que nos querían hacer daño para fumigar y lavar las manos de los indígenas. Con los pocos recursos que tenemos hemos comprado jabón del barato. Pero no nos alcanza para comprar guantes y tapabocas, solo tenemos la protección de los espíritus. Sabemos que estamos arriesgándolo todo, pero como miembros de la guardia nuestro deber es proteger la vida”, dice Acosta.


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Por esas mismas razones Wílmer Enrique Carrillo ha permanecido durante los últimos 20 años en la guardia indígena del pueblo kankuamo en la Sierra Nevada de Santa Marta. Tiene 58 años y lleva dos meses y medio soportando altas temperaturas y aguaceros torrenciales para evitar el paso del virus a su territorio. El martes a las 6:45 p. m. inició su turno nocturno en el puesto de control, a pocos kilómetros de Valledupar. Lo acompañaba su poporo, la mochila y su bastón, ese símbolo que lo conecta con la madre naturaleza y le ayuda a protegerse de las agresiones físicas.

-¿Lo han golpeado por no dejar pasar a alguien?
-Sí, me sacaron sangre con un arma blanca. Me pelee con un indígena que no tenía permiso para salir del resguardo, pero, al final, todo se arregló. Las autoridades lo castigaron. Muchos indígenas no toman en serio las medidas de prevención.

Como él hay 300 indígenas más en la guardia kankuama. La mayoría hacen su turno en el día, cuando algunos citadinos, que tienen casa finca en la Sierra, intentan ingresar. Eso cuenta Juan Carlos Rodríguez, jefe de la guardia indígena del territorio kankuamo: “Esos grandes terratenientes que siempre han buscado hacer turismo en nuestros territorios tienen su casa finca aquí. Como no los podemos dejar pasar, porque quieren entrar y salir cuando quieren, nos han amenazado y no es cualquier amenaza, nuestras familias tienen miedo porque es gente muy poderosa”.

Por ese tipo de represalias y la falta de garantías de bioseguridad, algunos resguardos han levantado sus controles de protección. Es el caso de la guardia indígena del Valle del Sibundoy, en Putumayo. Aunque su razón de ser es la defensa de su territorio, al que protegían del bacna tsoca (covid-19) para su comunidad, las autoridades kamënstsá inga del Sibundoy no soportaron la falta de garantías ni la ausencia de reconocimiento por parte de los gobiernos.

Sirley Jacanamejoy Muchavisoy tiene 28 años y hace parte de esta guardia. Cuenta que desde el 25 de marzo establecieron jornadas de control en las fronteras, con una minga de protección, armonización y control territorial en la vereda El Cascajo, del municipio de Santiago. Después montaron otro punto en Chorlaví, en el municipio San Francisco. Sin descanso, durante dos meses unos 160 guardias se turnaron en jornadas de 12 horas para asegurarse de que personas de otros sitios no entraran a sus tierras sin las medidas necesarias, que guardaran la cuarentena y que, en general, se cumpliera con las normas.

“La guardia estaba haciendo tareas de armonización y desinfección y control de vehículos”, explica Sirley. Su labor era registrar carros y camiones que pasaban por la zona y revisar que fueran sin pasajeros. Al principio, ellos mismos hicieron labores de desinfección, pero luego de una reunión con alcaldes, los bomberos quedaron a cargo.

Guardia indígena
La guardia del Putumayo tomó la decisión de levantar los controles por la falta de garantías de protección.Foto:
Cortesía guardia del Valle de Sibundoy

Sin embargo, el desconocimiento del aporte que hacen con sus labores por parte de la Alcaldía, así como el incumplimiento por parte del Gobierno en entregarles implementos de bioseguridad, los llevaron a tomar la decisión de levantar sus controles, explica la guardia.

“El papel lo aguanta todo –dice Jacanamejoy–. Pero la Gobernación nunca dio respuesta a las solicitudes que hicimos de trajes de bioseguridad para la guardia. Quedamos sin saber cómo protegernos. Las alcaldías y los municipios tampoco tuvieron esa voluntad política”.

La preocupación por los contagios internos también los llevó a tomar la decisión, explica Sirley: “Hay muchos que son padres. Estábamos arriesgando a los niños, a la familia”. Y, además, asegura que el alcalde de Sibundoy desconoció el ejercicio de guardia: “Por medio de la radio empezó a estigmatizar y a decir que la guardia no era una entidad reconocida, que solo lo era el taita”. Este fue otro de los detonantes para renunciar.

Desde Caquetá, el coordinador de Derechos Humanos de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (Opiac), Óscar Daza Gutiérrez, explica que esta situación puede extenderse a otros departamentos. Este territorio amazónico registra unos 5.000 guardias, aproximadamente. Y el reclamo generalizado es que no hay elementos que garanticen su seguridad y que los protege de contagios.

Como en Putumayo, “otros guardias hablan de abandonar el rol. Uno entiende que las guardias son las más idóneas en hacer el control porque son las que conocen el territorio. Si desisten de su trabajo, representa un peligro para muchos pueblos indígenas. No solo su desaparición física, sino otros temas como la espiritualidad, la culturalidad”, dice Daza Gutiérrez.

Que las guardias desistan de su trabajo representa un peligro para muchos pueblos indígenas. No solo su desaparición física, sino otros temas como la espiritualidad, la culturalidad.

Mateo Estrada, coordinador de Territorio, Ambiente y Cambio Climático de la Opiac, dice que en departamentos como Amazonia, Vaupés y Guanía es necesario, además de la garantías de protección, “un mínimo de seguridad alimentaria. La guardia no puede trabajar cuidando a la población y buscando la alimentación. Teniendo esto es posible hacer un aislamiento comunitario completo. Porque también puede pasar lo que en Panuré, Guaviare, donde les está faltando la comida y por eso empiezan a salir”.

En medio de una pandemia sin fecha de caducidad, los guardias coinciden en que necesitan más que un apoyo financiero. Hasta el 26 de mayo, la Organización Nacional Indígena de Colombia registraba 517 indígenas contagiados. La orden del Gobierno de permanecer en casa, si bien disminuye las posibilidades de contagio, es un reto para su supervivencia, no solo física sino de sus tradiciones.

“A veces se dice que necesitamos una remesa –cuenta Sirley Jacenamijoy–. Pero desde la guardia creemos que hay que replantear el plan de vida. Debemos gestionar las semillas, ver otras formas de fortalecer las economías propias, que pasen por la educación, la salud y la formación del ser kamënstsá. Ahora mismo estamos armando un plan de vida de emergencia con estrategias que orienten y fortalezcan la existencia de comunidades en peligro de extinguirse”.Colombia, Ecuador y Perú, habitados por más de 2.000 jaguares‘La mujer Wayuu no se vende’, responden indígenas a ofensas de ZuletaUn sistema milenario

En 1971, cuando se crea el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), se habla por primera vez de la guardia indígena, según cuenta Acosta. En su momento solo funciona para coordinar asambleas y congresos. Pero en el 2001 se hace oficial su fundación y se vuelve permanente con el fin de proteger a los pueblos indígenas del conflicto armado.

Participan mujeres y hombres, tanto jóvenes como ancianos. Promueven la justicia propia, la etnoeducación, se forman en derechos humanos, en aspectos jurídicos, y se convierte en un sistema de protección que otros pueblos indígenas quieren replicar. Hoy, hay guardia indígena en el Huila, La Guajira, Amazonas, Putumayo, Meta, Caldas, Antioquia… “por decirle solo una cifra, de los 63.000 guardias, solo 13.900 están en el Cauca”, cuenta Acosta.

Y es que, aunque la guardia indígena nació como estructura sólida en el Cauca, todos los pueblos indígenas del país cuentan con un sistema de protección milenario. “Frente a la invasión y la conquista de los españoles muchos pueblos desarrollaron sus sistemas de protección. En el Cauca lo llamamos guardia indígena; sin embargo, fue una idea que se replicó en otros pueblos porque ha sido muy efectivo frente a las amenazas del conflicto armado”, explicó Acosta.

En este sentido, Daniel Giraldo, candidato a doctor en Antropología de la Universidad de los Andes, explica que “la guardia indígena no solo está en el Cauca. Las diferencias en las maneras cómo opera y se organiza responden primero a unas cuestiones ‘culturales’ que orientan la organización social y política de los pueblos indígenas y cuya naturaleza es de todo menos homogénea y replicable para cada caso (no es lo mismo hablar de nasa que de huitoto o uwa)”, explicó Giraldo.

Frente a la invasión y la conquista de los españoles muchos pueblos desarrollaron sus sistemas de protección. En el Cauca lo llamamos guardia indígena; sin embargo, la idea se replicó en otros pueblos

El experto agrega, sin embargo, que la guardia del Cauca es un ejemplo brillante de cómo los pueblos indígenas han manejado sus relaciones territoriales y políticas, respaldados por la Constitución Política de Colombia y sus postulados pluriétnicos y multiculturales.

El año pasado, en marzo, la guardia indígena del Cauca bloqueó durante 28 días la vía Panamericana que comunica a Cali y Popayán, por donde se transporta el alimento del país. Empuñando escudos de lata hechos con viejas señales de tránsito para protegerse de los ataques del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) exigía la presencia del presidente Iván Duque en su territorio para que respondiera por el asesinatos de los líderes sociales del Cauca y la protección del Estado para sus comunidades.

Hoy, en medio de la pandemia, los ataques no cesan. Según la Fundación Paz y Reconciliación, en lo que va corrido del 2020 han sido asesinados 48 líderes y lideresas, 17 de estos asesinatos han ocurrido desde el primer caso confirmado por covid-19 en Colombia el pasado 6 de marzo. La Fundación se refirió a lo ocurrido como una epidemia de asesinatos de líderes sociales y su epicentro está en el Cauca.


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