Por: Guido Revelo Calderón
En un entramado de eventos ocurridos en el año 1920,en donde: el gobierno nacional da vía libre a su fundación y otorga unos recursos para ello, delega funciones en un Prefecto de la iglesia católica, quien a su vez delega a un sacerdote, por una parte, y por la otra, el gobierno comisiona a un Comisario,para que viajen a fundar un caserío a orillas del río Caucayá, en terrenos que de tiempo atrás lo poblaban indígenas y unos cuantos colonos. Entonces,una pregunta pertinente para estos días de enero de 2020 sería: y a quién atribuirle la fundación de Caucayá, que hoy conocemos como Puerto Leguízamo?
La invitación es retroceder un poco, finales del siglo XIX, y colocar la mano en la frente, extendida a modo de visera, para contemplar el panorama de lo que sucedía. Un mundo necesitado de caucho cada vez más, unos comerciantes colombo-peruano-ingleses inescrupulosos y ávidos de dinero, una selva amazónica exuberante de hevea brasiliensis, una población indígena pródiga y pacífica en unos territorios en extremo inmensos -del mismo tamaño de su abandono estatal-, y unos misioneros deseosos de llevar a remotas tierras su religión y su lengua, es decir, en sus palabras, de evangelizar y civilizar unos pueblos aborígenes.
La imperiosa necesidad del caucho en los países europeos tanto para preparar equipamiento para la guerra –en la construcción de un tanque de combate Sherman se requería media tonelada de caucho para sus componentes-, como para suplir necesidades después de ella,podemos agregarel rápido desarrollo y acogida del automóvil por parte de Norteamérica;entonces el mundo requirió cada vez más el preciado caucho, que se obtenía en la selva amazónica y sobre todo a lo largo de los ríos Putumayo y Caquetá principalmente. Un apunte anecdótico de tal necesidad se vio en la posguerra cuando la FIAT (industria italiana de automóviles) puso a la venta sus vehículos que eran entregados sin llantas pues su difícil consecución corría por cuenta de quien los compraba. Tal era la importancia de este elemento.
Los comerciantes del caucho hallaron una forma perversa de incrementar sus utilidades haciendo un aprovechamiento delictivo de la mano de obra indígena a quienes convirtieron en sus esclavos: sin paga, sin comida, sin horario, sometidos a cumplir con tributos de recolección cuyo incumplimiento equivalía a la muerte. Tal cadena de sucesos no podía llevar a cosa diferente que la consumación de uno de los mayores etnocidios en la historia de Colombia.
Un territorio del tamaño de la suma de varios países europeos se convirtió en el centro de recolección y comercialización del caucho. La salida del producto por los afluentes del río Amazonas hizo que el caucho se agotara en primera instancia por las zonas más cercanas a este gran río. En la medida que la demanda crecía, el hevea se agotaba, y a sus explotadores no les quedaba alternativa diferente que continuar subiendo por los ríos Putumayo, Caquetá y afluentes, en su búsqueda. En el afán de acumular caucho poco les importaba a los comerciantes respetar fronteras políticas y administrativas, mucho menos las naturales, y menos conociendo de primera mano el abandono estatal en el cual se encontraba la zona. Resultado: una empresa peruana con accionistas ingleses monopoliza el negocio del caucho e incursiona ilegalmente en zonas colombianas y sus prácticas infames y esclavistas son denunciadas al mundo. Con anterioridad voces aisladas denunciaban esporádicamente ante el gobierno colombiano tales atropellos, sin ser escuchadas. De ellas se destaca una, la de un misionero que va a tener papel protagónico en el proyecto de fundación de poblados en la amazonia, fundaciones que simbolizan la presencia del estado colombiano en las fronteras.
El gobierno nacional expide la Ley 24 de 1919 y el Decreto Ejecutivo 2058, normas que facultan al gobierno para hacer una fundación y establecer una colonia penal y agrícola, pero cuyo principal objetivo, no manifiesto explícitamente, era destinar personal militar que lograra detener el avance de los caucheros peruanos que incursionaban libremente por tierras colombianas de las que se habían apropiado y además ejercían control absoluto dela navegación por el rio Putumayo.
Para el momento el Comisario Braulio Erazo Chávez es delegado por el gobierno nacional para representarlo en la futura fundación y acompaña al sacerdote de Las Corts, delegado por el Prefecto Apostólico, quienes a su vez son acompañados por un grupo de 30 peones. Todos ellos inician su viaje en Puerto Asís el 12 de enero de 1920. Del Comisario Erazo Chávez el religioso anotaba en algunas de sus comunicaciones personales, sobre pequeños inconvenientes que generaba su presencia, propios de quien no está enseñado a este tipo de andanzas. Como Comisario, el Putumayo le conoció a Erazo Chávez ser el generoso donante de un dinero para comprar lo que se conoce como la casa Conservadora del Putumayo, en una esquina de Mocoa (recientemente demolida), además de servir de testigo en Caucayá del divorcio de facto de una indígena que asustada e indefensa por maltratos de su compañero peruano resolvió acogerse e integrarse al grupo de fundadores.
Estanislao de Las Corts – Pedro Sitjá y Basté nombre de pila- se llamaba el misionero a quien el Prefecto Apostólico Fidel de Montclar encargó la tarea, la misma que le encargó en Puerto Asís, El Encano entre otras, es decir, darle nacimiento y desarrollo inicial a un pueblo. Similar a lo que hizo en esas otras fundaciones, en esta ocasión se hizo acompañar de un sacerdote, Justo de San Martivell, quien se encargaría desde suplirlo en sus temporales ausencias hasta tomar recibos, contar, recibir y entregar herramienta a los peones.
El Padre Estanislao consignó los detalles en su “Diario de viaje al Caucayá”:
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Pasado el conflicto con el Perú, el gobierno colombiano decide rendirle homenaje a los colombianos que lucharon en defensa de nuestro territorio y lo hacen cambiando el nombre de la fundación inicial, Caucayá, deformación fonética del original siona Gaoyá , río o quebrada de las garzas, por el de Puerto Leguízamo, en honor a Gerardo Cándido Leguízamo Bonilla, huilense muerto en dicho conflicto.
Mocoa, Putumayo, enero de 2020
- Fotos 1, 4, 5,6,7,8 Diario de viaje del Padre Estanislao de Las Corts. Archivo de la Diócesis Mocoa-Sibundoy, antigua Prefectura Apostólica del Caquetá.
- Foto 2 Foto Dávila, Álbum familiar Orlando Dávila Caicedo.
- Foto 3 Foto tomada del libro “Conflicto Amazónico 1932/1934”, Ministerio de Defensa Nacional, Villegas Editores, junio de 1994, primera edición.