“Por un profesor que me salvó la vida ahora soy docente”

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Claudia Jurado tenía 16 años cuando fue víctima de reclutamiento forzado por parte de las Farc. Hoy es docente de una comunidad indígena inga en Putumayo. Su historia refleja cómo los docentes en Colombia pueden transformar vidas.

Claudia Jurado, la tercera de izquierda a derecha, con sus alumnas y compañeras en el el internado Atun Ñambi (Camino Grande en lengua castellana). Foto: Con Paz Aprendemos Más

Claudia tenía 16 años cuando varios miembros de su resguardo inga, llamado San Miguel de la Castellana, fue masacrado por los grupos armados que operaban en Villagarzón, Putumayo.

Aunque varios de sus amigos y familiares huyeron, ella no alcanzó a salir del pueblo y cayó en las manos de las Farc, la guerrilla que, entre 1960 y 2016, fue la responsable del 54 por ciento del reclutamiento infantil, según el Centro de Memoria Histórica.

Pasó su adolescencia en el monte, cargando un fusil, aprendiendo todo lo contrario a los valores que le habían enseñado en su pueblo inga. “Me enseñaron a ser rencorosa, porque esa gente sentía mucho odio. Además, recibí maltratos psicológicos y físicos”, cuenta.


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En 2004, Claudia tenía 19 años y la convicción de escapar de las filas de las Farc. Esa idea se materializó el día en que sus compañeros de militancia más cercanos le advirtieron que la iban a asesinar por traición.

Con su voz entrecortada, porque en Villagarzón no hay buena señal telefónica, asegura que sus superiores empezaron a sospechar de ella cuando un amigo le regaló una radio en la que escuchaba la emisora del Ejército Nacional.

“Solo por escuchar esa emisora creían que era un infiltrada del Ejército. Unos compañeros me dijeron que estaban pensando en fusilarme, que era mejor que me escapara”, relata.

Una noche buscó sus botas, su fusil y su linterna con rumbo al caserío más cercano. Pasó cinco días en el monte, sola, sin comer y sin dormir bien. Al quinto día, encontró a un campesino a quien le pidió que le ayudara a entregarse al Ejército.


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Como había escapado con su fusil y aún tenía puesto el uniforme, tenía miedo de presentarse sola ante los militares. “Siempre nos habían dicho que violaban a las mujeres de las Farc, que no eran de confiar”.

Pero, por temor, el campesino le recomendó que mejor hablara con el profesor de la escuela de la vereda, que él no se quería meter en problemas.  A pesar del riesgo que corría este profesor al avisar a las autoridades que una joven se quería desmovilizar de las Farc, corrió el riesgo.

“Felicito a los maestros por haber elegido una profesión que de distintas maneras salva la vida de nuestros niños. Solo tengo agradecimiento para ellos”.

Paradójicamente, siempre había evitado a los maestros. Asegura que no tiene buenos recuerdos de quienes le enseñaron en su escuela. Aunque en ese momento no pasaba por su cabeza la idea de convertirse en una profesora, Claudia jamás olvidó que fue un docente el que le salvó la vida. “El día en que volvía a la vida civil, le regalé mi linterna, mi uniforme, porque era la única manera de agradecerle. En donde quiera que esté, quiero decirle que me cambió la vida”.

Ocho años después, tras un proceso largo de reincorporación a la vida que le arrebataron a los 16 años, regresó al resguardo San Miguel de la Castellana. Para ayudar en las actividades de la comunidad, le ofrecieron un turno de fin de semana para cuidar a los niños que se quedaban en el internado Atuñambi (Camino Grande en lengua castellana). Aunque lo dudó, pues siempre había sentido vergüenza de su pasado.

“Jamás pensé en ser profesora, porque pensaba que no sería un buen ejemplo para los niños. Pero, a los tres de meses de ser cuidadora, un programa llamado Con paz aprendemos más, me ofrecieron capacitarme y me nombraron docente de mi comunidad”.

Hoy, enseña matemáticas, inglés, español y la lengua inga a sus estudiantes de primaria.  “Empecé siendo muy tímida, pero ahora no me da vergüenza hablar ante mis estudiantes. También tenía miedo de que me preguntaran algo que no sabía, pero,  lo he solucionado estudiando”, dice.

Ya son cuatro años que Claudia celebra el día del Maestro, y durante ese tiempo, asegura que jamás se había sentido tan orgullosa de sí misma.“Felicito a los maestros por haber elegido una profesión que de distintas maneras salva la vida de nuestros niños. Solo tengo agradecimiento para ellos”.

Fuente : Semana


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