Reloj de Agua

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Fotomontaje con imágenes tomadas de internet.

Por. John Montilla

“De noche el reloj que late es el corazón del tiempo”.  D. M. Loynaz

Dos, tres, o cuatro minutos, no podría precisarlo, pero creo que el destino me dio un pedacito de tiempo para que hiciera una carrera contrarreloj e intentara salvar la vida de mi hermana. He aquí mi propia crónica de la noche de la tragedia de Mocoa el pasado 31 de marzo de 2017.

Mi madre parada en el andén de su casa me había dicho con bastante preocupación “Estoy llamando a tu hermana y no responde.” Mi hermana vivía en un apartamento nuevo justo al lado del puente del Río Sangoyaco.  Yo que ya estaba en la calle, bajo la torrencial lluvia que se había desatado. -Un par de minutos antes me había puesto a las carreras una camiseta, unos shorts, unas sandalias de correa y una chaqueta amarilla impermeable y además había corrido a la cocina a agarrar una fosforera de esas que poseen linternas diminutas – le respondí sin dudar. “Voy a verla.” Y me metí de prisa a las aguas desbordadas que ya corrían por la calle. Un tremendo trueno rompió el cielo como anunciando que la carrera de mi vida había iniciado.


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Cuando llegué a la esquina próxima noté que la vía principal estaba completamente anegada. Y vi con preocupación sin detenerme que a mi izquierda ya estaban sacando gente por encima de los techos, pues el agua ya estaba inundando algunas casas e impedía el abrir de las puertas. Había una moto policial estacionada a un lado de la calle, el agua ya le cubría las llantas, un policía agarraba a patadas una puerta queriendo tumbarla, mientras otro junto con un voluntario ayudaba a una señora y a una niña que estaba saliendo por el tejado. Esta imagen me impulsó a ir más rápido; Aún estaba a más de media cuadra del lugar al que me dirigía; corrí unos metros adelante; el agua aumentaba cada vez más, corrí y el miedo de la lluvia, los relámpagos, los gritos de la gente y el agua fangosa me hizo regresar; llegué donde uno de los policías y le dije ya algo desesperado: “Tengo una hermana atrapada en un apartamento cerca al río, acompáñeme a rescatarla:”

Imagen captura de video (M.L) grabado en la parte baja del Barrio La Independencia. Cabe subrayar que ya no existen ninguna de las edificaciones que se ven a derecha e izquierda. El video inédito pronto será publicado junto a la crónica del autor.

Debo subrayar en honor de él que sin dudar dijo “vamos”, este respaldo me dio ánimos, y eché a correr a prisa adelante; como había caminado tantas veces por esas calles, sabía donde pisar a pesar de que las aguas lodosas, la basura y los objetos que bajaba impedían ver bien. Pero en medio de la tormenta pude ver a mis espaldas que el policía se cayó en una zanja y de seguro el miedo y la prudencia lo hicieron regresar. ¿En cuánto tiempo había sucedido todo esto? … medio minuto, un minuto, no sé. El sentirme desamparado me produjo tremenda desazón, pero a pesar de eso lo que si recuerdo es que lo pensé en milésimas de segundo: “Sí, yo no voy, nadie más ira, estoy sólo en esto.” Así que dominando el temor seguí adelante. Mientras la gente huía del río, yo iba hacía él. El agua ya me llegaba casi a la cintura.

Cuando llegué a la esquina -abrazado por el miedo más terrible que he sentido en la vida- vi que corría un temible torrente por la calle por donde ella vivía. El río ya se estaba desbordando. Me detuve allí dudando por unos eternos segundos, en si debía cruzar la calle y entrar al apartamento; mientras miraba con horror la cantidad de agua que se me venía de la parte alta, El agua amenazaba con dejarme descalzo; parado en la esquina, luchando por mantenerme firme, empecé a gritar como loco a mi hermana para que saliera, pero el ruido de las piedras que trepidaban en el rio, del agua que corría por la calle y de los truenos y relámpagos apagaban mis desesperados esfuerzos,

Pensé de prisa en quebrar un vidrió de las ventanas, me agaché en las lodosas aguas, pero no agarré ninguna piedra en el pavimento. Luego saqué de mi bolsillo la fosforera que previamente había agarrado cuando recién salí a la calle, y a pesar de que ya estaba húmeda pude prender su minúscula linterna, para hacer señales, pero nada mi hermana no aparecía. Me daba temor arriesgarme a entrar y que quizá ella ya hubiera escapado de ahí y que me encerraran las aguas estando adentro de la vivienda.


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En otros segundos eternos pensé en que lo que debía hacer: esperar o correr por mi vida. Me estremezco al recordar que fugazmente hice una macabra operación matemática, de que era preferible un muerto y no dos en la familia, pues desde mi posición aún creía que tendría la posibilidad de huir si fuera necesario; cuando estaba en esos instantes vitales de mi existencia, mi hermana apareció aterrorizada en la parte alta del apartamento y yo le grite con la mayor desesperación que he sentido en mi vida:  ¡Vamos !, ¡ Vamos  que el puente se va a caer ! Ella al verme corrió escaleras abajo, pero dudó al llegar al primer piso, porque el torrente que nos separaba se veía muy peligroso, y yo me había dicho, instantes atrás que mientras ella no se metiera al agua, yo no iba a entrar al torrente.

En esa esquina quedaba el apartamento y negocio de mis familiares

Mientras, este dilema vital se resolvía, el tiempo en el reloj de agua inexorablemente se iba agotando para nosotros, y yo seguía mirando con angustia como cada vez más las aguas se nos venían encima, todo esto que narro , sucedió en cuestión de segundos, mientras en esos pedacitos de tiempo ella dudaba y yo gritaba como loco; cuando de pronto alcance a ver como un gran árbol, golpeaba contra el puente,  y del tremendo impacto hizo estallar las mangueras del agua y del gas. La explosión fue terrible; la manguera plástica del ducto del gas se contorsionaba como una espantosa serpiente en los cielos, y el aire se llenó de una neblina oscura, el río comenzó a represarse y justo en el mismo instante tres casas que estaban diagonal a mi derecha cayeron al río. Yo estaba en medio de las aguas a escasos veinte metros de distancia.

Todo, todo esto había sucedido en fracciones de segundo. Mi hermana presa del pánico había corrido de nuevo escaleras arriba, mientras yo abajo bañado en aguas y lágrimas seguía gritando al borde de la desesperación. ¡Vamos !, ¡Vamos, El puente se va caer !  Entonces ella corrió de nuevo abajo, y cuando vi que puso sus pies en el agua, me metí al torrente, nos encontramos en la mitad de la calle con el agua más arriba de nuestras cinturas, la agarré con todas mis fuerzas de la mano, mientras luchaba por mantenerme en pie por la inestabilidad que me daban las sandalias que llevaba.

Mi hermana venía llorando, y en su desconcierto, me pega un jalón y me dice: “La moto.”  “Imposible le respondí. Nunca lo lograríamos.” y le apreté la mano con más fuerza, ella, me grito: “Se me salió un zapato”. Sin detenernos giramos rápidamente, y seguimos corriendo. Mi hermana parecía que no asimilaba la magnitud de lo que estábamos viviendo porque me dijo mientras lloraba: “Dejé la puerta del apartamento abierta”, Ella estaba al borde del shock, y yo por calmarla le dije: “Más tarde la vengo a cerrar.” Se me hacía un nudo en la garganta el pronosticar que todo el trabajo de muchos años se le perdería esa noche.

Fotografía tomada al frente de la casa de mis padres. Cuando recién nos percatamos que las aguas se estaban desbordando. Posteriormente las aguas cubrieron toda la parte baja del arbolito que allí se ve.

Ella guardaba la esperanza de conservar sus cosas, pero yo que nunca antes había presenciado un fenómeno de esos, intuía que no había ninguna posibilidad de que eso terminara bien. Mientras huíamos un chorro de agua que nos golpeó de costado en mitad de la calle principal, nos asustó de nuevo, pues nunca esperábamos que saliera agua de esa parte, al parecer la quebraba había pasado por medio de la casa de unos vecinos, esto nos desconcertaba más, pues no sabíamos lo que estaba pasando. Por todo lado las aguas se desbordaban. Todo el mundo corría, y por las calles se veían bajar innumerables objetos arrancados de las casas por el ímpetu de las aguas descontroladas.

Cada uno corría por su vida, una de las vecinas pasaba a gatas la calle, de milagro aún no se había ido la energía y luego no recuerdo en que momento quedamos en tinieblas. Cuando por fin llegamos a casa, mi hermana angustiada se refugió en la familia, mientras yo me fui a la cocina, ya a oscuras, donde caí de rodillas en el piso por un insoportable dolor debido a un retorcijón de estómago, fruto de la tremenda descarga de adrenalina y del estrés por la dramática experiencia que acababa de tener. Como pude  tomé un poco de agua y luego corrí donde los míos y les dije: “Tenemos que salir de aquí.”  Y eso fue lo que hicimos, en la oscuridad y bajo la lluvia buscamos un lugar más seguro donde pasar con nuestros niños esa horrible noche.

Dicen los testigos que estaban en la parte alta del barrio que al minuto de haber explotado el ducto del gas la terrible avalancha había pasado arrasando la vivienda de mi hermana y la de sus vecinos. No quedó absolutamente nada.  Las casas fueron arrancadas desde sus cimientos. Por fortuna para nosotros nos habían sobrado unos segundos preciosos en el reloj de agua; lejos estaba de imaginarme la magnitud de lo que estaba padeciendo Mocoa en esos mismos instantes.

31 de marzo de 2019.

John Montilla. Texto y  fotografías.
jmontideas.blogspot.com    (Derechos Reservados)

Fuente : JohnMontilla

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