La poesía de Hugo Jamioy Juajibioy: más de allá o más de acá

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En la poesía de Hugo Jamioy Juajibioy el tapiz de imágenes fluctúa entre el verde y el azul de la madre tierra, y el gris y el negro de toda existencia. 

Por : Jaír Villano/ @VillanoJair

A mi abuelo Juan

“No es que esté obligando/ a mi hijo/ a trabajos forzados/ en la tierra; / solamente / le estoy enseñando/ a consentir a su madre/ desde pequeño”. En un poema. En unos versos. En una pequeña composición se condensa una cosmogonía, una cultura, una bella explicación que quizá no tendría por qué ofrecerse, pero que dada la marginalidad y la displicencia con que miramos nuestras ancestralidades, se hace necesario exteriorizar. Y entonces emerge la belleza, la estética, el sonido: “Hoy es el tiempo, / mañana puede ser nunca”.

En la poesía de Hugo Jamioy Juajibioy el tapiz de imágenes fluctúa entre el verde y el azul de la madre tierra, y el gris y el negro de toda existencia. En algunas ocasiones, sus versos nos acercan a las costumbres de su cultura Camëntsä (Sibundoy, Putumayo): “Presta bien atención, dice mi taita: / Debes llegar a la tierra / donde te esperan. / Si alguna vez pisas lugares / sin que nadie te haya invitado, / habrás violado la inocencia de esa tierra / porque es sagrada, / y te habrás sumergido / para envenenar el agua / que solo los que allí viven baña”.


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Pero el bardo, como dice Jamioy, es un mensajero que llega, se embriaga y se va danzando con el viento. Se puede ser de un lugar o de otro, de esta cultura o de aquella, de aquí o de allá; no importa: hay quienes en la vida nacen condicionados, y no hay explicación que valga, ni teoría que agote el cansancio, nos queda a cambio el verso: “Esta soledad que sigue mis pasos tiene ojo de águila: / siempre me encuentra”.

Hay algo en la mirada de Hugo Jamioy que hace su poesía especial: una imbricación entre la inocencia y la sagacidad. O esa capacidad de asombro donde para todos los demás es rutinario: “Esta geografía me está diciendo/ que las líneas dibujadas por sus límites/ me alejan de la casa de mi hermano/ y no puedo abrazarlo, / porque vive al otro lado de la orilla/ donde la gente se viste / con las leyes de otro gobierno”.

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Alguien, el que sea, podría alegar que se trata de una lectura foránea, que el asombro no es más que la perturbación de la novedad, que es poesía menor y por eso el sesgo es a favor. Podría desparramarme en argumentos, pero dejemos que sea un verso -que aúna la angustia existencial con la reverencia por la naturaleza- el que responda: “Durante años / he caminado buscándome. / Cómo voy a encontrarme / si los lugares donde escarbé / están fuera de mi tierra”.

Pregunto: ¿Hace falta ser del Valle del Sibundoy, de la cultura Camëntsä, para hacer propio ese desasosiego?  La poesía son los efectos de las palabras. Las palabras son símbolos. Los símbolos son universales. Sí, es cierto: la exégesis puede ser más acertada si se tiene claridad sobre el contexto sociocultural que asedia un autor y sus versos, pero a veces hace falta mayor aflicción, mayor sensibilidad, mayor candidez. O en pocas palabras: sentir (vivir) la poesía en lugar de entenderla (teorizarla).

De acuerdo o no, hay una característica que explica a todo poeta: la perspectiva. Es inevitable que la de Jamioy sea de la de una víctima. Ah, me explico: víctima de una sociedad que se avergüenza de sus ancestros, víctima de un Estado incapaz de proteger su cultura, víctima de un sistema donde la noción de progreso es distinta, donde se hegemoniza sin siquiera interrogar si hay un interés (por mínimo que sea), donde ser menos en espíritu es ser más persona; ya es sabido: tener, poseer, tener, poseer, incluso conocimiento. Pero entonces el poeta reflexiona: “A quien llaman analfabetas, / ¿a los que no saben leer los libros o la naturaleza? / Unos y otros / algo y mucho saben. / Durante el día/ a mi abuelo le entregaron un libro: / le dijeron que no sabía nada. / Por las noches/ se sentaba junto al fogón, / en sus manos/ giraba una hoja de coca/ y sus labios iban diciendo/ lo que en ella miraba”.

Que sea y se reconozca camëntsá no es impedimento para sentir el dolor de comunidades indígenas que han tenido que soportar toda clase de flagelos; en este caso, al pueblo Emberá: “Al tiempo que se inundó Urrá/ las ciudades se inundaron de transeúntes hambrientos. / Al tiempo que se hizo la luz / se quedaron ciegas las familias de emberá. / Al tiempo que flotan los sueños en el Urrá inundado / duermen los cuerpos en las calles de una ciudad. / Al tiempo que se extienden manos ancestrales / los transeúntes niegan sus raíces”. Cómo no ser visceral. Cómo no exasperarse. Cómo no padecer el peso de la ironía: ¡Oh, a esto le llaman progreso!

La vida nos depara más interrogantes que respuestas. Estar vivo es seguir dilatando la única certeza. Y tal vez por eso, a veces hay que entender que es mejor no evocar lo que ya está marchito: “No te vistas/ con el manto de la nostalgia. / Hará que se agüen tus ojos/ y serás ciego frente a tu realidad. / Llorar tiene sus tiempos y sus lugares”.

En algún tiempo se creyó que el poeta era la voz de los dioses: su mensajero. Hugo Jamioy Juajibioy habla por sus ancestros; por su tierra; por su pueblo (quien lo quiera hacer literal, puede pesquisar sobre oralitura). Es un representante de un pueblo ignoto -y carente de atractivo- para muchos colombianos: Sibundoy, Putumayo. Y más: porque su poesía no hay que circunscribirla a la expresión indigenista. Es un poeta cuya apuesta está inscrita entre lo más destacable de la poesía colombiana.

Que sea poco o muy leído, es otra cosa. Pero aquí propongo un hecho que resume buena parte de las explicaciones: al tiempo que se celebraba el Día Nacional de las Lenguas Nativas, la atención de los medios de comunicación -y por extensión, del país- se ocupaba del megaconcierto desarrollado en la frontera colombo venezolana.

Solidaridad. Megaconcierto. Música. Perdería el tiempo si cualificara lo que en la televisión llamaban artistas.

Fuente : ElEspectador


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