Una delegación de la Unión Europea lanzó en el municipio de Sibundoy esta estrategia que hace parte de Rural Paz, proyecto enfocado en fortalecer poblaciones vulnerables de estos dos departamentos del sur del país.
Putumayo no encabeza los listados de los principales destinos para visitar en el país y debe ser uno de los pocos rincones del territorio nacional que, a pesar de tener un enorme potencial turístico, aún no han podido desarrollarlo. Es tan desconocido que el Gobierno Nacional, a finales de 2017, tuvo que incluir al Valle del Sibundoy, en el alto Putumayo, en una lista de sitios ocultos por la guerra que merecían ser visitados por turistas nacionales y extranjeros.
Hoy, los cuatro municipios que componen esta subregión del departamento de Putumayo —Colón, Sibundoy, Santiago y San Francisco—, por tener condiciones relativamente estables de orden público, se han convertido en un eje receptor de población desplazada que viene de los municipios más afectados por la violencia en Cauca, Nariño y el Bajo Putumayo. Pero es también una de las zonas del sur del país que han visto nacer varias iniciativas de construcción de paz que avanzan hacia el desarrollo del campo, pese a los rezagos evidenciados en la implementación de la Reforma Rural Integral plasmada en el Acuerdo de Paz de La Habana.
Justamente, la plaza central del municipio de Sibundoy fue testigo el miércoles 20 de febrero del lanzamiento de una iniciativa cuya principal apuesta es contribuir al desarrollo rural. Dos enormes camiones empezarán a rodar en poco menos de un mes por las vías de algunos de los municipios de esta región, así como por otros del vecino departamento de Nariño, a manera de escuelas móviles con un propósito claro: formar a 500 jóvenes de estos territorios en gastronomía y turismo.
Se trata de un proyecto que, bajo el nombre de Anfitriones para la Paz, creó dos escuelas inspiradas en Manq’a, un modelo global que nació en Bolivia y que tiene la gastronomía como eje de desarrollo de economías locales, tanto a nivel rural como urbano. “La gastronomía es una oportunidad para recuperar la identidad (…) a la vez que generamos oportunidades de empleo y autoempleo para jóvenes”, explica Andrés Bernal, director para Colombia y Ecuador de ICCO Cooperación, una ONG holandesa que ingenió el modelo Manq’a.
Pero, a diferencia del modelo que esta ONG instaló ya en grandes ciudades como Bogotá y Cali, las escuelas en Nariño y Putumayo serán itinerantes: recorrerán siete municipios de estos dos departamentos y en cada uno de los siete permanecerán por cinco meses y medio antes de emprender el viaje a los otros territorios. El 15 de marzo cada camión iniciará su recorrido, uno en Colón (Putumayo) y el otro en Tumaco (Nariño), y llegarán también a Ipiales, Cumbal, al corregimiento El Encano, Villagarzón y a Mocoa.
Además de escuelas, ambos camiones servirán como food trucks que serán atendidos por los jóvenes aprendices, como una manera de garantizar la sostenibilidad del proyecto. Los primeros tripulantes de las cocinas móviles y los encargados de poner a prueba la capacidad del territorio para convertir la gastronomía en motor del desarrollo rural en sus comunidades serán 221 jóvenes de Putumayo y 279 de Nariño.
“Queremos visitar estas regiones no solamente por su belleza, sino también porque es donde la gente merece la paz y donde los jóvenes están buscando una vida alternativa”, dijo Jeroen Roodenburg, embajador de Holanda, quien estuvo presente en el lanzamiento de la iniciativa, junto a Patricia Llombart, embajadora de la Unión Europea en Colombia, y Mogens Pedersen, embajador de Dinamarca.
Las escuelas móviles hacen parte, en realidad, de un proyecto más grande y más ambicioso: Rural Paz. En conjunto, el programa busca la transformación del sector rural en Putumayo y Nariño, para lo cual se destinaron 4,5 millones de euros aportados por el Fondo Europeo para la Paz y por ICCO Cooperación.
Por ellas y para ellas
Uno de los ejes del proyecto es organizar una serie de mercados locales y regionales en los que mujeres indígenas de los pueblos inga y kamentsá (este último solo es posible encontrarlo en el Valle del Sibundoy) exponen a los visitantes los productos elaborados por ellas y que llevan plasmada su cosmovisión. Allí, entonces, Inés Narváez Jacanamijoy, indígena inga del municipio de Santiago, podrá mostrar las manillas en las que no pocas veces se ven guacamayos, ave insignia del Putumayo, y explicará que el plumaje significa para ellos sabiduría y autoridad.
El puesto en el que Inés Narváez exponía sus artesanías durante el lanzamiento de Anfitriones para la Paz dejaba ver otra de las líneas claves del proyecto: combatir la violencia de género. De la mesa en la que estaban sus productos colgaba una cartelera en la que se leía un fragmento de la Ley 1257 de 2008, la primera en el país que hablaba de sancionar la violencia contra las mujeres.
“Lo que estamos diciendo es que debe haber respeto. Nosotras no somos un objeto sexual para nadie, somos personas que debemos ser valoradas y no queremos que toquen a ninguna más”, explicó la mujer indígena.
La línea de género no solo está presente en Rural Paz, sino también en otro de los proyectos que llevaron a Llombart y a los embajadores de Holanda y Dinamarca al sur del país durante la semana pasada: el Proyecto de Desarrollo Territorial en Nariño en Condiciones de Paz.
Para hacerle seguimiento a la implementación de ese proyecto, que se ejecuta en Pasto, Ipiales y Tumaco con el objetivo de contribuir a alcanzar las prioridades de los planes de desarrollo municipales y el plan de desarrollo departamental, los delegados europeos escucharon de la voz de las principales lideresas de Nariño, las necesidades de la región en materia de género.
Rosa Elvia Enríquez Chamorro, coordinadora de la Mesa Departamental de Mujeres, les manifestó a los embajadores que su principal debilidad está en el plano político, donde no copan los espacios de decisión. “Las mujeres tenemos que estar en posiciones de poder”, sentenció.
Es por ello que el proyecto, que cuenta con 6,5 millones de euros del Fondo Europeo para la Paz y 1,6 millones de la Agencia Española de Cooperación, pretende consolidar tres escuelas de género y un modelo de atención a víctimas de este tipo de violencia.
Rural Paz y el Proyecto de Desarrollo Territorial en Nariño no son iniciativas aisladas. Su ejecución obedece a un esfuerzo que desde el Fondo Europeo para la Paz se está llevando a cabo en el sur del país en apoyo a la construcción de paz en los territorios.
“Estamos concentrando los esfuerzos fundamentalmente en las zonas que más sufrieron el conflicto, que más sufrieron la violencia, donde la presencia de los grupos guerrilleros y paramilitares era más fuerte, donde los desplazamientos se produjeron masivamente y durante muchos años, entonces estamos principalmente en Putumayo, Nariño, Caquetá, Guaviare y el Chocó”, explicó Patricia Llombart.
Durante la visita de los delegados europeos al sur del país, los funcionarios dejaron ver la percepción que tienen del territorio. El embajador de Holanda no dejó de recordarles a los pobladores de Sibundoy un hecho que acaparó titulares de prensa en abril de 2018: desde ese municipio del Alto Putumayo, un grupo de productores logró exportar 19 toneladas de aguacate hass hacia su país. “Es una región con mucho potencial”, reiteró.
En no pocas ocasiones salió a relucir el nombre de uno de los municipios más golpeados por la violencia en el posconflicto: Tumaco. Sin desconocer los enormes desafíos que en materia de seguridad representa este territorio, tanto pobladores locales como representantes europeos afirmaron que es el escenario propicio para la construcción de paz.
“Tumaco es un mundo entero. Hay muchas dificultades, no es fácil alejar a los jóvenes de la violencia, pero las oportunidades también están ahí”, dijo Roodenburg.
Fuente : ElEspectador