En Mocoa, los niños llevan el dolor al colegio

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La Institución Educativa Ciudad Mocoa ha ido recuperando estudiantes. Actualmente tiene 1100. – Foto: Juan Pablo Pino

Cuando terminó la jornada académica del viernes 31 de marzo del 2017, la Institución Educativa Ciudad Mocoa cerró sus puertas con 1254 estudiantes matriculados en primaria y bachillerato. Esa fue la última vez con todos ellos, porque antes de regresar a clases supieron que la avalancha había sepultado a 34 alumnos. Y que otros cinco permanecían desaparecidos.

Unas horas después de que se desbordaran los ríos, cuando el sol despuntó en el piedemonte amazónico que es Mocoa, el rector de la institución y varios profesores se reunieron para buscar a los chicos, con lista en mano, en los cinco albergues que el municipio dispuso para los damnificados. El 80 % de la población estudiantil vivía en los sectores azotados por la tragedia.

Un año más tarde, pocos rincones del municipio se ven libres del dolor que causó la catástrofe. En el colegio, por ejemplo, la situación emocional de algunos jóvenes es tal vez un reflejo de los daños más profundos con los que todos en la ciudad conviven de una y muchas formas. “Hemos tenido un aumento en los intentos de suicidio, en la drogadicción y en la violencia sexual. En este momento necesitamos  intervención psicológica”, confiesa el rector Frey David Tapia.

Tuvieron que pasar dos semanas, recuerda él, para que retomaran estudios en la institución. El primer día llegaron unos 650 estudiantes, casi la mitad de los matriculados, y hubo abrazos y lágrimas en el reencuentro. El olor a podrido seguía en el ambiente. Y no era para menos: a pocas cuadras, en barrios como San Miguel y Laureles, habían quedado sepultados animales, alimentos y personas.


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De la planta docente, ninguno de los 47 profesores falleció. Pero la vida les quedó revuelta, como quedó revuelto casi todo en Mocoa. “Le pedíamos al Gobierno que primero tratara psicológicamente a los maestros para que se pudieran estabilizar. Eso no se logró, entonces entraron igual de afectados que los estudiantes”, cuenta el rector.

No más en el grado 9B, cuatro adolescentes murieron. Hace días, cuando un aguacero se le adelantó al inicio de clases en la tarde, hubo un curso al que solo llegaron cinco de sus 40 estudiantes. Nadie los culpa. “En la primaria hay un niño que siempre llora cuando empieza a llover”, dice el rector.

Manuel Gómez, miembro de la Asociación Cristiana de Jóvenes ACJ, llegó a Mocoa en julio del año pasado para brindar apoyo psicológico a los damnificados. Hasta ahora, con su grupo de trabajo ha atendido a 75 familias de dos veredas, a 80 jóvenes del colegio Ciudad Mocoa y a 100 niños de la Institución Etnoducativa Inga.

Trabajando cuatro horas semanales con los muchachos, Manuel se dio cuenta de que algunos  habían intentado cortarse las venas. Varios presentaban cuadros de depresión y ataques de pánico. El consumo de alucinógenos y de alcohol aumentó no solo en ese colegio sino en toda la ciudad.


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La Institución Educativa Ciudad Mocoa está en una zona de riesgo medio, de acuerdo con el rector.


Ahora, la ACJ es la única fundación que mantiene un programa de seguimiento con los estudiantes del Ciudad Mocoa y el Inga. Cuando notan alguna inconsistencia, activan una ruta de atención que involucra al ICBF y a los familiares de los chicos. “Hemos identificado jóvenes que desde los 13 años ya están consumiendo drogas. Perder a sus familiares o amigos les dejó una huella de dolor bastante fuerte”, cuenta Manuel.

Al igual que el líder de la ACJ, el rector cree que la problemática social puede empeorar aún más porque las donaciones de enseres, alimentos y prendas de vestir que los primeros meses llegaban por cantidades ya no existen. “Cuando las familias empiezan a notar que tienen problemas para subsistir es que comienzan los problemas sociales”, dice Tapia.

Hasta el momento, los intentos de suicidio de los estudiantes han sido solo eso: intentos. Para ocupar sus mentes, la institución les ofrece escuelas de baloncesto, voleibol y danzas. Pero superar una depresión necesitará mucho más que deportes y baile.

Mientras esos chicos y sus familias no reciban una atención que incluya apoyo psicológico, oportunidades laborales y garantías para vivir de manera digna, tal vez seguirán sintiendo que sus lugares no están en este mundo.

Tomado de : Publimetro


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