La peor noche: el recuerdo un año después de la avalancha en Mocoa

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Durante la noche del 31 de marzo y la madrugada del 1 de abril de 2017 fuertes lluvias provocaron que Mulato y Sangoyaco, afluentes de Mocoa, se salieran de su cauce y arrasaran con todo a su paso en la capital del departamento de Putumayo, dejando 335 muertos, 398 heridos y 71 desaparecidos. 

Ante dicha tragedia, el Gobierno Nacional confirmó el pasado 18 de marzo que serán destinados 1.2 billones para la reconstrucción de Mocoa. 


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El ministro del Interior, Guillermo Rivera, confirmó que la totalidad de los proyectos encaminados para la restauración de la ciudad de Mocoa (Putumayo), tras la avalancha que hace un año destruyó gran parte de la población, cuentan con la financiación necesaria para su implementación.

Son 1.2 billones de pesos, los que este Gobierno deja asegurados en un documento Conpes para que se puedan adelantar los trabajos de reconstrucción de la capital del Putumayo.

«El hecho de que este Gobierno termine en agosto, no significa que las obras vayan a quedar a mitad de camino, ahí están los recursos, el próximo gobierno cualquiera que sea, tendrá que continuar con estas obras que están proyectadas y financiadas”, afirmó.

RCN Radio recopiló algunos relatos de quienes logran día a día liberar el dolor, el miedo y la culpa, gracias al apoyo psicosocial de la Cruz Roja Colombiana.

-Antioqueña enseña a la comunidad de Mocoa a vivir con el duelo-

La culpa es el sentimiento más frecuente que carcome el alma de quienes viven situaciones dolorosas como la ocurrida en Mocoa.


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“Soy psicóloga. Antes de estar en Mocoa, estuve con las personas que perdieron también a sus seres queridos en Salgar- Antioquia. Allí hicimos un plan piloto para ayudarlos a superar el sentimiento de culpa, cuenta.

La culpa, explica Laura, es el sentimiento más frecuente que carcome el alma de quienes viven situaciones dolorosas como la ocurrida en Mocoa.

A sus 25 años, Laura Henao, lo dejó todo para ser voluntaria en Mocoa-Putumayo luego de la avalancha de tierra que sepultó a centenares de personas la noche del 31 de marzo de 2017.

“Las personas se culpan por lo que hicieron o no pudieron hacer en el momento de la avalancha. Se reclaman porque no alcanzaron a tomarle la mano a un familiar o no intuyeron lo que iba a ocurrir”, afirma.

Laura es de mediana estatura, su voz es un llamado a la tranquilidad que le ayuda a generar empatía con los relatos de dolor que escucha casi a diario.

“Hay historias muy fuertes, muy trágicas pero la resiliencia del ser humano es hermosa. Tengo casos de personas que aún con todo lo que les pasó, ahora son líderes en sus barrios y ayudan a otros”, dijo.

Laura,  empezó como voluntaria en Mocoa y ahora trabaja para la Cruz Roja Colombiana, dice que no sabe que le deparará el destino, lo que sí tiene claro es que desea seguir ayudando y empoderando a las personas que viven con dolor y culpa.

“La gente dice que el duelo se supera, pero no. Un duelo no se supera, se vive con él. El reto está en vivir con ese dolor y darle un nuevo significado para que aporte de manera positiva a nuestras vidas. Finalmente que nos apalanque la vida”,asegura Laura.

Estos son algunos testimonios de personas que vieron de frente la muerte, pero vivieron para contarlo:

Alejandro Ortega de 18 años de edad, un voluntario juvenil de la Cruz Roja Colombiana seccional Putumayo.

«Recuerdo que estábamos en la casa tranquilos cuando nos llamaron a decir que algo estaba ocurriendo. Ese día salí con una pantaloneta y unos tenis. Fuimos con mi papá hacia los lados de la cárcel«. (una de las zonas más afectadas por la avenida torrencial que sepultó centenares de casas)

Alejandro vive con su mamá, su papá y un hermano en la zona central de Mocoa. Su abuela y su tía vivían arriba del barrio San Miguel.

«Nadie me daba razón de mi abuela y mi tía. Pregunté a todo aquel que pasaba por mi lado. Por un instante me quedé viendo hacia arriba, por donde estaba los rastros de la avalancha, pensando si subía o no.

De repente ya estaba en camino, subiendo y pensando en rescatar a mi abuela y a mi tía. La gente que me veía pasar, me gritaba que no lo hiciera, que era peligroso. Yo no hice caso y seguí subiendo. El lodo me llegaba hasta las rodillas y tropezaba con piedras muy grandes.

Llegué a una parte donde ayudé a una a abuelita a pasar el río porque estaba desbordado en la carretera. Le pedí que me prestara el mechero que llevaba para alumbrar mi camino y ella me lo dio. Yo quería seguir subiendo para encontrar a mis seres queridos.

En el recorrido me encontré con otro compañero que también estaba buscando a sus familiares. Con él ayudamos a sacar a mucha gente de sus casas. Recuerdo que en un segundo piso había como 10 personas que quedaron atrapadas y nosotros hicimos una escalera improvisada y los ayudamos a salir.

En una moto vi que mi mamá también quería subir. Yo le dije que tuviera paciencia. Que todo iba a salir bien, que mi tía y mi abuela estarían bien.

En ese momento tenía la fe viva de encontrarlas. Lo que más me dolió fue subir por ellas y lamentablemente no las pude salvar, hice todo lo posible, pero no pude«.

-Cuando llueve duro no puedo dormir-

Mirza Dionel tiene 41 años. Vive con su hija de año y medio en el barrio Kennedy en Mocoa.

Antes de la avalancha vivía en el barrio San Miguel. Tenía dos casas y hacía cuatro meses había dejado de trabajar porque empezaba a vivir de la renta.

«San Miguel era un barrio bastante poblado, no había necesidad de venir al centro en Mocoa. Había tiendas, la gente trabajaba mucho, tenía sus carros de empanadas, de arepas y restaurantes.

Yo vivía en una casa y mi hija de 22 años en la otra. Yo tengo tres hijos. Mi otro hijo estaba en el Ejército prestando servicio militar.

Ese día nos acostamos tarde, llovía mucho. Me estaba quedando dormida cuando escuché gritos en la calle. Me levanté y el agua me llegaba hasta los tobillos.

Salí por la ventana a ver lo que pasaba y el río estaba al frente, pasando por mi casa. La gente gritaba.

La avalancha ocurrió en tres capas. En la primera, recuerdo que cogí a mi hija de unos cinco meses en una cobija y esperé, no quise salir.

En la segunda capa, el agua y el lodo me daban hasta el pecho. Quedé en medio de la nevera y la puerta. Las enromes piedras golpeaban la nevera. En ese momento llegó mi hija, la de 22 años, ella se lanzó a sacarnos de allí pero lamentablemente se golpeó con unas piedras y quedó casi inconsciente.

Le gritaba que por favor no se durmiera, que resistiera. En esas, llegaron unas personas y nos sacaron de ese lugar. Nos quedamos en el segundo piso. Ahí también estaban otros vecinos que trataban de salvarse de la corriente de la avalancha.

Amanecimos en ese segundo piso. Luego llegaron personas de la Defensa Civil, de la Cruz Roja y se llevaron a mi hija. Ella tenía las piernas muy golpeadas.

Después de eso, todo fue un caos. Hay cosas que no recuerdo muy bien. Caminé muchas horas por el monte desnuda, con mi hija en brazos porque la corriente y el lodo me habían quitado toda la ropa.

Llegué a una casa y una señora me regaló ropa para mí y mi hija. Nos dio agua y comida.

Después, llegamos a un albergue y pregunté por mi otra hija. Algunos me decían que estaba en Neiva, otros que en Pasto.

Finalmente, se llevaron a mi hija a un hospital en Popayán. Allí duró tres meses hospitalizada. Ahora está bien, pero está viviendo en Bucaramanga.

Ella dice que está preparada para volver a Mocoa y vivir conmigo. Quiere estudiar enfermería o ser abogada.

En este momento la situación es difícil, como ven, vivo en un apartamento pequeño con una cama. No tengo nada más. No tengo trabajo y las ayudas que prometieron aún no me han llegado.

Lo más difícil es que no he podido superar el miedo. Cada vez que llueve me lleno de pánico. Me da mucho miedo, no puedo dormir. Me llega a mi cabeza el recuerdo de esa noche y empiezo a pensar cosas».

-El recuerdo de la peor noche-

El siguiente relato, es el testimonio de Camila Narváez, una joven de 22 años de edad, quien desde hace cinco meses retornó al barrio San Miguel.

«Yo vivía en el barrio Los Laureles muy cerca de San Miguel con mis dos hijos, mi niño de cuatro años, mi bebé de tres meses, y mi esposo.

Fue lo peor. Comenzó a llover durísimo a las ocho de la noche como nunca antes había llovido. Ya me había dormido, pero mi esposo me dijo que se había levantado a tomar agua. Él me despertó. Dijo que había escuchado ruidos. Yo no le creí. Pensé que era broma: “dejá de joder”, le dije.

Él me alzó y me llevó a la ventana. Quedé paralizada. Yo miraba el agua que arrastraba a la gente. El río pasaba al frente de nuestra casa y se llevaba los carros, los cilindros de gas, los electrodomésticos, las personas.

En ese momento pasó la primera capa de la avalancha porque fueron tres capas. La gente gritaba: ¡auxilio! Algunos intentaban ayudar a las personas arrastradas por la corriente de lodo, de piedras y de agua. Mi hijo lloraba.

En la segunda capa, se nos metió todo el lodo a la casa y nos encerró. La puerta no se podía abrir.

Mi esposo partió una teja e intentó sacarnos por arriba. Subió primero a los niños y yo casi no puedo salir. Finalmente lo logré, pero estaba casi sin ropa.

Cuando estábamos sobre la teja, recuerdo que la casa vibraba. Tanto que la gente decía que no se veía nada, nosotros sí mirábamos clarito. Todo lo veíamos.

Cuando iba a llegar la tercera capa de la avalancha llegó una prima y nos ayudó a salir de ahí, pero al momento de salir, como todo estaba lleno de barro, alguien me recibió la niña y después de eso, todo fue un caos. Llegamos a un lugar más seguro pero mi niña había desaparecido.

Nos tocó amanecer en ese lugar pero yo quería salir a buscar a mi bebé. La gente me decía que no me fuera porque era peligroso.

Cuando amaneció la busqué por todos lados. Algunos me decían que mi hija había sido arrastrada, otros me decían que la habían visto en los brazos de una señora mona.

Yo buscaba desesperadamente a esa señora mona y la encontré como a las tres de la tarde. Sentí mucha emoción. Lloré mucho.

Esa señora me contó que la gente le decía que entregara a mi hija porque supuestamente yo estaba muerta. Entonces ella decía que hasta que no viera mi cuerpo, no la entregaría.  

Siempre estaré agradecida con esa señora que cuidó de mi bebé«.

Tomado de : RCNRadio


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