‘Mientras haya vida habrá esperanza’: Sandra Bernal Díaz

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En Mocoa, Sandra trabajó en una heladería y arregló jardines, luego juntó un dinero y abrió un despinchadero de llantas.
Foto: RAFAEL CARO

En medio de los escombros de su casa, Sandra Bernal Díaz tanteó entre el fango y las piedras, de manera intuitiva y sin guardar ilusiones, algún rastro de sus pertenencias sepultadas por la avalancha que inundó gran parte de Mocoa aquella fatídica madrugada del 1.° de abril.

Lo importante es que salvé mi vida y la de Jefferson, mi hijo de 13 años”, rememora esta joven natural de Samaniego, Nariño.

Alguna vez, el historiador británico Richard J. Evans mencionó que “en los más oscuros cielos es en donde vemos las estrellas más brillantes” para explicar la tenacidad que sacan a flote las personas que son víctimas de los estragos y tragedias.
Una teoría que se manifestó en Sandra, quien fue tocada por una luz de esperanza en medio de la tiniebla que envolvía su vida en esos instantes: un muchacho que repartía volantes le entregó uno.

En ese trozo de papel se anunciaban las becas del Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (Mintic), para estudiar programas técnicos laborales relacionados con las Tecnologías de la Información, como una ayuda a los damnificados del desastre natural que les arrebató la vida a más de 400 personas, por el desbordamiento de los ríos Mulato, Sancoyaco y Mocoa.


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En la actualidad, 200 víctimas de la catástrofe están estudiando programas técnicos laborales de manera gratuita, para que posteriormente puedan tener acceso a mejores oportunidades laborales.

El sueño de Sandra, desde niña, había sido estudiar una carrera universitaria, y a sus 30 años de edad estaba a punto de hacerlo realidad. Se inscribió, y en su calidad de damnificada fue aceptada como beneficiaria. Una llamada telefónica fue la que confirmó la buena noticia.

Talento TI es un programa del Mintic a través del cual se busca suplir el déficit de profesionales del sector TI en el país, con la destinación de becas y créditos condonables que ofrecen la oportunidad de estudiar ingenierías y programas técnicos laborales. El total de beneficiarios en Mocoa, de los que Sandra hace parte, es de 259, mientras que en Colombia son 19.274.

Los altibajos


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Con un marcador negro, Sandra trazó en un tablero acrílico las primeras líneas de un gráfico que expuso minutos después en la clase de Diapositivas, mientras afuera del salón las calles de Mocoa hervían con la canícula de la tarde. El profesor Dorian la felicitó y le complementó algunos contenidos más al diagrama. En ese momento, su mejor amiga, Edith Acosta, le sonrió y levantó el pulgar en señal de aprobación.

“Tengo un grupo de 34 estudiantes, desde jóvenes hasta adultos. Al principio tenía mis dudas con algunos, como Sandra, que venía del campo y no sabía nada de tecnología. Pero llegó motivada y con ganas de seguir adelante, y hoy es una de las mejores del salón”, afirma el docente.

En medio de números, computadores, fotocopias y explicaciones transcurren las tardes de Sandra en el Politec. Culminar esta carrera técnica, hacia julio del 2018, podría representarle su boleto para acceder a una vida mejor: “Nunca es tarde para estudiar. Por eso, esta oportunidad no la puedo desaprovechar”, sostiene.

Para ganarse la vida, Sandra montó un negocio de reparación de llantas para motos, automóviles, camionetas y buses, ubicado a un costado del terminal de transportes de Mocoa. Antes de las inundaciones, tenía una caseta amplia y muy bien organizada, con espacios independientes donde guardaba las llantas y equipos de trabajo, y en la que había adaptado un pequeño apartamento para vivir con su hijo Jefferson.

Pasaron varios meses antes de que pudiera borrar de su recuerdo el espanto de aquella noche en que se anegó su vida.

Recuerda que se levantó exaltada al escuchar el griterío de la gente, y fue entonces cuando percibió las aturdidoras vibraciones del suelo.

“Parecía un temblor”, recuerda.

Sujetó fuertemente a su hijo y huyeron con lo que tenían puesto, pues “de no haberlo hecho, no estaría contando la historia”. 

Se lamenta cuando habla el dolor que sienten algunos de sus vecinos menos afortunados que ella y su hijo, y que perdieron a sus hijos y sus familiares, y aún hoy, después de ocho meses, no encuentran sus cuerpos.

Tuvo que arrancar de cero, pero su gente de Samaniego no la desamparó. Apenas se enteraron de las noticias trágicas, que son las primeras en llegar, mandaron a Mocoa a Afranio Meneses, amigo suyo, quien la visitó con un carro repleto de enseres, utensilios de aseo y hasta algo de dinero que reunieron entre los vecinos.

“La vida me ha dado muchos golpes, no sé cómo he aguantado tantos. Pero ahora soy una mujer más fuerte, que cuando se cae se levanta para empezar de nuevo”, asegura, y denuncia la amargura de los años de la violencia, cuando fueron asesinados sus tres hermanos menores: Juan Carlos, Milciades y Oswaldo.

Los pobladores rumoraban, por aquellos días, que fueron los grupos armados al margen de la ley, que eran amos y señores del perímetro rural de Samaniego, quienes mataron a los hermanos Bernal.

Como ella lideró las diligencias de investigación y denuncia de estos hechos ante la Fiscalía, recibió varias amenazas. 
Pero una llamada en la que le advertían que terminaría igual que sus hermanos la obligó a huir de Samaniego. Agarró una maleta y se fue con su hijo hasta Pasto, donde un amigo le recomendó buscar oportunidades en Mocoa. “En mi pueblo se veían a diario tres y hasta más muertos. Eran los tiempos en que los grupos armados y la mafia mantenían una guerra para controlar el tráfico de la coca”, recuerda.

En Mocoa trabajó en una heladería, arregló jardines y podó árboles, antes de juntar algún dinero con el que estableció un negocio de despinchadero de llantas, y, gracias a las habilidades que tiene para las matemáticas y los números, ha venido sacándolo adelante.

Sumas y restas

Doce hijos conformaban la humilde familia Bernal Díaz: Armando, Aída, Afranio, Ancízar, Dayra, Liliana, Danilo, Sandra, Óscar, Juan Carlos, Milciades y Oswaldo (estos últimos tres, asesinados). Un hogar campesino cuya economía giraba en torno a las labores agrícolas: tenían cultivos de papa y maíz, y cría de vacas, gallinas y cuyes.
No obstante, para los papás de Sandra fue difícil llevar las riendas de los negocios. “Estudiaron solamente hasta 2.º de primaria, por eso no eran hábiles con los números ni tampoco sabían contar bien el dinero”, cuenta Sandra.

Entonces, ella, que cursó hasta el 5.º grado, y años después validó el bachillerato, fue quien se encargó de organizar los negocios familiares. 

Hoy está convencida de que los conocimientos, si no son utilizados en beneficio de los demás, no tienen ninguna utilidad:

“Ahora que estudio una carrera pienso que más que lograr un título me servirá para convertirme en una mejor persona”.

Sandra siente un alivio enorme al saber que su futuro ya no es incierto, y repite que, si vuelve a caer, se levantará una vez más y seguirá su camino.

En cuanto siga acumulando conocimientos que le ayuden a afrontar cualquier desafío, no se dará por vencida, pues “mientras haya vida habrá esperanza”, puntualiza.

RAFAEL CARO
Especial para EL TIEMPO@rafacarocucuta

Fuente : ElTiempo


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