Coca y extorsión en Colombia: “Por lo menos a los de las FARC los conocíamos”

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Jani, líder campesina, junto a otras compañeras.

Por : GERVASIO POSADA @gervasioescrito

De forma instintiva, los seres humanos buscamos dejar atrás las malas noticias. Se acaba un conflicto y lo archivamos cuidadosamente en la carpeta de asuntos resueltos. Precisamente eso es lo que sucede con Colombia: el año pasado se firmaron los acuerdos que ponían fin a los 53 años de actividad de las FARC, el presidente Santos recibió el premio Nobel y todos tan contentos.  Sin embargo, el fin de las hostilidades solo marca el comienzo de un largo y sinuoso camino que puede truncarse en cualquier momento. Un año después, las esperanzas continúan vivas, pero crecen las dudas y vuelven a aparecer las incertidumbres. El Estado ha realizado promesas, pero las resistencias políticas y la falta de medios hacen que su impacto sea lento, que surja la intranquilidad de los distintos actores del conflicto. En este contexto, es fundamental el papel de las ONG, su trabajo sobre el terreno y su agilidad para resolver los problemas.

Una de estas ONG es Acción contra el Hambre, con la que, con motivo del primer aniversario del proceso de paz visitamos Putumayo, departamento en la Amazonía colombiana fronterizo con Ecuador, y una de las principales zonas de conflicto. Fuera de las ciudades, las FARC controlaron la mayor parte de este territorio durante décadas. Ahora su desmovilización ha dejado un vacío que el Estado no acaba de llenar y que corre el riesgo de ser ocupado por pequeños grupos armados sin controlar.

La entrada de la zona veredal donde viven los exguerrilleros de las FARC.
La entrada de la zona veredal donde viven los exguerrilleros de las FARC.

“Por lo menos a los de las FARC los conocíamos”, dice Jani, la líder de la reserva campesina Perla Amazónica. “Los nuevos son bandas de delincuentes dedicadas únicamente a la extorsión”. También hay una desconfianza histórica hacia el Estado colombiano que, durante años, se dedicó a fumigar las plantaciones de coca, único medio de subsistencia de estas comunidades cuando estaban aisladas por el conflicto. “Los campos quedaron arrasados, improductivos durante más de diez años; además, se provocaron enfermedades, especialmente entre los más pequeños y los mayores”. Y es que los cultivos ilícitos son probablemente el mayor desafío para el proceso de paz: donde hay coca continuará existiendo la violencia.


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El programa “raíz por raíz” intenta facilitar la sustitución de este cultivo por otros legales y rentables. Sin embargo, la coca es una especie de alto rendimiento, unas once cosechas al año, y un ingreso seguro para muchas familias: entre trescientos y cuatrocientos euros mensuales.

“Nuestra labor en estas comunidades agrícolas”, comenta José Luis Barreiro, director de ACH en Colombia, “es ayudar a recuperar los cultivos tradicionales, asesorarles en los nuevos métodos productivos y facilitarles el enlace con los mercados locales. Sin embargo, aún falta un largo camino que recorrer para alcanzar este objetivo”.

El comandante Norbey.
El comandante Norbey.

A una treintena de kilómetros remontando el rio Putumayo está la zona donde se ha agrupado tras el proceso de paz el Frente 48, una de las unidades de las FARC más activas durante los últimos veinte años. Este es uno de los 26 espacios veredales, distribuidos por distintos departamentos, en los que residen temporalmente los casi 10.000 combatientes desmovilizados. Las pancartas de la entrada reivindican sus años de lucha, pero los barracones pintados de colores parecen intentar transmitir los deseos de paz de un grupo de 600 guerrilleros que llevan años, incluso décadas, viviendo en la selva.

“Éramos como los caracoles: todo el día con la casa a cuestas”, nos dice Alex, el antiguo artificiero de la unidad. “Cuando amanecía teníamos que estar ya lejos del sitio que habíamos elegido para dormir”.


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Nos reciben sin sonrisas los dirigentes del Frente 48, los comandantes Norbey y Manuel. Llevan ropas de paisano, pero es fácil imaginarlos de uniforme, con sus armas. Con una elocuencia hablan del injusto reparto de tierras que llevó a las FARC a tomar las armas hace más de 50 años, su lucha, y su firme apuesta por el proceso de paz. Sin embargo, se les ve inquietos:

“Este es un acuerdo sin vencedores ni vencidos, una oportunidad única para la paz. Sin embargo, hasta ahora el Gobierno solo ha cumplido un 18% de lo prometido”, afirma el comandante Norbey. Las FARC se han asegurado representación política, con diez asientos garantizados en el próximo congreso, pero la reintegración de los guerrilleros en la vida civil no parece tan fácil. No reciben puntualmente la ayuda mensual de 260 euros acordada y entre líneas nos dejan ver su preocupación por la inquietud de los más jóvenes, acostumbrados a ganarse la vida con las armas y sin capacitación profesional, los más susceptibles de volver a las andadas, de convertirse en sicarios o bandoleros.

El tercer elemento de este proceso son los desplazados del conflicto, unos seis millones en Colombia, el país que más sufre este problema en el mundo. Ellos nos cuentan historias terribles de como han tenido que abandonar sus casas bajo las amenazas de los grupos armados, como tuvieron que dejar atrás sus posesiones, su familia, su vida entera. De tener todo lo necesario a perderlo todo, a depender de la ayuda de ONG como Acción contra el Hambre para la reintegración profesional. Ellos nos recuerdan que las primeras victimas de todo conflicto, y especialmente de este, son los civiles. Ellos son la principal razón por la que debemos seguir pendientes de Colombia. Porque la guerra ha terminado, pero aún no ha llegado la paz.

Fuente : ElPlural


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