“El roble duerme en la bellota;
el ave espera en el huevo
… Los sueños son las semillas de la realidad.”
James Allen
A pesar de que íbamos huyendo ya con el agua hasta la cintura, mi hermana, quizá por el susto debido a la increíble circunstancia que estaba viviendo, aún no era consciente de la magnitud de lo que estaba sucediendo; por eso no me causó extrañeza que en esos vitales minutos de angustia me dijera: “Olvidé cerrar la puerta del apartamento”. Yo para tranquilizarle en algo el nerviosismo simplemente le respondí: “No te preocupes, más tardecito la vengo a cerrar.” Mientras la agarraba más fuerte de la mano, y la forzaba a apresurar el paso por entre las lodosas aguas.
En esos instantes de miedo, por todas partes miraba gente correr desesperada buscando evacuar la zona; segundos atrás mi hermana había perdido uno de sus zapatos, y por simple inercia habíamos volteado a ver, pero no nos detuvimos, al contrario, aceleramos la marcha; cada uno con sus pensamientos, mi hermana pensando en que aún tendría casa, y yo con la certeza de que no había esperanza esa noche después de lo que había presenciado al estar parado en medio de tenebrosas aguas y a quince metros de un puente, minutos antes que pasara la avalancha que devastó la ciudad.
Por fortuna, cuando las aguas desbordadas pasaron por ahí, nosotros ya estábamos un poco distantes; pero no fue si no hasta la madrugada que nos atrevimos a ver los estragos que había causado en el sector donde vivía mi hermana; el resultado era catastrófico: Todas las casas del sector habían desaparecido desde los cimientos. Lo que antes era una concurrida calle, había quedado convertido en playa; contar todo el caos, el dolor y la desolación que allí se sufría, no es una cosa fácil de describir, por eso de todo este doloroso evento, me voy a detener en un minúsculo episodio, que es la razón de este breve escrito:
Pocos días después de ocurrida la catástrofe, en la casa de un vecino que quedó destrozada y llena de barro, comenzaron a germinar unas semillas de maíz, arrastradas de que quien sabe dónde, los delicados brotes estaban creciendo en un cuarto y por entre los restos metálicos de lo que alguna vez fue una cama, la naturaleza que había causado la tragedia volvía a manifestarnos su lado más tierno.
De igual manera, no hace mucho, en lo que era la vivienda de mi hermana y local de negocio familiar, miré que había crecido y dado frutos una pequeña mata de tomate. La planta a pesar de su tamaño tiene unos frutos grandes y en muy buen estado. Sin pensarlo dos veces decidí trasplantarla, ponerla en una matera y llevarla a casa. Los frutos aún están verdes, al igual que el recomenzar de mis paisanos de mi pueblo, pero espero que tanto los frutos como los sueños de mi familia y mi gente de Mocoa crezcan y maduren. Mocoa tiene que renacer, la naturaleza nos vuelve a dar buenas señales.
John Montilla: Texto y fotografías
jmontideas.blogspot.com
Fuente : Jmonti