POR GERMÁN JIMÉNEZ MORALES
Lentamente, la comunidad de la capital de Putumayo se va sobreponiendo a la avalancha del 2 de abril, que dejó 327 muertos y 70 desparecidos. Entre los sobrevivientes que buscan regresar a la cotidianidad están los pueblos indígenas, los mismos que a través de uno de sus líderes, Pablo Cuchala Tisoy, piden un trato diferencial en la atención de los damnificados.
Una solicitud, concreta, es que no quieren vivir en apartamentos que parecen “cajitas de fósforos”, sino en un resguardo en el que puedan tener sus gallinas y sembrar plantas medicinales.
“Mocoa es territorio ancestral de pueblos indígenas”, anotó Cuchala, representante de la Asociación de Cabildos Inga Andino Amazónico Kausai. Según sus datos, que confiesa no ha sido fácil recopilar, por la avalancha murieron unos 22 indígenas y quedaron afectadas 990 familias. Muchos se enfermaron en los albergues, al parecer, porque al no poder cocinar sus alimentos debieron comer los procesados que recibieron.
Como necesidad urgente citó colchonetas, cobijas y menajes domésticos para familias, de hasta 1o miembros, que hace un mes perdieron todos sus bienes materiales. Con respecto a las casas, Cuchala solicitó que el Gobierno le ponga atención a sus viviendas. Ellos, añadió, no quieren vivir en edificios, con apartamentos que, según les han dicho, tendrían 7 por 9 metros cuadrados. Su expectativa es que reubiquen a las familias en lotes similares a los que tenían, de 10 por 20 metros cuadrados, que serían más sanos y afines a sus costumbres.
Techo para damnificados
En diálogo telefónico, Carlos Iván Márquez Pérez, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo (UNGRD), le manifestó a este diario que en albergues de Mocoa permanecían el pasado jueves 191 familias, con 511 personas.
También se habían entregado 3.747 arriendos, de 250.000 pesos mensuales, que se cancelan trimestre anticipado en el Banco Agrario. El funcionario reportó que de Mocoa habían sido trasladadas 618 familias, a sitios como Antioquia, Atlántico, Boyacá, Córdoba, Nariño, Huila, Cesar, Nariño y, sobre todo, a Caquetá. La mayoría de estas personas están a la espera de que se les solucione el tema de la vivienda.
Pensando en los destechados, el Gobierno Nacional, a través de los ministerios de Vivienda y Agricultura, levantará 600 viviendas. Los damnificados no pagarán un peso por esos apartamentos y mientras les entregan las llaves y las escrituras, les seguirán otorgando el subsidio de arriendo.
Márquez sostuvo que en la actualidad no hay situaciones críticas en Mocoa. Según su reporte, ni siquiera el agua ha faltado un solo día en ese municipio, pues se han entregado más de 33 millones de litros de este vital líquido. Gracias a la rehabilitación de la bocatoma, esta semana el agua llegará por red al sur de Mocoa, con lo se atenderá el 40 por ciento de la gente.
Patricia Anacona, residente de Mocoa que por la avalancha perdió todos los enseres de la casa, expresó que del Estado no ha recibido nada y que la ayuda ha venido de familiares, amigos y compañeros de trabajo. “Nos dijeron que nuestra casa está en zona de alto riesgo. El señor de desastres dijo que había que ir a vivir a otro lado, pero no me han reubicado. Se metieron papeles para lo del arriendo, pero aún no han salido. Nos tocó hacerle aseo a la casa y volver a vivir allí, 9 personas, incluyendo a tres niños”.
Patricia, auxiliar de enfermería, comentó que después de la tragedia la familia se ha visto afectada por gripa, tos y brotes en la piel. Con la energía no tienen problemas, pero sí con el agua, porque “hay días que llega y otros no. Cuando llega es sucia y solo sirve para los baños. Por eso toca salir a buscar los carrotanques, para llenar los baldes de agua”.
No hay secuelas
Segundo Muñoz Mejía, gerente del Hospital Jesús María Hernández, de Mocoa, recordó que las jornadas más duras fueron del 1 al 3 de abril. En la entidad atendían de 70 a 80 personas por día en el servicio de urgencia. Con la avalancha, recibieron 385 heridos, de los cuales mandaron 121 a otras localidades, como Neiva, Popayán, Pasto, entre otras.
Él es de Puerto Asis y, gracias a Dios, no perdió a nadie de su familia. Amigos suyos sí murieron y también cuatro personas que laboraban para el centro hospitalario.
Hoy el ritmo de trabajo es normal. Quizás por ello este administrador financiero tuvo tiempo para reflexionar, en voz alta, sobre las lecciones que le dejó la avalancha: “si uno supiera que esto fuera a pasar, almacenaría ropa. Es que la mayoría de la gente llega desnuda, con frío y con el cuerpo como metido en una vaina de chocolate”.
A meter más el hombro
Pablo Ocampo, el capitán de la Policía que reportó al comité de gestión del riesgo la avalancha del 1 de abril, comentó que hay inconvenientes con gente que está llegando para pescar en río revuelto. A una persona que invadía un predio, la capturaron. También hay quienes buscan colarse en el registro de víctimas, para acceder, por ejemplo, a los subsidios de arriendo.
Ocampo vivió en Armenia el terremoto del Eje Cafetero. Comentó que allí la gente se arremangó y puso a trabajar, en vez de sentarse a esperar ayuda estatal. Por contraste, dijo que “la gente del Putumayo es facilista y espera que les den mansiones. Como aún creen en “pirámides”, creen que el dinero llega fácil”.
http://www.elcolombiano.com/colombia/indigenas-de-mocoa-dicen-no-a-cajitas-de-fosforos-GF6430855