Lo de Mocoa no es un desastre natural, es una vergüenza nacional

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«Cuando la realidad pone en perspectiva la pendejada», escribió la abogada Mónica Roa en Facebook a propósito del desastre natural ocurrido el pasado 1 de abril en Mocoa. Tiene razón. Un hecho así nos recuerda la fragilidad de la vida humana, pero también lo que sucede cuando el Estado no atiende lo claramente previsible: poco queda por pensar o por decir. Pocas cosas importantes.

Temprano en la mañana del sábado, una avalancha, producto del desbordamiento de tres ríos, arrasó barrios enteros de la capital de Putumayo, mató a más de 200 personas, hizo desaparecer a varias docenas más y dejó una cifra por ahora incalculable de damnificados. Un súbito sepultamiento masivo hace que la aparente importancia de tantas otras cosas que suceden en este país se vuelva relativa. Hace que el foco con el que miramos la vida nacional se mueva y apunte hacia un solo objetivo: el dolor humano.

Así sucedió el fin de semana. Los medios encendieron las alarmas, el presidente Juan Manuel Santos viajó al lugar de los hechos, la marcha de la derecha uribista pasó a un segundo plano, los ciudadanos convocaron a la solidaridad y ya lanzan propuestas sobre lo que puede hacerse. Por lo pronto, mientras escribo esto, las instituciones encargadas han aclarado que la única ayuda verdaderamente útil (la única que sigue un protocolo establecido) es la monetaria: consignar una donación a la cuenta de Davivienda número 021666888. Los ciudadanos que necesiten ubicar familiares pueden marcar el número de celular 3102252105 o escribir a estas dos direcciones: carlos.giraldo@cruzrojacolombiana.org o jose.rivera@cruzrojacolombiana.org. Asimismo, la Cruz Roja acaba de montar esta plataforma para las donaciones de agua.

Pero la ola de solidaridad ya terminó empañada por dos asuntos que se dieron poco después del desastre.


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El primero es anecdótico, pero indignante: la salida en falso del senador del Centro Democrático Daniel Cabrales, quien sin pudor alguno declaró, revolcándose sobre los cadáveres aún frescos de sus compatriotas, que la avalancha era culpa de la guerrilla de las Farc, y que podía probarlo. No hay derecho. No es posible que en este país la vida de la gente importe tan poco como para que un político de segunda salga a vociferar estupideces ante un micrófono nacional. Así luego pida disculpas, como lo hizo. ¿Nada les importa a estos buitres?

El segundo, el que muchos temíamos, es más estructural: la confirmación de que en este país todos sabemos reaccionar con rapidez y compromiso cuando algo trágico ocurre, pero que casi nunca prevemos, ni planeamos a conciencia la forma de evitar un desastre anunciado.

Un súbito sepultamiento masivo hace que la aparente importancia de tantas otras cosas que suceden en este país se vuelva relativa.

El portal Semana Sostenible publicó el domingo una noticia que en Colombia se repite cada vez que estalla un volcán o se desatan las lluvias del invierno: que una autoridad local ya había advertido sobre el desastre natural de Mocoa con suficiente tiempo para evitar la tragedia. Luis Alexander Mejía, director de Corpoamazonía, le dijo a ese medio que ya había llamado la atención sobre un desenlace fatal tras un posible desbordamiento de los ríos. Cuenta Mejía: «Incluso hicimos un taller con el Servicio Geológico Colombiano donde mencionamos y advertimos sobre los asentamientos inadecuados en ciertas áreas (…). Es un tema de uso inadecuado de los suelos que agrava este tipo de eventos. Hace nueve meses advertimos que esto podía pasar». A pesar de las advertencias, el límite era grueso: no podían actuar sin la actualización previa del Plan de Ordenamiento Territorial. Varios municipios amazónicos están en las mismas.

Increíble.


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A la miopía fatal de nuestros funcionarios se sumará pronto un tercer factor, uno que nos abarca a todos y que a todos debería hacernos sentir mal. Se trata de lo que viene. En los próximos días, quizá semanas, habrá generosas donaciones, habrá especiales fotográficos e historias de dolor en los medios, habrá también discursos y llamados al luto nacional. Habrá cambios en la forma como las cosas funcionan en Mocoa, y los políticos locales se espabilarán ante la vergüenza de no haber hecho nada para contener la tragedia.

Habrá mucho ruido, pero después, con el tiempo, volverá el silencio

El silencio sintomático de un país de irresponsables. De un país con una tendencia casi natural a la impunidad. A Mocoa volverá el silencio (volverá el abandono) que volvió a Armero cuando pasó el luto por la avalancha de 1986. El silencio que también ha vuelto a cada uno de los lugares de nuestra geografía en los que en las últimas décadas se han desatado catástrofes naturales cuyos efectos, valga decirlo de una vez por todas, no tenían que haber sido naturales. (Vayamos un poco más lejos: es el mismo silencio que ha rodeado, y en parte producido, las ocho millones de víctimas de nuestra guerra.)

Un país en el que «se» produce un desbordamiento, «se» genera una avalancha, «se» roban la plata del erario y «se» da un conflicto armado es un país sin dolientes: sin personas con la altura moral de aceptar sus errores y sin instancias con la legitimidad de perseguir, investigar, juzgar y castigar a los responsables de tanto desastre. Lo que sucedió en Mocoa, tristemente, no cambiará nada de esto. Pero debería al menos hacernos saber que lo que ocurrió allá el sábado es solo en parte un desastre natural, porque en parte también es un desastre humano y una vergüenza nacional.

Una vez atendido el llamado a la solidaridad y una vez el Gobierno nacional haya terminado de hacer presencia donde poco la ha tenido, los colombianos deberíamos sentarnos a pensar en nuestro futuro. En pleno siglo XXI, un desbordamiento y una avalancha con tantos muertos no tienen cabida. Pero tendrán cabida en Colombia mientras aquí sigan predominando los intereses personales y la mezquindad de los políticos de turno.

Algo así jamás debe volver a pasarnos. No hay excusa.

https://www.vice.com/es_co/article/lo-de-mocoa-no-es-un-desastre-natural-es-una-verguenza-nacional


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