Los Muruis : custodios del tiempo

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La danta ya casi no viene. El caimán negro no se deja ver. El pájaro jirai, que con un silbido anuncia que es hora de arrancar el chontaduro, aparece cada vez menos. El sol alumbra más temprano y más intensamente, así que solo se puede trabajar en la chagra (parcela) entre las 6 y las 11 de la mañana. Después de esa hora, la temperatura supera los 40 grados y el calor es el puro infierno. Un fogón en la espalda.

Cosas raras han pasado en los últimos años con los ciclos del clima y la naturaleza en las selvas del Putumayo. Por eso, los muruis muinanes se vieron obligados a modificar su calendario ancestral, el mismo que durante siglos los ha alertado sobre la llegada del invierno y el verano y les indica los días más productivos para la siembra o la caza, o la hora exacta en la que deben celebrar sus rituales.

Un calendario para enfrentar a ese monstruo llamado cambio climático, que ellos no terminan de entender. El clima, que siempre ha sido su aliado, ahora parece el enemigo.


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“Todo lo que está pasando es el resultado del abuso a la Madre Tierra. El Padre Creador nos dio todo, pero la humanidad ha actuado con maldad”, lamenta Pablo Nofuya, la autoridad de Lagarto Cocha, una de las 23 comunidades del pueblo Múruy Muina en Puerto Leguízamo, Putumayo.

Una población que brota en medio de la selva tupida en el sur del país, a escasos 600 metros de Perú en dirección sur y a 56 kilómetros de Ecuador hacia el suroccidente.

Lejos, muy lejos. Puerto Lejísimos le dicen.


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A Lagarto Cocha –llamado así por el caimán negro que abundaba en la región y por la laguna que baña al caserío, que se ha venido secando en las últimas décadas– se llega tras navegar 20 minutos aguas abajo del río Putumayo desde Leguízamo, en medio de la exuberante biodiversidad de la región amazónica colombiana; ese gigantesco pulmón natural conformado por seis departamentos distribuidos en 483.119 kilómetros de superficie que equivalen al 41 por ciento del territorio nacional.

Un montón de selvas, ríos y bosques tan grande que equivale dos veces a la superficie del Reino Unido (Escocia, Gales, Inglaterra e Irlanda del Norte).

Tras la navegación es necesario caminar una hora por entre el monte. Allí, cuenta el abuelo Pablo, de 73 años, las 25 familias de la comunidad han tenido que organizarse para sobrevivir a un clima que –dice– se volvió loco. Por eso, después de las 11 a. m., nadie es capaz de salir a labrar los cultivos de piña, yuca y maíz, ni los de coca y tabaco, sus plantas sagradas.

“Antes, uno trabajaba a cualquier hora. Pero ya no se puede, el sol es insoportable”, sigue el viejo, y se queja por la paulatina extinción de dos de las especies de las que han vivido: el caimán negro y la danta. Al primero lo han cazado para convertirlo en finas y costosas carteras. El caimán –explica el abuelo- es un botiquín viviente: cada parte sirve de remedio para curar algún mal.

“El aceite del caimán lo usamos para la reuma, por ejemplo, pero ya casi no hay porque los blancos han venido a cazarlo”, lamenta.

Y la danta, fundamental en su dieta, ya viene poco. “Han deforestado la selva para hacer potreros para el ganado, secando las fuentes hídricas donde las dantas toman agua”, sigue.

En el camino hacia Lagarto Cocha se ve un bosque mutilado, cientos de troncos de los que eran árboles gigantes y centenarios. Ceibas e higuerones. Es como si una bomba hubiera explotado aquí. El bosque ha muerto y los árboles son ahora camas, comedores, puertas, ventanas y otros artículos de madera.

La cifra de deforestación en Colombia, en el 2015, según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (Ideam), ascendió a 124.035 hectáreas por actividades relacionadas con la potrerización, los incendios forestales, la minería ilegal y los cultivos ilícitos.

Entre los departamentos más deforestados, el Putumayo se ubica en el quinto deshonroso lugar (después de Caquetá, Antioquia, Meta y Guaviare), con 9.214 hectáreas arrasadas.

Un dato para dimensionar semejante infamia: el terreno deforestado en el Putumayo equivale a 2,3 veces la superficie de la localidad de Kennedy, una de las más grandes de Bogotá, con 438 barrios y cerca de un millón y medio de habitantes según datos del Distrito. Y esta tragedia ambiental, ese hueco negro y miedoso en medio de los bosques, solo ocurrió en el 2015.

La ganadería –cuenta Consuelo Guzmán, líder de esta etnia– también les ha quitado territorio a sus resguardos y les ha secado los ríos y quebradas de donde sacan el agua para su sustento y cultivos. La minería ilegal, añade, es otro peligroso mal porque contamina ríos y mata peces.

El clima cambió a los muruis. Pero el nuevo calendario, elaborado de la mano del Ministerio de Medio Ambiente y de la WWF, es una esperanza para un pueblo cuya misión es cuidar a la Madre Tierra.

  • Gracias la belleza paisajística y a la biodiversidad, el Putumayo tiene un inmenso potencial para desarrollar la región como un destino de turismo de naturaleza.

    Héctor Fabio Zamora

    Gracias la belleza paisajística y a la biodiversidad, el Putumayo tiene un inmenso potencial para desarrollar la región como un destino de turismo de naturaleza.

  • Los múruis mastican coca y evocan el conocimiento ancestral bajo el efecto de la planta.

    Héctor Fabio Zamora

    Los múruis mastican coca y evocan el conocimiento ancestral bajo el efecto de la planta.

  • Los inesperados altos niveles del río Putumayo han afectado las chagras.

    Héctor Fabio Zamora

    Los inesperados altos niveles del río Putumayo han afectado las chagras.

  • Los niños múruis heredan el conocimiento ancestral de sus mayores y la misión del cuidado del planeta.

    Héctor Fabio Zamora

    Los niños múruis heredan el conocimiento ancestral de sus mayores y la misión del cuidado del planeta.

  • La deforestación de los bosques, en los resguardos, es una amenaza latente para esta comunidad indígena.

    Héctor Fabio Zamora

    La deforestación de los bosques, en los resguardos, es una amenaza latente para esta comunidad indígena.

  • Ante los rigores del cambio climático, los múruis tuvieron que adaptar el calendario ancestral que les indica las temporadas de siembra, sus rituales y otras prácticas.

    Héctor Fabio Zamora

    Ante los rigores del cambio climático, los múruis tuvieron que adaptar el calendario ancestral que les indica las temporadas de siembra, sus rituales y otras prácticas.

  • El tabaco es otra planta sagrada de esta comunidad indígena. Múrui Muina significa: 'gente de tabaco, coca y yuca dulce'.

    Héctor Fabio Zamora

    El tabaco es otra planta sagrada de esta comunidad indígena. Múrui Muina significa: ‘gente de tabaco, coca y yuca dulce’.

  • Las mujeres cumplen un papel especial en esta comunidad. No solo se encargan de la comida y otros oficios. También deben ayudar a preservar las tradiciones ancestrales.

    Héctor Fabio Zamora

    Las mujeres cumplen un papel especial en esta comunidad. No solo se encargan de la comida y otros oficios. También deben ayudar a preservar las tradiciones ancestrales.

  • Los múruis muinanes se concentran en el municipio de Puerto Leguízamo (Putumayo), territorio que comparten contras etnias de la Amazonia colombiana.

    Héctor Fabio Zamora

    Los múruis muinanes se concentran en el municipio de Puerto Leguízamo (Putumayo), territorio que comparten contras etnias de la Amazonia colombiana.

  • Rudy Óscar Romero, habitante de Lagarto Cocha, tiene un rol especial en su comunidad: es el guardián de la selva.

    Héctor Fabio Zamora

    Rudy Óscar Romero, habitante de Lagarto Cocha, tiene un rol especial en su comunidad: es el guardián de la selva.

  • Los múruis comparten el río y las selvas del Putumayo con otras comunidades indígenas y también con campesinos.

    Héctor Fabio Zamora

    Los múruis comparten el río y las selvas del Putumayo con otras comunidades indígenas y también con campesinos.

  • Gracias la belleza paisajística y a la biodiversidad, el Putumayo tiene un inmenso potencial para desarrollar la región como un destino de turismo de naturaleza.

    Héctor Fabio Zamora

    Gracias la belleza paisajística y a la biodiversidad, el Putumayo tiene un inmenso potencial para desarrollar la región como un destino de turismo de naturaleza.

  • Los múruis mastican coca y evocan el conocimiento ancestral bajo el efecto de la planta.

    Héctor Fabio Zamora

    Los múruis mastican coca y evocan el conocimiento ancestral bajo el efecto de la planta.

EL CALENDARIO ANCESTRAL

Los muruis muinanes, según la Asociación de Autoridades Tradicionales y Cabildos de los Pueblos de Leguízamo (Acilapp), son una comunidad milenaria conformada por 4.449 personas, solo en Puerto Leguízamo. También hay de su gente en Caquetá y Amazonas.

Aunque realmente quedan pocos, pues a comienzos del siglo pasado sumaban 400.000, de los cuales la mayoría –toda una generación– fue exterminada en medio del genocidio indígena en toda la Amazonia por cuenta de la explotación del caucho.

En octubre del 2012, este pueblo conmemoró 100 años de ese doloroso y humillante episodio, en el que los indígenas de Colombia, Perú, Brasil, Ecuador y Bolivia fueron esclavizados y masacrados en medio de la ‘fiebre’ de la cauchería.

Aún así, los muruis son la comunidad indígena más grande de Leguízamo, territorio que comparten con otras etnias como sionas, coreguajes, kichuas, muimanes, y también con campesinos.

En su lengua, murui muina, significa ‘gente de tabaco, coca y yuca dulce’. Son los elementos sagrados que les entregó el Padre Creador, y ahí está fundamentada su ley de origen y sus normas. Así lo explica Jaime Toiquema, representante de las autoridades tradicionales.

“La coca y el tabaco nos dan la fuerza, la medicina, la palabra, la sabiduría”, dice el hombre con un mazacote de coca molida en la boca, muy verde, que escasamente le permite escupir las palabras. Él y otros treinta muruis están mambeando en la maloca de Leguízamo. Mambear: masticar coca, meditar y evocar el conocimiento ancestral bajo el efecto de esta planta sagrada, que lamentan sea explotada por otro negocio perverso que también han padecido: el narcotráfico.

Allí, bajo una maloca de techo de paja tan grande como la carpa de un circo, se reúnen a compartir y a hablar de cosas trascendentales para su pueblo, como el nuevo calendario ecológico.

Hamilton Rombarillama, uno de los líderes más visibles de la comunidad, cuenta que el almanaque es una herencia milenaria que ha sobrevivido a los siglos a través de la tradición oral y de las señales del sol, la luna y de las criaturas de la selva. De la lluvia y la sequía, de las corrientes del río.

Las imágenes allí plasmadas solo estaban en la mente de sus hermanos mayores. Y solo hasta este año cobraron vida en el papel, en un proceso que comenzó en noviembre del 2015 y terminó cuatro meses más tarde.

Hamilton muestra con orgullo el calendario, pegado sobre una pared de barro. Es redondo y en lugar de días del mes tiene dibujos: el sol (jitoma) y la luna (fibii), los peces (chamu), el río (iye)…

El año, para este pueblo, comienza en julio (rozi). “Es la temporada de mayor fecundidad y purificación de la Madre Tierra, donde todo –humanos, selva y animales– se purifica”, dice. Pero esta época, antes, ocurría en junio. El cambio climático la retrasó un mes y por eso fue adaptada junto con otros fenómenos naturales que también se han visto alterados.

Como el fin de la cosecha del chontaduro que ocurría en marzo y ahora es en febrero. O como el fin del verano y el comienzo del invierno, que ocurrían en mayo y ahora son en abril. O como los peces y las ranas, que desovaban en febrero y ahora lo hacen un mes más tarde. Pero, en general, el calendario conserva la esencia ancestral. Y ya que el cambio climático obligó a adaptarlo, esperan no tenerle que hacer más ajustes.

Según WWF, la iniciativa del calendario se dio con el fin de fortalecer los procesos de protección del conocimiento tradicional asociado a la conservación y usos de los ecosistemas de un pueblo que tiene amenazada su biodiversidad y supervivencia. En el 2014 no hubo verano y las aguas estuvieron en sus niveles más altos, por lo que no pudieron sembrar la chagra. Y en el 2015 el verano fue tan largo que afectó la germinación de las semillas.

DEL PETRÓLEO Y OTROS PELIGROS

Pero hay otras amenazas, añade Hamilton Rombarillama. Y la industria petrolera es una de ellas, en una de las regiones con mayor producción de hidrocarburos en el país. En tres de las comunidades de su territorio (seis millones de hectáreas) hay proyectos de exploración sísmica bajo concesiones del Gobierno. Ya lograron frenar uno mediante una consulta previa con la comunidad, en marzo de este año. Y esperan poder frenar los otros dos, aunque las petroleras se están armando jurídicamente para seguir en la pelea.

Las comunidades tomaron la decisión de no aceptar la intervención de su territorio, pese a todas las prebendas que les ofrecieron. “No hay recursos económicos que compensen el daño a nuestra espiritualidad y, sobre todo, a nuestra Madre Tierra. Por eso decimos no al petróleo”, reflexiona Hamilton. Y aunque el panorama sea desolador, los muruis luchan para salvar a su pueblo y al planeta.

Pero para que eso suceda hay que pedirle perdón a la Madre Tierra.

“Debemos volvernos a reconocer, con confianza y respeto. Los gobiernos y las personas, con la palabra como única arma”, dice Luis Alberto Cote, otro líder.

“El hombre ha avanzado muchísimo por su afán de dominar el mundo con el poder y el dinero y todo eso va en contra de la vida”, sigue Jesús Arias, un abuelo de 70 años convencido de que el modelo económico que rige al mundo es el causante de tantos males.

Rudi Óscar Romero cumple un rol especial en Lagarto Cocha: es el guardián de la selva. Con la agilidad de un gato se trepa a un árbol, sube hasta la copa, divisa el panorama y baja. Su misión es corroborar que el río esté en su nivel, que no aparezca un incendio, y avisar si el cielo, a lo lejos, anuncia lluvia.

“Es que están pasando cosas raras”, indica el hombre y recuerda que en octubre del año pasado hubo una impresionante subienda de peces en el río Putumayo. Había tanto pescado que en Leguízamo vendían el kilo a 500 pesos. Y sucedió pese a que el río estaba bajito y aunque la subienda siempre ha sido varios meses antes: entre mayo y junio.

“Claro que tenemos fe, pero también tenemos miedo”, sigue el hombre y vuelve a treparse al árbol para ver qué pasa en la selva. La fecunda selva, que pese a tanta muerte, no deja de parir vida.

ATENCIÓN
Estos mapas, hechos por el Ideam, muestran el cambio esperado de la temperatura en cuatro periodos. Cada uno abarca 30 años.
PUTUMAYO AUMENTARÁ HASTA 2,2°C
TEMPERATURA PROMEDIO (ºC)
Proyecciones elaboradas por la Tercera Comunicación Nacional de Cambio Climático (2015).

Amazonia, la caja de pandora del clima

La Amazonia, la mayor selva tropical del planeta –con 7,5 millones de kilómetros–, es el ecosistema más importante para la mitigación del cambio climático. ¿Por qué? Depende de que no se talen sus árboles y no se libere una cantidad de dióxido de carbono que haría calentar más al planeta.

Más que un pulmón, la Amazonia es una caja de Pandora que, de abrirse –deforestarse–, generaría un importante efecto en el clima mundial. Además, por ser una conexión climática, es decir, que funciona a manera de paso entre un clima y otro, también afectaría las tendencias de lluvia y temperatura de la región.

Para el año 2050, las temperaturas en la Amazonia se incrementarán de 2,3 °C. Investigadores brasileños han contemplado que entre el 30 y el 60 por ciento del bosque amazónico podría convertirse en una sabana seca.

En el caso colombiano, se ha determinado que regiones como Amazonas tendrán una disminución hasta del 12 por ciento de las lluvias en menos de treinta años. Sin embargo, en Putumayo –el hogar de los muruis muinanes– las proyecciones indican que habrá casi un 7 por ciento de aumento de las lluvias.

José Alberto Mojica
Redactor de EL TIEMPO


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