Por : John Montilla
A eso de las nueve de la mañana de un sábado me percaté que había una hormiga dentro de un balde de color azul que estaba en el patio de la casa; por fortuna para el animal, salvo por unas pocas gotas de agua que había en el fondo, el recipiente estaba vacío. Luego llevado por la curiosidad me detuve a contemplar los ingentes esfuerzos que hacía el bichito por tratar de escapar de la trampa en que se encontraba.
Al prestarle más atención me di cuenta que era una de esas hormigas negras, conocidas popularmente como conguilla. Las cuales acostumbran a tener sus nidos al pie de los árboles, protegidos por la hojarasca, o sobre los recovecos de las rocas y piedras.
La tal conguilla negra no es tan grande, un centímetro más o menos, pero cuya picadura, por propia experiencia sé que es dolorosa. Esa hormiga, que pega tremendos saltos cuando se siente amenazada y que emite el particular sonido “tek- tek” es una implacable cazadora, tiene un aguijón que se mantiene “vivo” así le hayan cercenado la cabeza. Varias veces he visto a algunos chicos traviesos descuartizándolas y guardando los aguijones en botellas de plástico con el noble propósito de meterlos por entre la nuca y la camisa de sus compañeros.
Pues bien, un ejemplar de esta maravillosa especie era el que estaba atrapado en el balde de diez litros y de forma desesperada hacía esfuerzos por escapar. Lograba trepar un par de centímetros o más para volver a caer, y luego volvía tercamente a intentarlo. Ese ciclo de subir y caer por la lisa superficie del recipiente me pareció demencial; un humano de seguro se volvería loco.
Me puse a pensar en cómo había llegado hasta allí, ¿Habrá sido capaz de trepar por la parte externa? … y una vez arriba se habrá puesto a dar vueltas temerariamente por el borde de ese foso profundo para ella; quizá la atrajo el abismo que se abría ante sus pequeñas patas; en este punto recuerdo a Milán Kundera cuando dice que: “El vértigo es algo diferente del miedo a la caída. El vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados.” En todo caso si fue atraída por el vacío, ahora no hallaba como salir de ahí.
Luego al observar de manera más detenida me di cuenta que también había una pequeña hoja seca y un pedacito de rama igualmente seco dentro del balde. Quizá esos trozos de naturaleza muerta traídos por el viento, cayeron del tejado. Tal vez la hormiga llegó volando como un piloto trágico que salta de su avión averiado para ir a caer en manos de sus enemigos.
Por momentos el animalito lograba subir un par de centímetros y se agarraba de las líneas salientes que marcaban la cantidad de litros; lograba llegar hasta donde marcaban dos y luego volvía a caer. Si tuviera inteligencia le habría bastado ir subiendo poco a poco en esa especie de escalera de bordes, e ir leyendo de manera cruel los números en alto relieve junto a cada escalón que iba subiendo: 1, 2, 3…hasta llegar a la cima; pero la frenética ansiedad la hacía apurar y caer de nuevo para empezar desorientada en otro lado.
Por mi parte había decidido dejar que la naturaleza siga su marcha y no intervenir. Parecía que la suerte de la hormiga estaba echada: si no salía de allí al final, moriría de hambre; pero luego surgió algo más que vino a complicar más su suplicio.
De repente comenzó a llover y al rato empezaron a caer esporádicamente unas gruesas gotas del tejado dentro del balde y la pobre infeliz empezó a dar saltos y vueltas por el fondo del recipiente. Algunas le caían encima y la hacían rebotar de un lado a otro, pero esto no la hacía cejar en su intento por escalar las paredes de su trampa, ahora salpicadas de agua. Trepaba un poco, y cuando se encontraba con una gota de agua caía envuelta en una burbuja del claro líquido; el ahora incesante caer de las gotas no le daban tiempo de acicalarse, sino que la hacían voltear de un lado a otro, y la vasija estaba empezando a llenarse.
Las cosas se fueron poniendo color de hormiga cada vez más para este desafortunado náufrago, y de repente se vio nadando en un mar agitado por el incesante caer de goteras, ahora le costaba asirse a la superficie por cuanto el vaivén de las aguas la hacían despegarse o el continuo impacto de las gotas la llevaban de un lado a otro. No le quedó de otra que ponerse a nadar frenéticamente en círculos concéntricos, sus minutos estaban contados.
Pero, el insecto náufrago no se rendía, resultó ser una excelente nadadora y como podía se mantenía a flote. Hasta una bella imagen se vio por unos segundos al quedar la hormiga dentro de una burbuja de aire, la cual al estallar la hizo sumergir. La odisea parecía estar llegando a su límite y cuando parecía que estaba a punto de perecer; La naturaleza vino en su auxilio. Dijo Dostoyevsky en Crimen y Castigo: «Los que se están ahogando, se agarran
aunque sea de un hilo.» Pues bien, la hoja seca y la pequeña rama seca también estaban flotando y de una de ellas se aferró como pudo para volver a la superficie.
La hormiga se trepó encima de la hoja, pero su peso y el agua hacían que levemente se mantuviera a flote, lo suficiente como para no ahogarse. El animalito daba vueltas de manera afanosa alrededor de su pequeña isla salvavidas. En un instante el golpe de una gota hizo dar una vuelta de campana a la hoja y la hormiga quedo debajo de ella; es el fin pensé, pero no; el bichito salió como pudo de abajo y se volvió a trepar afanosamente para luego soltarse a nadar como un desesperado al que echaran de un barco en medio de la inmensidad del océano.
Por fortuna para ella y para desgracia de su larga agonía encontró en esas vueltas frenéticas el pedacito de rama seca en el cual pudo sostenerse mejor y aguantar con mayor firmeza el embate de las furiosas aguas movidas por el incesante caer de las goteras del tejado y de la lluvia. El balde se iba llenando de manera gradual. Me dije que la hormiga se salvaría si lograba mantenerse asida a su tronco salvavidas, y no se ahogaba antes, pues continuamente se soltaba y luego volvía a agarrarse como podía de las paredes, la hoja o el pedazo de rama. La naturaleza misma que la torturaba podría ser la misma que la salvara, sólo tocaba esperar a que se rebose el balde. Pero las cosas no resultarían de esa manera.
De repente, cesó la lluvia y el balde no alcanzó a llenarse, el nivel del agua quedó a escasos tres o cuatro centímetros del borde y por más que lo intentaba la pobre hormiga no lograba coronar su meta, y cuando parecía que estaba a punto de lograrlo, una gota rezagada venía a caerle encima y de vuelta otra vez al agua. Parecía que el destino de la desdichada apuntaba a la tragedia. Lo paradójico era que la suma de aquellas fastidiosas gotas de agua podrían ser quienes le den la salvación; sólo restaba esperar. La lucha era ahora contra el tiempo. La serenidad sería quien decida la suerte de este valiente animalito.
Manteniéndome en mi posición de no intervenir en los designios de la naturaleza pese al bravío batallar de la hormiga, decidí dejar las cosas tal como estaban. Salí de casa y cuando regresé en la tarde, fui a echar un vistazo al lugar de los acontecimientos; No había vuelto a llover; observé el agua ya en completo reposo; la hoja y la rama flotando libremente y luego divisé a la heroica hormiga muerta en el fondo del balde.
John Montilla: Texto y fotomontajes
Imágenes tomadas de internet.
http://jmontideas.blogspot.com.co/2016/06/odisea-de-una-hormiga.html