Reconciliándome …

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Guillermo Rivera
Guillermo Rivera

Por : Guillermo Rivera

Hace un tiempo quedó en evidencia un gesto amable que tuve con una persona que en los últimos años de mi vida pública había sido un crítico de mi trabajo. No se hicieron esperar las reacciones de personas cercanas a mi quienes en su mayoría, a través de terceros, me hicieron conocer su inconformidad y su reproche por lo que consideraron, más que un exceso de generosidad, una especie de “traición” a ellas en la medida en que han respaldado mi gestión, especialmente en los últimos años.

Esa reacción, aunque previsible y comprensible, me condujo a pensar, guardadas las proporciones de la comparación, en que tan preparados estamos los colombianos para la reconciliación a partir de un eventual acuerdo que le ponga fin al conflicto armado.

Evidentemente en todos los ámbitos de la vida de la sociedad colombiana existe una actitud “combativa” que desde un punto de vista puede ser entendida como emprendimiento y ganas de salir adelante pero también, hay que reconocerlo, esa actitud tiene una connotación de competencia en la que cabe cierta laxitud en los límites de la misma. Así las cosas, la idea de triunfar además de exigir disciplina, constancia y dedicación suele estar acompañada de actuaciones lesivas(físicas y morales) frente a las personas con las que competimos.


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Los científicos sociales han dicho en varias ocasiones que nuestra historia republicana plagada de guerras civiles y de exclusión social ha prohijado una cultura de intolerancia, de agresión, odios, envidias y venganzas que se expresan de diversas formas.

En nuestra sociedad la nobleza es sinónimo de debilidad y el orgullo es sinónimo de carácter. Además, aquello que llamamos carácter tiene un alto reconocimiento social y todo lo contrario ocurre con la nobleza.

Hace pocos años leí una reflexión del profesor Antanas Mockus que me llamó poderosamente la atención: se trataba de las diferencias entre vivir en la “ingenuidad” y en la “prevención”(No estoy seguro de que él hubiera usado exactamente esas expresiones pero si lo estoy del contexto en que lo expuso). Vivir en la “ingenuidad”, para explicarlo en términos colombianos, significa confiar en el otro, en su palabra, y vivir en la “prevención” significa desconfiar en el otro, en su palabra y por lo tanto hacer de manera permanente el ejercicio de descubrir que hay detrás de cada palabra y de cada expresión que desde luego es distinta a la explicita. Las consecuencias de los estilos de vida en uno y otro caso son distintas. El “ingenuo” vive descargado, liberado, en tanto que el “prevenido” vive cargado, intranquilo, alterado, preso de los temores derivados de su prevención. Lo anterior en términos de nuestra vida en sociedad tiene serías implicaciones porque la democracia no solamente es un sistema electoral para escoger gobernantes, es ante todo un modelo de convivencia fundado en el respeto a los derechos humanos y el mismo solo es posible a partir del reconocimiento de los derechos del otro y de nuestro deber ciudadano de respetarlos.

Una sociedad que convive en medio de la prevención y la idea de que, salvo mi familia( y a veces ni siquiera la familia), nadie es sujeto de confianza, es una sociedad fracturada que cultiva odios, deseos de venganza y agresiones de todo tipo.


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Con razón Ingrid Betancourt, en un esfuerzo propio por entender espiritualmente la tragedia de su cautiverio, nos hace un llamado a los colombianos a construir confianza, que no es solamente frente al proceso de paz, es ante todo frente a nosotros mismos como sociedad. Sí no la construimos será muy difícil reconciliarnos.

Lo anterior suena muy bien desde lo teórico y desde las reflexiones de otros. Por eso quisiera, en el ánimo de contribuir a la comprensión de lo que intento explicar, ofrecerles mi propio testimonio (espero no aburrirlos):

Nací y crecí en una familia en la que se vivió la armonía en exceso. En una ocasión una compañera de universidad que paso unos días en mi casa en mocoa me dijo impresionada: “pensé que este tipo de familias solo existían en los cuentos de hadas”. En efecto esa fue y es mi familia. A lo mejor esa realidad familiar me convirtió en un “ingenuo” de aquellos que solían creer en la palabra del otro y que no sentían necesario hacer ningún esfuerzo por descubrir lo que había detrás de cada expresión. En mi familia se premiaba el merito pero se hacía un énfasis permanente en el respeto de los derechos de los demás e incluso muchas decisiones se tomaban por mayoría cuando el consenso no se lograba.

Precedido de esos paradigmas ingresé a estudiar en una facultad de derecho en una Universidad de Bogotá en una época en que en el País sucedían muchas cosas. Asesinaron a Luis Carlos Galán y fui uno de los miles que acompañaron su féretro hasta el cementerio central con la sensación de que se había asesinado una esperanza colectiva, salí espontáneamente a las calles a sumarme a los pequeños grupos que protestaban indignados el día en que asesinaron a Carlos Pizarro, participé en una veintena de asambleas universitarias en las que se cocinaba la séptima papeleta, pasé horas de muchos días escuchando las deliberaciones de la asamblea nacional constituyente de 1991 y me involucré en el activismo de las juventudes del partido liberal dado que me sentía atraído por las ideas social demócratas que esta colectividad decía representar. Ninguno de los constituyentes me conocía, muchos menos Galán y Pizarro, yo era un simple estudiante esperanzado en las transformaciones de la sociedad colombiana y lleno de “ingenuidad”, es decir libre de prejuicios y de intranqulidades.

Unos años más tarde incursioné en la vida pública en mi departamento de origen. Bastó el asomo a esa actividad, la sospecha de los demás acerca de mis aspiraciones para encontrarme de frente con una cruda realidad: la envidia, la mezquindad, la intriga, la mentira, etc…. Cuando apenas llevaba unos meses en las actividades de mi primera campaña a la cámara de representantes me sentí tan agobiado por la realidad que acabo de mencionar que una noche le dije a mi Padre que estaba contemplando la posibilidad de retirar mi candidatura. Le expliqué que cuando me animé a incursionar en la actividad política lo había hecho con la convicción de competir con unas ideas pero no para someterme a las feroces difamaciones e intrigas de que estaba siendo objeto. Mi padre, con la sabiduría que lo ha caracterizado siempre, me animó a terminar la tarea iniciada con el argumento de que no se podía salir corriendo ante la primera dificultad. Decidí continuar y los resultados de ahí en adelante son por todos conocidos.

Quisiera detener mi relato cronológico para compartir con ustedes el cambio que experimentó mi vida desde que me convertí en protagonista de la actividad política. Empecé a vivir en ese contexto “combativo” del que me referí al inicio de este escrito. Por la fuerza de las circunstancias quedo atrás mi condición de “ingenuo” y me transformé en una persona “prevenida”. En adelante me acompañó la intranquilidad, no de la derrota electoral, sino de las afectaciones a mi nombre, mi honra y mi dignidad. Viví en carne propia lo que significa la competencia desprovista de todo tipo de límites y la sensación de impotencia ante la violencia del lenguaje cargado de falsedades y no poca demagogia. No lo puedo negar, también sentí rabia y anidé sentimientos ajenos a mi manera natural de ser. Con el paso de los años construí lo que coloquialmente se denomina “cuero duro”, que no es nada distinto a consolidar una actitud recia frente a las dificultades; también aprendí a descubrir detrás de la expresión y de la actitud de las personas sus reales pretensiones independientemente de que pudieran ser calificadas como positivas o negativas.

Hoy, iluminado por el amor de mi hijo y mi esposa y por las reflexiones en torno a la reconciliación de los colombianos, miro hacia atrás y concluyo a partir de mi propia experiencia que para la construcción de la paz es absolutamente necesario superar ese modelo “combativo” y “prevenido” que nos caracteriza y avanzar hacia uno signado por la confianza y la “ingenuidad”, sí así se me permite denominarla.

Debo decir que mi vida era libre antes de mi ingreso a la actividad pública, entendida la libertad desde su significado más profundo y por lo tanto más tranquila, pero no se trata de denostar de la actividad política sino de compartir con ustedes el deseo de que esta se convierta en una actividad humanizada y no deshumanizada como evidentemente lo ha sido y lo es.

Me atrevo, incluso, a decir que la sociedad colombiana se ha construido en medio de la deshumanización expresada en la indolencia con el otro, el individualismo, la competencia desleal, el triunfo a partir de la aniquilación del otro (que incluye la física y la moral) y la ausencia de proyecto colectivo.

Tengo fuertes cuestionamientos a nuestra tradición católica en la medida en que esta creencia proclama un proyecto colectivo e igualitario en tanto que gran parte de los creyentes piden los milagros para sí y para su entorno familiar al tiempo que conviven con sentimientos negativos( a veces deseos) hacia quienes no hagan parte de su círculo de consanguinidad, prefieren la caridad a la solidaridad tributaria, entienden la justicia como venganza y no pocos proclaman la guerra dado que no son sus hijos los que van al campo de batalla.

En este momento de la historia tenemos una oportunidad por delante que es la de reconciliarnos y humanizarnos dejando atrás la intolerancia, los deseos de venganza, la mezquindad y el individualismo.

En mi caso, en la medida en que me acerco a quienes han tenido motivos infundados o fundados para criticarme o incluso para agredirme moralmente, me siento liberado porque quien supera odios y sentimientos negativos se libera de estos. Es más, siento que me reencuentro conmigo mismo, con aquel ser “ingenuo” que vivía tranquilo antes de ingresar a la vida pública.

Estoy seguro que cada Colombiano tiene en su propia historia de vida una manera de reconciliarse y una forma para expresarla. Esa suma de reconciliaciones nos permitirá reencontrarnos individualmente, en primera instancia, y ojala, algún día, colectivamente.

No nos resistamos a la reconciliación, es liberadora, es sanadora. No perdamos esta oportunidad………..


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