Yoni: anfitrión y guía en los Altos del Tigre

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140625 yonyEl 30 de octubre y el 1ro noviembre del 2013, tres investigadores y un documentalista del proyecto Tierras, Organización Social y Territorio, del Centro Nacional de Memoria Histórica, recorrieron la vereda Tigres del Alto, en el municipio de Villagarzón (Putumayo). Esta vereda hace parte de un territorio denominado por los lugareños como el Bloque San Juan,  que comprende un área ubicada en el pie de monte de los municipios de Orito y Villagarzón.

Hace varios años, un grupo de campesinos decidió declarar el Bloque San Juan como zona de conservación ambiental. Algunas de las percepciones de esa salida de campo fueron recogidas por nuestro equipo de trabajo en el corto relato, escrito por Edinso Culma y en el registro audiovisual hecho por Pablo Burgos, que presentan en estas notas de campo.

Yoni estaba sentado en una piedra grande a la espera de que lo alcanzáramos. Su mirada sugería algo, parecía querer contarnos algo pero, al momento del encuentro, se limitó a saludarnos. Seguimos la marcha. Los frondosos árboles y la luz tenue del camino acentuaban su pequeña estatura. La misma que con el rojo de su camiseta y las botas de caucho lo hacían ver como un duende, tal como nos lo había descrito uno de sus amigos.

Cuando llegamos a la casa de Yoni, en la vereda Tigres de Alto, empezamos una conversación que acabó dos días después, cuando regresamos al pueblo. Queríamos saber cómo funcionaba la organización comunitaria de esa vereda, la cual decía proteger su territorio de la cacería, la tala de bosque y la explotación petrolera. 


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Yoni proviene de una familia de colonos nariñenses que fundó un terreno baldío en el pie de monte putumayense en los años sesenta. Después de muchos años de trabajo en el campo, él consiguió, mediante un documento de compraventa, unas cien hectáreas en la misma zona. Junto con sus vecinos, asumió la protección de los ríos que desaguan de la montaña y del territorio del tigre, la danta, el venado y el oso. Esta decisión parecía tener una explicación demasiado compleja, que no entendimos sino mucho tiempo después de haber regresado del Putumayo.

El segundo día del viaje partimos temprano rumbo al “salado de los loros” para obtener un registro audiovisual de los pájaros rasgando el mineral de la peña. Según Yoni, ese era uno de los principales objetivos de nuestra visita; pues le ayudaríamos a recoger evidencia de la existencia de fauna que la industria petrolera pondría en peligro si iniciaba labores en ese territorio. En ese camino largo, Yoni y su primo, Lisandro, nos prometieron con picardía el avistamiento de tigres, dantas, venados y osos. En el monte, una vez más, Yoni parecía encogerse y tomar formas extrañas, enigmáticas a nuestros ojos. Ya no era aquel hombre parco que decía poseer un centenar de hectáreas de selva, sino uno que caminaba ágilmente entre la hojarasca húmeda sin perturbar la rutina del tigre, su merodeo, su territorio. Frente a cada huella dejada por este animal, Yoni calculaba su peso, su color y su actitud. Sus dedos se encogían para encajar en el barro tallado por las garras del felino y la mirada apuntaba a la dirección que éste había seguido.

En lo alto de una montaña, en el Filo del Tigre, caímos en la cuenta de que Yoni no estaba hablando de un solo animal, sino de varios. Sus ojos se movían en varias direcciones para señalarnos distintos lugares de la selva. En cada uno de éstos reinaba un tigre distinto. Su insistencia en hablar del tigre o de los tigres de la zona parecía sugerir algo. A nosotros nos pareció que quería dejar en evidencia la arrogancia de cualquier ser humano que se creyera con el derecho de llamarse a sí mismo propietario de esa selva o que quisiera disponer de ella sin ningún reparo. Tal vez por eso se indignaba cada vez que recordaba al “ingeniero” enviado a su vereda por la empresa petrolera Gran Tierra cuatro meses atrás,  que había llegado con el firme propósito de convencerlos de cambiar la conservación de la selva por la explotación petrolera, de la misma manera que diez años atrás lo había hecho Ecopetrol para instalar el pozo de exploración Unicornio. Y como si dicho propósito hubiera sido una muestra de profundo irrespeto contra la comunidad y la selva, Yoni nos contó que había retado al ingeniero a caminar por el territorio del tigre para mostrarle que el petróleo era lo menos importante del paisaje. Su propuesta pedagógica fue aceptada y terminó siendo un suplicio para el ingeniero. El recorrido que Yoni acostumbraba a hacer en cuatro horas, el ingeniero lo hizo en tres días, la mitad  del tiempo amarrado de la cintura y jalado por sus acompañantes para poder subir el empinado terreno del pie de monte.

La cara de Yoni se iluminaba cada vez que recordaba esa situación. Daba la impresión de que se sentía orgulloso porque la selva había doblegado con sus formas, su espesura, su extensión y su clima a quien, siendo citadino, pretendía someterla a la explotación petrolera.


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Después de nuestro recorrido, nos dimos cuenta de que Yoni y los habitantes de la vereda Tigres del Alto no se parecían a otras comunidades campesinas del bajo Putumayo que veían una oportunidad económica en la  explotación petrolera en sus territorios. La pobreza, la corrupción y la contaminación eran, según Yoni, los únicos legados que la industria petrolera le había dejado al pueblo de Orito después de tantos años de extracción de crudo. Y, precisamente, eso era lo que ellos no querían jamás.

Escrito “Yoni: nuestro anfitrión y guía en los Altos del Tigre”: Edinso Culma

Fotografías: Pablo Burgos

Video “Los altos del tigre”: Pablo Burgos

Proyecto de investigación “Tierras, organización social y territorio” coordinado por Rocío Londoño Botero.

http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/noticias/noticias-cmh/yoni-anfitrion-y-guia-en-los-altos-del-tigre


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