Por: John Montilla.
“Nadie nos quiere” le escuche decir a un conductor de tractomulas en una emisora de cobertura nacional.
Tal afirmación fue hecha al aire hace unas semanas en la Radio Señal Colombia por un integrante del gremio de conductores de tráfico pesado, después de que se levantaran voces de descontento ante su labor por parte de las comunidades de varios departamentos del país.
Ante esto, el conductor expresaba en la radio su punto de vista sobre el “pesado problema” que vienen sufriendo varios pueblos y regiones del país; y fue muy contundente al señalar una gran verdad: “El país no estaba preparado para una coyuntura de esta magnitud; en Colombia no hay la infraestructura necesaria para el transporte de crudo a gran escala”.
Luego hizo otra gran aseveración al decir que en los últimos años el número de vehículos de carga se triplicó lo cual derivó en otro gran inconveniente: “Al haber muchos vehículos, se necesitaba de muchos conductores y resulta que no había el suficiente personal preparado para este tipo de trabajo, ante ello los dueños de los carros o los empresarios llamaron a taxistas, camioneros y a cualquiera que pudiera conducir un vehículo para que asumieran la tarea de conducir estos grandes artefactos..”; lo cual bien podría ser una de las causas de tanto percance presentado en nuestras carreteras.
En defensa de su trabajo el conductor argumentaba que lo que ellos viven es una auténtica guerra del centavo, por cuanto ellos deben esperar su turno de cargue y volar para conseguir llegar al descargue. El hombre se quejaba que las condiciones de trabajo la mayoría de veces no son las mejores, y que muchas veces tienen que pernoctar en el mismo vehículo, por cuanto no en todos los sitios, pueden encontrar una buena infraestructura hotelera. Lo cual según sus palabras, hace que no coman ni duerman bien e incluso declaró que en ocasiones le ha tocado permanecer hasta cuatro días sin poder conseguir un sitio digno para su aseo personal.
Así mismo alegaba en su favor, que de alguna manera ellos mediante su trabajo, también generaban empleo y movían la economía al activar sectores como el servicio de restaurantes, talleres, lavaderos, hoteles, almacenes de repuestos y otras actividades afines al ramo del transporte. Por último, el desilusionado conductor remató su intervención lamentándose de esta forma: “Somos el enemigo número uno en Villavicencio.”, “No nos quieren en Pitalito.” “No nos quieren en Mocoa”. “No nos quieren en ninguna parte”.
Fruto de este tira y afloje entre comunidades y empresas transportadoras ahora existe la posibilidad de que se transporte el crudo a través de un oleoducto, con lo cual los transportadores con sus detestados carrotanques se quedarían sin trabajo y los dueños con deudas por pagar; lo cual no es un problema menor; y por otro lado, nadie nos garantiza la reparación de todos los daños que se han ocasionado por el trajín de la movilización de estos grandes vehículos de carga. El asunto sigue su marcha, ya veremos en qué termina el viaje de este pesado problema; por lo pronto apunto lo que alguien dijo por ahí: “Ojalá nunca hubieran encontrado petróleo en nuestro departamento.” confieso que me adhiero a esa opinión.